Emociones positivas
Regino Quirós

Emociones positivas

De los cinco pilares del bienestar (emociones positivas, absorción, relaciones positivas, sentido y logro) las emociones positivas son, posiblemente las que requieren menos explicación. No obstante, para procurárnoslas y, sobre todo, mantenerlas presentes, es útil conocer como nos afectan con un poco más de profundidad.

Quizás la primera aclaración necesaria, válida en realidad para los cinco pilares, es que con bienestar nos referimos a “hacer y vivir bien”, a tener una vida plena, lo que no siempre coincide con obtener placer y evitar el dolor. Lo primero, la vida plena haciendo y viviendo bien, siempre es posible. Sin embargo, las circunstancias de la vida no siempre permiten obtener placer y evitar el dolor.

Precisamente en las dos frases marcadas en negrita en el párrafo anterior radica la clave del gran debate: ¿Hasta dónde dependemos de las circunstancias de la vida para que exista bienestar?

Una forma de pensar, internalista o cognitiva, nos dice que ante algo que reduzca nuestro bienestar basta con cambiar la forma de mirarlo o de entenderlo. Los problemas son oportunidades de aprender, las personas que nos causan algún mal son nuestros maestros y aquello que de verdad anhelamos nos lo traerá la vida cuando sea al momento. Cuentan del físico Richard Feynman, por poner un ejemplo de reacción internalista, que ante una invasión de hormigas en su casa decidió dejarlas estar y dedicarse a estudiar su comportamiento.

La otra manera de mirar al mundo, externalista o conductual, nos dice que para obtener bienestar debemos actuar. Los problemas se resuelven o se apartan, de las personas que nos causan algún mal hay que alejarse de inmediato y si anhelamos algo de verdad hay que luchar por ello. Una reacción externalista ante una invasión de hormigas, que muchos suscribiríamos, sería recurrir al insecticida.

Excesivo internalismo nos lleva al conformismo, a la apatía, a la complacencia y, posiblemente a perder nuestra capacidad de tomar decisiones propias.

Demasiado externalismo nos puede llevar a perder buenas oportunidades porque no coinciden con expectativas poco realistas o a perseguir objetivos que en realidad nos restan bienestar y, muchas veces, a convertirnos en rebeldes sin causa.

El reto, diario, continuo, es discernir lo que no podemos cambiar de lo que sí podemos. Y de esto último, lo que, cambiándolo, incrementará nuestro bienestar. Distinguir eso es sabiduría aplicada.

Así que aproximémonos con sabiduría aplicada a las emociones positivas.

Lo primero es reconocer cuales son las que sentimos con más facilidad, que no son las mismas para todos.

Para mí, la curiosidad, la diversión, la fortaleza, la armonía y la serenidad son las más importantes. Lo sé porque cuando miro hacia atrás veo que son las más presentes en los momentos de mi vida que identifico con el bienestar.

Para otros quizás sean la compasión, la exaltación, la euforia, la dignidad, el cariño, la protección, el agradecimiento, la estabilidad, la osadía, la empatía, el orgullo, la superación… Para todos son positivas, pero algunas son más nuestras, somos más sensibles a ellas o estamos más capacitados para sentirlas. Dedica un minuto a pensar cuáles son las tuyas.

Segundo, necesitamos identificar sus fuentes. ¿Qué nos puede proporcionar esas emociones? Echar un vistazo al pasado puede ayudar, pero con precaución: esta comprobado experimentalmente que las fuentes de emociones positivas se agotan con rapidez. Esas reuniones que nos generaban pertenencia unos meses después nos dejan indiferentes. La actividad que nos divertía se vuelve anodina en unas semanas. El tema que nos generaba curiosidad nos parece aburrido al cabo de un mes. Nos habituamos a ellas con mucha rapidez y aunque sigan presentes pierden su efecto (las biografías no hablan de ello, pero estoy seguro de que, tarde o temprano, Feynman se libro de las hormigas; justo en el momento en que dejaran de producirle curiosidad).

Así, la clave para mantener las emociones positivas presentes en nuestras vidas es renovar sus fuentes, con especial prioridad para las emociones a las que nos sabemos más adeptos, más sensibles.

Aquí es donde intervienen las circunstancias de la vida. Todos conocemos situaciones en las que nos es (a cada uno, que todos somos distintos) imposible sentir alegría o estabilidad o cariño. O cualquier otra.

Acerquémonos a cualquier situación con sabiduría aplicada. Busquemos mirar y entender lo que viene de forma que nos genere alguna emoción positiva o tratemos de cambiar lo que sea posible y merezca la pena con el mismo objetivo. Siempre con total conciencia de lo importante que es sentir emociones positivas para nuestro bienestar.

Por último, dediquemos algún rato, bastan un par de minutos al día, a recapitular las emociones positivas que hemos sentido y qué nos las ha provocado. Así reforzaremos su efecto y aprenderemos más sobre como funciona en nosotros este pilar del bienestar.

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