En cuerpo ajeno
Entre los muchos mitos que andan por ahí corriendo hay uno campeón, que tal vez a algunos les ha tocado lidiar en reuniones familiares, con amigos del colegio o de la oficina, o con el parche que se siente intelectual. Es ese chiste que dice: “Nada más peligroso para el cuerpo que hacer deporte”.
Y… ¡zaz!, así no más, desde el sofá, quien dice semejante cosa arranca con una lista de lesiones, reales o imaginarias, que parecieran sustentar la sentencia. Mientras, tratando de aguantar la burlita por enésima vez, el deportista de turno esponja la nariz, bufa mentalmente y aprovecha para soltar fuertemente el aire y, con la contracción muscular del abdomen (tómese nota: los deportistas no “aprietan la barriga”), hacer un abdominal. Hará cuantas repeticiones sean necesarias para fortalecer el core hasta que el chiste caiga de su propio peso y ruede por el piso ya sin gracia.
¡Ah, pero qué aburrición! Como el deportista no tiene tiempo –porque va a entrenar- o está muy cansado –porque acaba de entrenar-, pues no anda con ánimo de decirle a otros si ve, no le digo, es que nada más peligroso que el…… para la salud.
Por ejemplo, tengo un amigo que se las da de cocinero y que esta semana se iba fritando los dedos de la mano izquierda; ahora anda con media mano vendada como por “cirujano estético” de garaje. Pero yo no le dije “es que la cocina es tenaz; yo no lo entiendo: le salta el aceite y eso quema, sin que exista bloqueador que lo evite, como sí los hay para evitar quemadas haciendo deporte” (forzado, lo sé). Porque así se unte protector 100, el aceite caliente es… ¡aceite caliente! Por eso las torturas y las pailas del infierno son con aceite hirviendo, ¿o es que alguien ha leído que en el infierno los ponen a hacer 100 metro planos una y otra vez? ¿O a pedalear cual posesos? Tampoco se ha oído, con acento de inquisidor, un “¡venga, a nadar!, que hoy os torturaremos, cuerpos pecadores, almas impías, con 60.000 metros de solo patada”.
Sin embargo, los detractores del deporte insisten en que es pésimo para las rodillas (y dele con las rodillas), aunque sea más peligroso para las rodillas y las piernas todas viajar en clase económica en vuelos nacionales o internacionales. Y ni hablar de las “gateadas”, ahí sí rodilla venteada que, además, acaba siempre en dolores adicionales.
Los que pueden y deben pero no practican ningún deporte, y para peor de males tienen niños de coche o empezando a caminar, son mis favoritos, porque criar es puro cross training, TRX y deporte extremo en tres ruedas (si el coche tiene 4 ruedas, está out). Como no hacen ejercicio, no tienen oblicuos fuertes, pero tampoco el triángulo lumbar; a cambio baja flexibilidad de la banda iliotibial y pobre soporte del piso pélvico. Entonces, la crianza es un dolor permanente: suba el coche, baje el coche, ábralo con una mano mientras con el otro brazo sostiene al bebé y hace equilibrio para mantener la pañalera en su sitio y que no vuele de un tirón y le cause otro dolor de espalda. Agáchese a sacar el bebé de la cuna, cárguelo por horas, mézalo, acuéstelo suavecito para no despertarlo. Empiece de nuevo. Lo que las mamás llaman malas posturas, que con buen ejercicio se reducen.
No sé cuándo se volvió loable hacer mucho ejercicio, pero tampoco tengo claro cuándo fue que decidieron que no hacerlo convertía a la gente en mejores personas. Alegan que los deportistas hablan de bicicletas, de tenis y gafas para nadar; pierden horas viendo raquetas, comparando cascos, anotando tiempos y distancias, midiéndose guantes o pescando descuentos de wetsuits en Internet. ¿Y de qué tan interesante hablan los que no mueven ni un dedo? ¿Del yo pecador del exprocurador? ¿De la última edición de la revista de la Contraloría? ¿De la vena epistolar de Pastrana? ¿Brent, Brexit, Bronx?
La verdad, hay muchas otras cosas que causan más impacto en el cuerpo que el deporte. Primero, ser deportista de televisión: quien mira todos los partidos, graba el US Open, sigue de cerca –de la pantalla- las RedBull de bicicross y suda la camiseta con su equipo o alentando a Nairo. Pero solo eso, ni un sprint hasta la cocina para servirse otra cerveza.
Y dos, si de rodillas hablamos, nada peor que el sobrepeso: las muele. Deshidrata más una rumba y saca ojeras (como si fueran los morados de las caídas de los deportistas, pero en la cara). Los huesos pierden densidad y se vuelven más frágiles de tanto estar quietos; las articulaciones se hacen menos flexibles y los músculos van desapareciendo. Un mal brassiere tiene más impacto negativo sobre el pecho de una mujer que el trote con un sujetador deportivo. Y tanta locha o flojera aumenta la sensación de fatiga y el peligroso perímetro de la barriga (nótese: no del abdomen).
Lo realmente preocupante del deporte no es eso de que “no lo hago porque después me duele todo”, sino que afecta el corazón: está comprobado que su ausencia contribuye a la depresión. Y eso sí no es chistoso.
Revista Caras - septiembre/octubre 2016