El olor de la peste
Comenzaba un año nuevo, aquel enero de 2020, con muchos propósitos y expectativas para la mayoría de las personas; pero no para la población de Wuhan en China. Se habían diagnosticado casos de neumonía atípica acompañada de fallo respiratorio y multiorgánico, contándose algunos fallecidos. Los casos se multiplicaban a una velocidad enorme, transmitiéndose a otros países como Japón, Corea e Irán. Se conoció entonces que la infección era causada por un nuevo Coronavirus, nombre que se deriva por la forma de corona que adquieren las proyecciones que emergen de la partícula viral.
En febrero, el virus llega a Europa, específicamente en el norte de una Italia desprevenida y con una población envejecida. Desde allí pasó al resto de Europa, Reino Unido, EE. UU. y posteriormente Latinoamérica, generando una crisis mundial sanitaria y económica.
Casi de inmediato la respuesta de nuestra sociedad a la pandemia se hizo evidente: compras compulsivas, anaqueles vacíos, riñas por quién se quedaba un paquete de papel higiénico; conductas que resultan extrañas e irónicas en nuestra era post moderna.
Al mismo tiempo, una avalancha de bulos e información desenfrenada eran emitidas en las redes sociales. En internet, falsos pastores evangélicos prometían curar a sus fieles con tan solo tocar la pantalla o pagar el diezmo. Pseudocientíficos que ingeniaban una cura con sustancias potencialmente tóxicas como el dióxido de cloro. En Castilla y León se realizaba un ensayo clínico fase II para comparar qué era más eficaz, si la sopa de ajo o la leche caliente con miel.
Y es que la pandemia no respetaba nombre, ni estatus social. Hasta el mismísimo Boris Johnson, primer ministro del Reino Unido, fue ingresado en cuidados intensivos a causa de la infección. Los hombres fueron afectados más que las mujeres y los niños presentaban síntomas leves.
Mientras tanto, en los hospitales, los servicios de urgencias y unidad de cuidados intensivos colapsaban. Pacientes enfermos y atemorizados eran atendidos por personal médico, enfermería y de limpieza que intentaban hacer frente a la pandemia.
Desde la sala de espera muchas historias eran contadas, tal vez dos dignas de ser recordadas:
Daniel de 5 años, al mirar por la ventana de su casa a los adultos que pasaban, con una inocencia responsable le decía a su madre: —¡Cuando sea grande también llevaré mi mascarilla!
Pilar, que regresaba del supermercado, se detuvo cerca de un árbol al sentir un olor nauseabundo que le asfixiaba, como si secase su respiración. Revisó las suelas de sus zapatillas, pero estaban limpias. Ya en casa su garganta comenzó a doler. Siete días después, con fiebre elevada, era ingresada al hospital infectada por coronavirus. Sin duda, ese había sido el olor de la peste.
Psicólogo en Independiente
4 añosMe parece excelente la manera como logras un equilibrio entre lo subjetivo y lo objetivo, realidad y emoción en una sola narración. Coincido con los demás comentarios, creo que es un buen preámbulo para continuar la historia. ¿Qué pasará con el olor de la peste?... ¿A qué se debe?... En fin... tantos abordajes como creatividad y dominio técnico en el área posee su autora. También a la espera...
Alergia Hospital Universitario Sanitas La Moraleja
4 añosContinuará ?......
Estudiante Arquitectura y Fotografía 📸📸
4 añosMantengamos la calma, y quedemonos en casa!!!
Director Económico-Financiero, CPA, MA, BA
4 añosExcelente forma de describir y resumir en sencillas palabras lo que ha acontecido en el mundo en cuanto al coronavirus. Quedo con la expectativa de leer la continuación de este interesante artículo.