El poder de educar: reflexión sobre la violencia de género y el feminismo

El poder de educar: reflexión sobre la violencia de género y el feminismo

Hace pocos días tuve una charla con una amiga acerca de la violencia de género. Ufff ¡Qué tema tan complejo!  Definitivamente, no considero que mi personalidad sea propensa al acoso; si ha sucedido lo he dejado pasar porque ni lo noté, es decir es algo que está dado y ni nos damos cuenta. Ella argumentó algo que me dejó reflexionando profundamente: “Las cosas que no nos suceden personalmente no significa que no pasen”. Eso es muy cierto. Sin embargo, este tema es super delicado y tiene muchas aristas. 

Es muy probable que todas las mujeres, en algún momento, hayamos enfrentado una situación de violencia, ya sea que nos afectó profundamente o que dejamos pasar sin darle importancia. En nuestra conversación nos centramos particularmente en el acoso en las oficinas, una forma de violencia que, aunque parezca insignificante frente a otras realidades más graves, también tiene un impacto importante en las dinámicas de poder y respeto.

Para establecer limites y leyes que regulen esto nació un movimiento liderado por mujeres. El feminismo comenzó a tomar forma en el siglo XVIII con el estandarte filosófico de la igualdad y los derechos humanos, cuestionando las estructuras tradicionales de poder que curiosamente y es para pensarlo profundamente, estas estructuras no siempre han sido establecidas únicamente por hombres; en ocasiones y de manera velada han sido manipuladas por mujeres.

Este dato me lleva a reflexionar sobre los usos y costumbres que no cuestionamos y que se gestionan de manera poco consciente en nuestra vida cotidiana, particularmente en nuestras familias donde, en gran medida las educadoras somos las mujeres, aunque en este siglo haya más participación masculina en este quehacer dado que las mujeres se han integrado de lleno al ámbito laboral donde justo se permea este desajuste del "debe ser así”.

En la búsqueda de equidad y revaloración de las mujeres en el ámbito profesional, todo lo que ha venido ganando el movimiento feminista puede tener un retroceso cuando se manifiesta en su forma más radical pues puede desvirtuar su propósito inicial. Esto no solo afecta su percepción pública, sino que también lo desvía de su objetivo principal: la equidad y el respeto mutuo.

Hablo de equidad porque, aunque hombres y mujeres compartimos el género Homo, no somos iguales. Las diferencias, comenzando por las biológicas (que no son el tema de este texto), nos han hecho vulnerables en algunos aspectos y, en otros, más competitivas gracias al desarrollado diferente de nuestro cerebro. Este desarrollo ha impulsado una mayor equidad e incluso, en algunos casos, una ventaja en habilidades y competencias dentro del ámbito laboral, dependiendo de las posiciones que ocupemos. Independientemente a eso la discriminación, el acoso y el abuso de poder sigue jugando en contra de las mujeres y aunque la mayoría de las veces esto es ejercido por hombres también existen mujeres que jugamos ese rol abusador.

Uno de los grandes desafíos al que nos enfrentamos de manera individual y colectivamente es a construir ambientes laborales saludables que propicien el desempeño óptimos de los individuos dentro de las organizaciones, pero esto es absolutamente reduccionista, el asunto es más grande, es comunitario, es social. Debiéramos comprender que el cambio no empieza ni termina con el activismo visible, violento o con denunciar las injusticias reales o imaginarias a las que nos enfrentamos. Aunque estas acciones son fundamentales, la verdadera transformación reside en la concientización del problema y las decisiones que tomamos cotidianamente en nuestros entornos cercanos: cómo educamos, cómo gestionamos nuestras relaciones y cómo evitamos conscientemente cualquier forma de abuso.

En esencia, como dice mi amiga, debiéramos aprender a tender puentes para comprendernos mejor y fomentar una comunicación genuina en todos los ámbitos. Desde mi perspectiva, no deberíamos hablar de movimientos que muestren la necesidad de acuerdos de derechos y respeto; los derechos humanos son fundamentales y no deberían estar sujetos a debate.

El compromiso que debemos asumir es no ser cómplices ni permanecer en silencio ante situaciones de violencia y estar abiertos al esclarecimiento de los hechos, sin prejuzgar o ignorarlos de antemano. Aunque no es sencillo, la firmeza para denunciar y esclarecer es una manera de desafiar esta forma cotidiana de tolerar la violencia. Pero eso no es suficiente. La tarea social pendiente radica en reformar nuestras estructuras y modelos educativos, desde la familia hasta los niveles más altos de liderazgo. Padres, madres, educadores, jefes y líderes tienen un rol crucial en la construcción de una sociedad más justa.

Lo mejor de todo es que el poder para iniciar este cambio lo tenemos todos. Es en nuestras manos donde está la capacidad de construir un mundo más equitativo, comenzando por nuestras acciones diarias y extendiéndolo hacia nuestras comunidades.

Sé que esto puede sonar simplista, pero considero que ponerlo en la mesa de reflexión y acción ya es un comienzo. Creo firmemente que la educación es una herramienta super poderosa ¿qué piensan ustedes?

 


 

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