EN DEFENSA DEL SENTIDO COMÚN
EN DEFENSA DEL SENTIDO COMÚN
Comencemos bien. Qué es el sentido común. Contra lo que pudiera parecer, el sentido común es un instrumento, no un fin. Y es un instrumento que apunta hacia el Ser. Necesitamos del sentido común para encontrar la esencia de lo que somos más allá de las aparentes diferencias. El sentido común es el instrumento que nos lleva a ver el horizonte por más obstáculos que impidan verlo. El sentido común, frente a los otros sentidos del cuerpo, no nos engaña a la hora de presentarnos los resultados de sus búsquedas y cuando no hacemos caso, que suele ser muy a menudo, caemos en aquello de “yo lo había pensado”, “si yo lo sabía pero…”, “por qué no hice caso a mi intuición”, etc. Cuando el sentido común es entendido como un fin, como una finalidad, se convierte en ideología, se fanatiza y comienzan los luchas intestinas de todo tipo por el “yo tengo la razón”, “yo tengo la verdad”, “mi realidad es la verdadera”, etc., etc. Cuando se usa el sentido común para legitimar nuestra visión particular del mundo, nuestra razón ideológica, estamos también, en cierta medida, usándolo como instrumento. Sí, pero ¿a qué obedece? A los miedos. Sí, el sentido común cuando es puesto al servicio de ideologías de todo tipo se alimenta de miedos de todo tipo. No solo se alimenta, sino que, a su vez, sirve para alimentar nuevos miedos en un círculo vicioso que, lamentablemente, ha servido, sirve y servirá, si no se reacciona a tiempo, para regar los campos de la historia de mucha sangre, sufrimiento y muerte. El sentido común, cuando es usado como arma ideológica, solo siembra odio y nos aleja, obviamente, de nuestra esencia y origen común. Cuando, por ejemplo, pensamos que “nosotros” nunca haríamos tal o cual cosa y basamos nuestras afirmaciones en el sentido común de “yo no soy así”. Olvidamos que en cada uno, en cada ser, “habitan” todas las posibilidades de ser. Justamente en ese escenario donde todo es posible, radica tu libertad, tu libertad de Ser. Si no tienes, si no vives esa posibilidad, estás esclavizado a sabe Dios qué o a quién. Ojo, esa esclavitud es “normal”, pues si bien nacemos libres para Ser, nuestro entorno, nuestras creencias, nuestras tradiciones heredades se encargan de ponernos los primeros grilletes aún antes de nacer. Pero el sentido común, que es común a todos y no propiedad de nadie y menos propiedad de una cárcel ideológica, nace en nuestra consciencia, como dije antes, apuntando, buscando, nuestro SER. No lo dejemos aparcado en el sector equivocado de nuestro cerebro y justifiquemos con él las insanas políticas que nos llevan al enfrentamiento. Recuerden que las ideologías, tan de moda en el siglo XX y que amenazan con afianzarse en totalitarismos de todo color en siglo XXI, necesitan enemigos, necesitan carne de cañón para no solo legitimarse, sino para pervivir. Una ideología sin enemigos deja de tener razón de ser. Una ideología sin enemigos se convierte en lo que somos, un hervidero de ideas para crear y recrear nuestra realidad. Somos ideas, no ideologías que levantan muros, con alambres de púas incluido, para no solo frenar nuestro desarrollo como Seres, sino para hacernos creer que somos libres dentro de ellas. Nadie es libre si su capacidad de crear es encadenada a himnos y consignas vacías. Nadie es libre si se deja arrastrar por miedos que son inoculados, inyectados, por todo tipo de intereses, pero en ningún caso, por el interés de sacarnos la careta de falsas creencias y vernos como lo que somos, unas criaturas del universo buscando su esencia entre las estrellas.
Hay finales inesperados. Y si no lo creen, pregúntenle a Gadafi, Idi Amin Dada, Julio César, Eva (la del paraíso y la manzana, no la de llorando por mi Argentina), Anastasio Somoza, Hitler, Stalin y tantos y tantos que se creyeron y se creen intocables e invencibles. Si hubiesen tenido un poco desarrollado su sentido común quizá no hubiesen entrado en las sendas de la maldad, mejor dicho Maldad, con mayúscula. A nuestras sociedades les falta eso, sentido común, que apunte al SER que somos y no a los egos particulares, muchos de ellos fruto de no ver más allá de su terruño, de su parcela de existencia. No somos hijos de una nación, sino de la tierra. No somos hijos de una ideología, sino de las ideas. No somos hijos de las tradiciones, ni que las cante Homero, sino de las estrellas, más que les pese a muchos y olviden o no les interese ver algo tan básico. Ver para creer, pero así están las cosas y el sentido común me dice que, de no despertar a esta noble brújula, poco o nada podrán hacer los hijos de la idiotez o imbecilidad. Ojo, sí hay una pequeña intención sarcástica en el uso de los término “idiotez” e “imbecilidad”, y pido disculpas por ello, pero realmente, más allá de ese prurito por la impotencia de ver tanto sin sentido alrededor, el uso real que le confiero no es el de lerdo o falto de inteligencia, sino el de pusilánime, el de frágiles a la hora de tomar una decisión. Sí, volcarse al sentido común conlleva romper la inercia de tradiciones que están, como quien dice, hasta insertas en el, siempre modificable, acervo genético. Ojalá la fuerza del sentido común nos acompañe en estos tiempos de cambio. Ojala llueva café en el campo.