El triunfo de la obstrucción.
La capacidad de Morena de desvincularse del concepto mexicano de partido político le permite consolidar su posición de ventaja argumentativa y de representación. Un concepto del cual cumple todas sus definiciones, teóricas y de carácter sociológico, dentro del sistema político mexicano. Morena, para todos los efectos, fines y principios de la sociedad mexicana, es un partido político. La baja popularidad del concepto de partido político en México es el principal fundamento de las acciones de Morena, desde sus inicios, para considerarse una alternativa al sistema electoral tradicional.
Sin embargo, tales tergiversaciones conceptuales y su respectiva comunicación sólo hacen más evidente el camino a la obstrucción de la participación política del ciudadano común. Como “movimiento”, Morena se acerca a la población sin la etiqueta funesta de ser un partido político más que aglutine el sistema electoral, al tiempo que permite a la esfera política (muy, muy tradicional) un nuevo vehículo para obstruir las necesidades reales de representación política de los ciudadanos. Supuestamente de izquierda, las políticas públicas del gobierno federal y de todos los gobiernos estatales encabezados por Morena se acercan mucho más a la derecha del espectro político, ignorando desde la indolencia e ignominia las exigencias sociales de los sectores populares que les dieron confianza y fuerza política.
El viraje evidente del discurso a la acción, por parte de los gobernantes morenistas y muy destacadamente por el presidente, deja a las bases sociales y los reclamos populares relejados por algo mucho más cruel: la ambición del poder. Y la capacidad de quien gobierna desde las siglas guindas para desvincularse de sus responsabilidades sociales, civiles y políticas, recae exclusivamente en la disociación de Morena al concepto de partido político.
Morena es un partido político, invariablemente, puesto que:
a) Es una organización de personas con intereses políticos y deseos de ocupar puestos de responsabilidad social.
b) Participa activamente en campañas electorales de promoción de voto de sus candidatos; en la organización de la participación de sus legisladores; en la coordinación de la política de sus ejecutivos; y en la definición de las políticas del ejercicio público de sus participantes.
c) Difunde públicamente su doctrina política, sus estatutos y sus reglamentos generales.
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d) Recibe financiamiento público para sus actividades.
La cuestionabilidad de las cuatro características mencionadas es absolutamente nula, en términos teóricos y prácticos. Desvincular a Morena de tal asociación conceptual es una tarea que para la esfera política de ese partido es vital en sus aspiraciones de conservar el poder. Lo realmente interesante para el análisis político del sistema mexicano, y que tendrá repercusiones reales en el acceso de los ciudadanos a mejores servicios políticos, son las maneras en que la sociedad en su conjunto parece cooperar con Morena para garantizar su desvinculación al concepto de partido político.
Las elecciones internas de Morena, para la configuración de sus órganos de dirección en los 300 distritos electorales de la República, evidenció la similitud del partido con las prácticas asociadas, tradicionalmente, a todos los partidos políticos posrevolucionarios del sistema electoral mexicano. Los disturbios y las irregularidades en su proceso interno de elección hacen recordar, a cualquier mexicano que no sea negligente con su memoria, al obstruccionismo con el que operó el oficialismo priísta por décadas enteras. Las esferas políticas, cuyo interés principal es acomodarse en tal posición que les permita perpetuarse en el poder, saben que la obstrucción de la participación popular en la vida democrática del país es el medio más efectivo para su perpetuación.
El político mexicano tradicional, que aprendió a aprovechar el sistema político para su propio beneficio, reconoce como amenaza a cualquier ciudadano que intente participar del mismo sistema. Su participación en el sistema, mientras se mantenga en la exclusividad, le permite gozar de privilegios civiles, económicos y judiciales que cualquier ciudadano común no podrá gozar nunca. El profesional de la política, entonces, siempre busca que el ciudadano sirva al sistema político, desvirtuando al sistema en sí, que debería de estar al servicio del ciudadano.
La representación política es, entonces, una quimera para el ciudadano común mexicano. El profesional de la política, morenista y de cualquier otra afiliación partidista, asegura su posición en medida en que perpetua la imposibilidad de la participación masiva. Las escenas de conflicto, irregularidad y disturbios en las elecciones internas de Morena confirman a tal “movimiento” como un partido político tradicional del espectro electoral mexicano.
La obstrucción de la participación masiva en la política es completada, increíblemente, por aquellos que abiertamente se definen como opositores de las políticas públicas, la doctrina y las decisiones del régimen federal encabezado por Morena y su aranero fundador. Son los opositores al régimen los que han perpetuado el uso completo del ciudadano presidente en la más mínima ocasión. Los mismos opositores los que tan vehementemente han anunciado durante los últimos días su sorpresa de que Morena “no es un partido político” de acuerdo con su organización. La masificación del discurso de que Morena no es un partido político, de la que somos constantes testigos en periódicos, noticieros y todo tipo de programas de opinión, permite cerrar el circulo de la obstrucción de la participación, al tiempo que ayuda a los integrantes de Morena desvincularse de sus responsabilidades civiles, que todos los mexicanos financiamos en última instancia.
La mayor tragedia del sistema político mexicano, perceptible entre generaciones, radica en la incapacidad de disponer y gozar plenamente de los derechos humanos de representación política. La educación intergeneracional, perceptible para todos los mexicanos en logros como el cuidado del agua o la civilidad básica, fracasa en comunicar los errores y las fallas de un sistema político que, antes de cualquier otro interés, intenta perpetuarse para goce de la minoría.