El relato del relato

Imagina una hoguera, un fuego y unos niños alrededor del fuego de esa hoguera. Imagina un viejo (que en realidad es un niño que es fuego y que es hoguera), con la cara iluminada por la llama más cálida y contando un cuento antiguo a unos niños nuevos. Imagina que de repente deja de hacer frío y que todo cobra sentido y hasta un sueldo. Imagina que esa cosa que tú pensabas que solo tú pensabas, ahora es un relato, y es trending topic y lo comparte una amiga de tu madre en su Instagram, y el padre de un amigo en el Bar Manolo mientras se come un pincho de tortilla.

Imagina que todo relato que contamos es el relato de nosotros mismos en el mundo y por eso si es veraz se propagará como un viento fresco. Y tal vez por eso nos emociona cuando vuelve (a casa vuelve) el relato de ser mejores, más empáticos y más buenos con los anuncios estacionales del final del año. Entonces es cuando salimos de nuestra cárcel y somos un pingüino enamorado, el hijo de un elfo o Elton John de pequeñito. Y ahí ya nadie puede pararnos. Porque al calor de la hoguera familiar, nos reunimos con los nuestros, con los niños y con los viejos, y con nuestros cuentos, que en realidad son relatos porque son la manera de llegar a la razón y/o al corazón desde el lenguaje. Publicitario y a mucha honra, en nuestro caso.

Y viejo, mientras tengamos cosas que contar seremos niños, seremos hoguera y, lo más importante, seremos fuego.