El periodismo, choque de lealtades

Los periodistas no podemos olvidar que cuando aceptamos trabajar para un medio de comunicación en cualquier calidad. Como reporteros, director o columnistas nos convertimos en empleados…

No debemos olvidar, por nuestro propio bien, que esas empresas llamadas medios de comunicación, como todas las empresas, tienen reglas y procesos.

Que esas empresas y sus dueños esperan que hagamos bien nuestro trabajo por el que nos pagan y que, como todos los dueños esperan un mínimo de lealtad de sus empleados.

Los medios de comunicación, como todas las empresas, esperan que sus empleados hablen de ellos, que los ayuden a crecer, a mejorar. A ganar prestigio, respeto y credibilidad.

Los periodistas, a diferencia de los demás empleados, tenemos una obligación adicional que nos impone este hermoso oficio que escogimos voluntariamente. Ser leales con nuestras audiencias. Con nuestros lectores, televidentes, oyentes o seguidores como se les denomina en la era digital.

Quienes nos escuchan, quienes nos siguen día tras día, esperan que les contemos lo que pasa y los ayudemos a entender como los afecta de manera clara, transparente, sincera. Que hagamos el esfuerzo de contarles lo que ocurrió tal cual ocurrió. Que nos esforcemos por decirles la verdad. O lo más cercano posible a la verdad.

Quienes nos escuchan y nos ven esperan de nosotros los periodistas que investiguemos, que averigüemos, que preguntemos. Que no traguemos entero. Que hagamos público lo que está oculto. Y es nuestra obligación colmar esas expectativas.

Los periodistas debemos ser francos con nuestros compañeros de conversación. En el mundo de hoy el público y los periodistas estamos al mismo nivel. Tenemos un código no escrito que rige nuestra relación. Nosotros nos esforzamos en averiguar qué está pasando y el público estará ahí, diciendo presente para escucharnos. Y no importa si es uno o son dos, tres, diez, miles o millones.

Si tenemos una postura frente a las cosas es nuestra obligación advertirlos. “Este periódico es Liberal y Profesa las ideas liberales” pusieron en su portada los fundadores de el Espectador y quienes lo leíamos sabíamos a que atenernos.

El público tiene derecho a saber que tenemos un sesgo. Una opinión. El público decidirá si se queda o se va. Pero sea cual sea la decisión que tome, será una decisión como deberían ser todas las decisiones a conciencia e informadas. Bien informadas.

Así las cosas, los periodistas tenemos la obligación de buscar un equilibrio entre la lealtad a quienes nos pagan por informar y la lealtad con quienes pagan que los informemos.

No es fácil. A veces debemos tomar decisiones que dejan inconformes a una de las partes. Y cuando eso ocurre debemos asumir las consecuencias.

Retar al dueño de una publicación, cualquiera que sea. Poner contra las cuerdas a su Director. Acusarlos de mentir o de encubrir tiene consecuencias. Para el medio, para el Director y para el columnista. Todos pierden porque al lector le quedará la sensación de que lo engañaron. Que no le dijeron la verdad. Que le ocultaron algo que debía saber.

Destar una tormenta, atacar la credibilidad de un medio desde sus propias páginas en un momento en que todos, medios y periodistas estamos bajo sospecha tiene consecuencias. 

Y no hay que ser un genio para entender que, desde el punto de vista de un empresario, si uno de sus empleados amenaza o pone en peligro la supervivencia y estabilidad de su medio pues debe prescindir de sus servicios por poderoso o famoso que sea. O se crea.

Cuando los periodistas nos apartamos de los principios básicos del oficio. Cuando tomamos en un pleito que no es nuestro. Compramos y asumimos como propias guerras ajenas, tarde o temprano alguien nos pasará la factura. 

Los periodistas no somos jueces, ni fiscales. Tenemos poder. Generamos poder. Pero no podemos abusar de él. Nuestro poder radica en ser testigos privilegiados de los hechos. No en ser sus protagonistas. 

Los periodistas no podemos llevar nuestros odios personales a las salas de redacción de los periódicos o los estudios de radio y TV. Así como tenemos el privilegio de ser testigos de excepción de lo que pasa, tenemos la obligación de transmitírselo a la nuestras audiencias lo menos contaminado posible. 

En estos días llenos la furia la mejor contribución que le podemos hacer al periodismo y a los medios para los que trabajamos es dejar a un lado nuestros afectos y desafectos personales. 

La cabeza caliente es mala consejera. Muy mala consejera. Cuando nos dejamos llevar por la aventura debemos asumir las consecuencias.


Álvaro José Calderón De Castro

Consultor en Comunicación para las organizaciones.

5 años

Un columnista, a diferencia de un periodista que informa de acuerdo con sus fuentes, está en la obligación de pisar callos, ya sea dentro o fuera de su casa editorial. Estoy seguro de que Coronell sabía que su salida de la revista era casi un hecho al escribir su última columna. Semana ya no es la revista de hace unos años. Esa que destapó el Procedo 8000, las chuzadas, la reunión en la Casa de Nari, solo por mencionar tres de los múltiples casos absurdos de este triste país. Se necesita mucha entereza y tener la ética, la conciencia y la rectitud de corazón para escribir y publicar esa columna. Quienes leemos opinión debemos tener la capacidad de confrontar, de estar o no de acuerdo con el columnista, pero siempre, repito, con la la ética, la conciencia y la rectitud de corazón por delante.

Fabián Motta

Fundador y Director en SmartPR | Ayudo a las empresas a innovar en su comunicación

5 años

Jefe, que buena reflexión y me quedo con el tema de honestidad, si desde el inicio la relación entre audiencia y medios/periodistas es basada en la transparencia, conociendo cuál son sus posturas, esta relación se fortalecerá con el tiempo.

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