El ruido y la furia
El título alude a la novela compleja, polifónica y por momentos indescifrable de William Faulkner que narra la decadencia y destrucción de una familia del sur estadounidense. Qué mejor rótulo para describir la conducción en el Perú, donde el uso excesivo del claxon y la furia del piloto son sus principales características.
Durante el siglo XIX los caballos fueron poco a poco sustituyéndose por los vehículos a combustión. La saturación de los carruajes, los atascos a cada momento, el ruido ensordecedor de los cascos contra los adoquines, fuera de la contaminación generada por el excremento hicieron que la aparición del automóvil fuera apreciada.
Como no había una normativa para la circulación de vehículos, los accidentes contra los peatones eran constantes. Se tuvo leyes anecdóticas como aquella del Reino Unido que exigía a todo vehículo motorizado ir con una persona al frente a pie llevando una bandera durante el día y una linterna durante la noche. Había que ser muy rico para costear el vehículo y a tres personas para utilizarlo.
Las bocinas utilizadas previamente al claxon actual (data del 2014) superaban los 100 decibeles y eran distintas entre sí. Debido a la casi ausente señalización vial, se utilizaba para girar, alertar a un peatón o entrar a una curva ciega. Incluso los taxis en Paris o Londres se caracterizaban por el uso indiscriminado de la bocina. No muy diferente a Lima un siglo después.
Conforme apareció la señalización vial, esta dejo de ser auditiva y paso a ser visual. Los primeros semáforos, los letreros de PARE, la aparición del semáforo y la población que exigía sosiego y descanso, permitieron tener periodos de prohibición del claxon.
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Sin embargo, la industria automotriz ganó mucho espacio. Ha contribuído a dinamizar la economía conforme va desarrollándose una suerte de tecnología del consumo. El automóvil se volvió “indispensable” para el desplazamiento aumentando la dependencia al petróleo, y desde sus inicios ha segregado socialmente imponiendo normas en favor de su uso.
Conforme pasa el tiempo el peatón es convertido en un impedimento para el desarrollo. Surgen los puentes peatonales, se convierte en un delito la imprudencia al cruzar una vía y los niños abandonan las calles como espacio de juego, concentrándolos en parques.
Las ciudades se han configurado para el uso del automóvil, por lo que el conductor tiene mayores prerrogativas sobre el peatón. Las calles no son espacios compartidos ni de convivencia. El claxon sirve para ahuyentar al peatón de la ruta y se ha erigido como un elemento de seguridad para evitar muertes seguras.
Al conductor en el Perú lo frustra el tiempo perdido. La desconfianza y poca cohesión del país no ayudan. La superioridad sobre el uso de vía faculta al conductor a violentar a otros. Se tiene pilotos furiosos que resuelven todo con la bocina. Un poco de cortesía, cambiar las reglas y cumplirlas, podría significar la pacificación de la ciudad y sus habitantes.