El Olor y el sonido de la Navidad
La casa de mis padres, en vísperas de la Nochebuena, olía a canela, naranja, limón, clavo, orejones y azúcar. La compota de Navidad se estaba haciendo en una gran cazuela en la que las peras peladas y cortadas en cuartos se cocían con todos los ingredientes citados y con agua que al final se convertiría en un almíbar untuoso. ¡No podía faltar!
Dos días antes de la cena, en la que celebrábamos el nacimiento del Niño Jesús, se ponía la mesa, que realmente eran dos grandes mesas ya que éramos más de veinte comensales, con mimo cuidando todos los detalles y el ruido de los platos, cubiertos, repaso con servilletas de papel de las copas, una a una, platitos del pan, servilletas con un detallito navideño y para terminar los centros navideños en los que no faltaban las velas que se encendían durante toda la cena. Todo esto generaba una música muy especial de cristal, porcelana y metal y todo ello con comentarios de todo tipo y un repetido conteo de todo para que no faltara ningún servicio. Una vez terminada de poner, la sensación de victoria y felicidad era máxima. La finalidad era que estuviera bonita y resultara agradable para toda la familia.
El día 23 de diciembre la cocina ya era un concierto de cazuelas. El día 24, la maravillosa sopa de pescado y marisco en dos enormes cazuelas ya estaba hecha; desde las siete de la mañana el cordero en el horno (había que hacer varias tandas) desprendía su característico olor que unido al del orégano aromatizaba la casa, las patatas panadera en dos grandes sartenes se iban haciendo a fuego muy suave y las escarolas pintadas con los granos rojos de la granada se convertían en ensaladas. La sopa de almendras se reservaba para hacerla por la tarde y luego había que calentarla para tomarla de postre con pan tostado…. Ese ajetreo nos ilusionaba, y nos mantenía en alerta para que todo resultara perfecto.
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Han pasado los años, mis padres se fueron y los hijos ya somos abuelos. Sigo teniendo en mi corazón y mi memoria emocional todos los olores, ruidos y sabores de la Navidad. Y no sólo no he querido perderlos, sino que espero que mis hijos y nietos tampoco los olviden, y por eso, todas las Navidades, años tras año hago listas interminables, compro, congelo, y ya hoy, día 23 de diciembre, la mesa está puesta y mi casa huele a compota de Navidad.
El motivo de escribir este pasado y presente culinario emocional es porque me sorprende mucho, aunque por supuesto lo respeto, que hay muchas personas que ya no quieren preparar la cena de Nochebuena y lo celebran en un restaurante, porque estos establecimientos van a abrir esa noche. Lo primero que pienso es que los trabajadores de esos restaurantes no van a celebrar la Nochebuena con sus familias. Aún más me sorprendió escuchar al dueño de un restaurante decir “que los clientes agradecen que abramos esa noche, porque así no tienen que cocinar en sus casas…” ¿De verdad los clientes son tan importantes que usted y sus trabajadores no van a pasar la Nochebuena con sus familias?
Aún así, quiero pensar que, para una gran mayoría, la Nochebuena siga siendo suna noche de familia, de hogar, de villancicos, de abrir la puerta de tu casa, no sólo a familia, sino a amigos que por diferentes motivos esa noche están solos, de compartir la comida, de conversar y de disfrutar de los que están aunque en nuestros corazones tengamos presentes a los que ya no están.
Escrito todo esto, hoy, día 23 de diciembre 2024, a las 8, 13 minutos, voy a empezar a cocinar para mi familia, los mejores y más importantes “clientes” que tengo siempre y mañana, día de Nochebuena, de una manera muy especial.
¡Feliz Nochebuena y día de Navidad!