El nuevo estraperlo
No, no me refiero a vender algo que está racionado o que está prohibido, ese estraperlo tan desgraciadamente sabido que nace de las grandes carencias. Es este otro tipo de estraperlo que se parece al hasta ahora conocido no en su fondo, sino en su forma. En el estraperlo que todos tenemos en el imaginario, su fondo, su razón de ser, es el acceso a algo prohibido por su escasez que se combina con su alta demanda. Como consecuencia, su forma, su manera de actuar y desplegarse se produce mediante la clandestinidad y la invisibilidad, un poco al modo del “que nadie se entere”. El nuevo estraperlo no comparte su fondo, no estamos en el momento de una prohibición expresa de eso que se demanda (y que así sea y continúe), pero sí comparte su forma, una idea de vender sin que nadie se entere, salvo, obviamente, el comprador.
Lo observo en todas esas grandes marcas y enseñas, fabricantes y distribuidores de distintos sectores, que han establecido modelos de negocio basados en el consumo masivo, en la rotación de sus productos a la velocidad del vértigo, en la siembra en la cabeza de las personas de la idea de escasez de sus productos y de la sacro santa renovación permanente como forma de estar en el mundo. Marcas y enseñas de este tipo parecían haber encontrado el santo grial del comercio sin límites. Reducidos costes de fabricación y mucho movimiento de consumo gracias a los bajos precios hacían que todo pareciera una ganga. Y todo ello aderezado con la gran jugada, trasladar el concepto de democratización al consumo. Dado que no puedes acceder a lo que otros sí pueden, yo te lo pongo a tu disposición a menor calidad, pero a un precio mucho más rebajado, y así puedes ser como ellos si lo deseas. Concepto feliz que caló hasta los tuétanos, convirtiendo a esos negocios en casos paradigmáticos, tanto que hasta se los bien consideraba porque eran precisamente “aliados” de los no pudientes, que a su manera asaltaban los muros de los que sí podían. Incluso fue tanto el éxito que los propios pudientes hicieron el camino contrario para mezclarse indistintamente unos con otros.
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Pero nada que sucede en este mundo material resulta para siempre, y poco a poco, aunque ahora de forma más evidente, un cambio cultural se ha ido expandiendo y lo que antes era democratización ahora es desperdicio, derroche, insolidaridad, irresponsabilidad e insostenibilidad. Persiste el deseo de compra y de consumo (aunque, cierto es, en disminución uniformemente acelerada), pero no le acompaña la vanagloria del acto de consumir, el mostrarse a los demás sin tapujos, el enseñarse comprando como acto de pertenencia al clan, de reivindicación de uno mismo a golpe de tarjeta. Así que quien desea seguir ese ritmo de consumo ya no es bien percibido, necesita hacerlo en la clandestinidad, sin que se vea ni se note, con discreción, comprar de estraperlo. Lo mismo sucede con esos modelos de negocio que, al tener en el hiperconsumo y en la rotación su razón de ser, no pueden cancelar ese funcionamiento porque sería su desaparición, por lo que han de continuar vendiendo al mismo ritmo (o parecido porque el mismo será ya casi imposible) pero hacerlo sin que se note, con discreción, sin ruido excesivo, en definitiva, vender de estraperlo.
Este nuevo estraperlo se aprovecha de la “clandestinidad” de internet y del comercio electrónico. Nuestros domicilios y nuestros dispositivos se han convertido en los nuevos lugares de encuentro del estraperlo, en los nuevos rincones oscuros donde realizar el intercambio. En esa “clandestinidad moderna” quien desea seguir derrochando puede hacerlo sin que los ojos escrutadores del ente social invisible, pero cada vez más presente, lo detecte y lo señale (poco importa que otros ojos, los de quien te vende, hayan monitorizado buena parte de tu vida porque, en el estraperlo, el que provisiona se convierte en el aliado real). Los descuentos, los Black Fridays de turno siguen celebrándose (cómo no, no hacerlo sería un suicidio para esos fabricantes y distribuidores) pero ya no ocupan nuestras pantallas con disruptivas ventanas emergentes que agitan la compulsión e impelen a la compra enloquecida. Todo eso ha sido sustituido por la discreción, por recordatorios que rebajan la agresividad en su mensaje y en su color, que disminuyen su presencia. Ahora se trata de vender y comprar, mucho, cuanto más mejor, pero sin que se note. Es el nuevo estraperlo.