El (la) jefecito/a
Ilustración: gentileza Pixabay

El (la) jefecito/a

Este personaje es tan inocuo como extendido y, además, aporta una buena cuota de entretenimiento en los pasillos. Generalmente no tiene personal a cargo, por lo que se le asigna un puesto “de mentira”, solo acreditado en su tarjeta personal. En ocasiones, estos nombramientos coinciden con el plan pergeñado por el directorio para obtener adeptos baratos y fieles. Y también para molestar al resto del personal.

         El “jefecito” tiene por costumbre creer que su puesto es el más importante de la compañía, solo por el hecho de tener acceso garantizado a algún miembro de rango. Es común verlos deambular por todos los departamentos de la empresa, ataviados de modo impecable, con IPhone de ultimísima generación, corbatas de seda italiana y zapatos interminables. Por otra parte, resulta común corroborar cómo, en el primer año de su nombramiento, las expectativas que se formaron con su propio ascenso quedan diluidas en agua de promesas. Debido a ello, pasan a ser de empleados impecables a vestigios honrosos; aunque, en el corto tiempo, las consecuencias suelen ser lapidarias. Después de una espera infructuosa, (durante la cual no logran los resultados esperados) sus ánimos comienzan a erosionarse y la excitación inicial da paso al descontento y a la abulia.

         La dinámica de personalidad de estos sujetos es comparable a una estrella fugaz: gozan de mucha atención cuando aparecen en escena, pero su destello es efímero. De no mudar a otro puesto más importante, los “jefecitos” son valores de cambio con los que las compañías truecan favores y ejecutan planes de reorganización en el corto plazo. En ese aspecto, los jefecitos suelen tener una vida laboral que se apaga con la búsqueda de nuevos rumbos. Pronto comprenderán que fueron usados para “acomodar” la tensión coyuntural de un departamento, o para contener la furia de otros empleados más rebeldes. Con todo, la elipse de estos especímenes es poco pronunciada; es hábito, en muchas compañías, que sean absorbidos por las constantes modificaciones de personal.

         Aun cuando un jefecito sea eficiente, no habrá mayor expectativa de él (o ella) que la de controlar (parcialmente) el departamento en el que se desempeñe. En general, esto es algo que el propio sujeto no alcanza a entender por dos causas: en primer lugar, porque sus ansias de ascenso le impiden morigerar tanta excitación; en segundo término, porque necesita creer que su posición representa un hito estratégico para sus aspiraciones. Como sea, mientras le dura su “luz” adquiere actitudes odiosas. Se convence de que se ha convertido en un ejecutivo de excelencia, promete  defender al directorio (en sus alocados tanteos) y abjura de sus antiguos compañeros de departamento, a los que delataría sin parpadear.

         Un jefecito abandonará las citas semanales de Fútbol 5 (hasta tanto se dé cuenta de su error), evitará almorzar con sus amigos, a los que les explicará que no puede porque “ahora tiene responsabilidades”, invertirá mucho dinero en camisas de hilo peruano e intentará –con cualquier artilugio– ser invitado a las reuniones en las que el directorio pierde el tiempo. Con este último objetivo tratará de explicarle a su superior por qué debe presentar el reporte (en el que se desveló todo el fin de semana) a los directores. Solicitud que será postergada indefinidamente, para que sus ínfulas se acomoden a su destino. En estas idas y vueltas agotará su energía y cuando, al fin, descubra la patraña de la cual fue víctima, será tiempo de virar por vientos más propicios.

Sin embargo, quienes no perdonarán su traición serán sus colegas, cuya asistencia buscará con desesperación, una vez que compruebe que sus bolsillos siguen vacíos. Porque algo debe puntualizarse: el (la) jefecito/a recibe como premio muy poco dinero de parte de la compañía; a pesar de lo que se cree, su beso de Judas no cotiza en oro. En fin, de a poco las actitudes “esperables” de los jefecitos (insolencia, pedantería, delirios de grandeza) irán desapareciendo a la par de sus sueños. Para ese entonces, sus compañeros ya estarán esperándolo con cuchillo y tenedor. El mejor consejo es que quien se encuentre con un sujeto de esta clase, lo evite como a la gripe.

De todos maneras, no se perderá nada. Hasta la próxima.

Natalia Alonso

Editora Selecciones Reader´s Digest en España

4 meses

Me gustan estos retratos... y me hacen aprender, no sabía que había un hilo peruano para las camisas de alta gama, solo conocía el algodón egipcio 😄

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