En las orillas del Mar Rojo
Un relato para viajar por la luz, con la imaginación, y con los sentimientos. Reflexionaba sobre la perseverancia, sobre el camino correcto, reflexionaba sobre los obstáculos de los emprendedores, de los viajeros, de los pasionales. Buscaba una meta, y me encontré en una singularidad matemática, que vive en el encuentro del Oriente con el Occidente. Encontraba la respuesta, en seiza, frente al amanecer de un Mar Rojo, en el amanecer de un alma.
Hoy recordé mi dojo. Anoche soñé con un árbol lleno de grullas de papel. Ayer, después de muchos años, hablé con un sensei.
Durante la mañana, reconocí el miedo en mi vientre, aquel miedo que funciona como un sexto sentido, aquel miedo que es el mejor amigo de lo más preciado que tiene el ser humano. Se trata de un miedo que nace desde el amor, desde la luz. Se trata de un miedo que te pone un escudo en el brazo, te aprieta los dientes, te focaliza la mirada; se trata de un miedo que es capaz de ponerte la piel blanca, como las hojas de una flor de jazmín, enviando toda la sangre hacia el lugar adecuado; se trata de un miedo que va desde el cielo, hacia la tierra, desde el aire hacia el agua, un miedo que es fuego.
A las 12 del mediodía, a pleno rayo del sol, un ippon, una mae geri, directa a la boca del estómago. Fue precisa, invisible, sutil; fue tan delicada como potente. Me enrosqué del dolor, durante una infinitésima parte del tiempo, mi mente se transportó muy lejos de allí. Ese mismo fuego de la mañana, se teletransportó, como una pequeñita gota de luz, por el rayo, que a las 12.00 horas, interceptó mi cuerpo. Y lo atravesó; desde mi cielo, hasta mi tierra, por el camino más corto posible.
Viajé directamente al corazón del Sol; viajé allí, a su centro más profundo.
El viaje duró varias horas, al principio, se asemejaba a aquel sendero de Kyoto, en Japón, conocido como “El sendero del Filósofo”, o como “El sendero de la meditación”. Durante la primera hora, vi pasar 10 años. Verano, otoño, invierno, primavera, verano, otoño, invierno, primavera, verano, otoño, invierno, primavera, verano.
Por alguna razón, los veranos, duraban más tiempo que los inviernos, y las primaveras, más que los otoños. Esto hacía que los otoños y los inviernos sean intensamente bellos. Estación tras estación, recorría un hermoso sendero, los fenómenos de la naturaleza se repetían; me daba un sentido de orden, un sentido de seguridad; me hacía sentir que las sorpresas no existían, que las incertezas desaparecían.
Al pasar los diez años, la situación se puso diferente. De frente a un mar de estrellas, el movimiento era solo evidente por la transformación de los puntos luminosos, en pequeños hilos de luz; cuanto más avanzaba más se cristalizaban, tenían una consistencia más firme, más estructural; se asemejaba al sentimiento de entrar desde la raíz en el tallo de una rosa; se sentía cómo verla crecer por dentro, desde el corazón de la semilla.
De repente: Pluf!
Cómo el nacimiento de una flor en cámara ultra veloz sentí transformarme en parte de un todo. A las 12.00, y una infinitesimal porción de tiempo después, volví a mí.
Fue lo que se define como Singularidad Matemática.
Una Singularidad Matemática, más allá de parecer algo que da miedo, pero me refiero al otro miedo. Me refiero a la otra cara de la moneda, a la sombra de la luz, al polo opuesto, al complementario perfecto; los románticos lo llaman “la media naranja”.
No entremos en debates.
Me explico mejor, el autoritarismo de mi última expresión no radica en que no me gusta la pluralidad de voces. Aunque fomento las estructuras para hacer crecer la creatividad, y la imaginación, mi bandera es la libertad.
Con mi negativa a debatir, me refiero a que existe un plano, que deseo ver en mi sociedad; que deseo ver en todo el mundo; que deseo ver en todo mi mundo; que deseo ver en todo tu mundo; donde existe la armonía. Hablo del acto de magia. Hablo de un acto de genialidad global. Hablo del inicio de una época dorada, o verde, o del color de las alas de una mariposa.
La Singularidad existe, como existe en nuestra imaginación, en nuestra mente, como existe en nuestra matemática, en nuestro cuerpo. Una Singularidad Matemática, es un fenómeno que todos vivimos en el cotidiano, la conocemos muy bien.
Las funciones matemáticas son como maquinas que viven en la imaginación, también viven en las redes neuronales de las IA, parecería que viviesen en la luz, entre los hilos de la sinapsis, y entre los hilos de cobre, plata, y oro. Las funciones matemáticas son generadoras de cambio, transforman algo que entra, en algo que sale. Existen muchos tipos de funciones matemáticas, pero algunas de ellas presentan comportamientos extraños, impredecibles, si lo que se le mete determinados números, determinadas sustancias. A este comportamiento inesperado se lo denomina Singularidad de la función.
En las matemáticas, se menciona a la Singularidad cuando las reglas fallan.
En los trece libros, que componen el tratado matemático y geométrico Elementos, de Euclides, escrito por el matemático y geómetra griego Euclides, alrededor del 177 a. C., en la ciudad de Alejandría, existen puntos de falla. En la profundidad de 2 + 2 = 5, hay una verdad, pero solo puede estar cierto quien navega esas profundidades del conocimiento.
Las Singularidades no pueden escribirse en un papel, a través de técnicas aritméticas elementales, aquellas que todos conocemos, y se que muchos odiaron, sino que se suele utilizar un lenguaje compuesto por otro tipo de símbolos.
Símbolos, como pueden ser las cadenas de códigos, los logotipos empresariales, los diseños, las películas, la Mano de Dios de Maradona en el México ‘86, o el 3-2 de Messi a Francia en Qatar ‘22. Símbolos.
Este tipo de símbolo que representa la Singularidad contiene la noción de “limite”, de “infinitos”, de “infinitos negativos” e “infinitos positivos”, de “infinitamente próximo a…”, tanto “visto desde la izquierda”, como “visto desde la derecha”.
Así que, mirando a los ojos al amor de tu vida, en la Piazza San Marco de Venecia, debajo de un cielo completamente azul, la sombra borrosa de la aguja del gran reloj de la Torre dell'Orologio, detrás del rostro de la muchacha con ojos color miel, provenientes de las orillas del Mar Rojo, en aquel plano donde el tiempo parece paralizarse, pero aún no se detiene, un instante antes de las 12.00, “acercándonos infinitesimalmente cercano a las 12.00 por izquierda”, un rayo de luz del Sol en su cúspide eyecta un haz de luz que atraviesa el centro de eje de su cuerpo, “por izquierda, por derecha, por los 360°, infinitesimalmente cerca al eje de su cuerpo”, y pasaron ya las 12.00, y transitamos la otra singularidad, “la porción que existe acercándonos por derecha una infinitesimal distancia de las 12.00”, y pasamos las 12.00 definitivamente.
Todo aquello que el ser humano es capaz de imaginar, es también capaz de crear, y para imaginar una Singularidad, solo debe ser capaz de Amar.
Durante la tarde, apenas pasadas las 12.01, miraba un partido de futbol, se llamaba Club Deportivo Branca, estaba sentado sobre una baranda de fierro, tomando mate con amigos, el viento soplaba fuerte, el jugador número 11, con la cara interna del pie izquierdo, golpea el balón con fuerza, y en el instante inmediatamente posterior, digamos “una porción de tiempo proporcional a la que existe acercándonos por derecha una infinitesimal distancia de las 12.00, después del golpe al balón”, irgue su columna desviando el baricentro del cuerpo el mismo avance de su sombra sobre el césped, e impacta armoniosamente sobre la red del margen superior izquierdo del arco, durante una infinitésima porción de distancia por dentro de la línea blanca que delimita el éxito, del fracaso, la gloria, de la derrota, la oscuridad, de la sombra.
Una simple singularidad, que entrena continuamente la capacidad de una persona para adquirir una de las mayores virtudes: la perseverancia.
Esta vez ganó el efecto, gana el Branca 3-0.
Este sensei se me acercó. Claro que uno no reconoce un sensei así por que sí. Indefectiblemente se debe conversar. No fue nada difícil. En toda cancha, en general, en mi situación, todo inicia con: ¿no jugas vos?, y continua con un: “No, yo hago karate”. En este caso en particular, de frente había un sensei. El tono de voz, la serenidad en el modo cuando se menciona la disciplina del karate, la posición del cuerpo en todo momento, la presencia de sus manos, que en todo momento se sienten ligeras, agiles, y en jóvenes, al menos la porción de tiempo necesaria. De todos modos, nunca hay una razón por el cual necesitar sus habilidades, este tipo de personas prefieren dar la mano, simplemente, con la postura de respeto hacia el otro, la mirada sobre todo cambia.
Desde hace tiempo, no hablaba con un sensei. De mi bolsillo tomé mi billetera; detrás de la foto de mis abuelos, llevo desde hace años dos pequeñas hojas de papel, una contiene una frase y la otra una poesía, ambas escritas a puño y letra por mí; mientras viajo, mientras camino tierras desconocidas, llevo siempre mis armas: libros, que aparecen, desaparecen, y se transforman, a través de los viajes; una lapicera, y un cuaderno; estos dos papelitos, detrás de la foto de mis abuelos; algunas otras cosas más.
Esos dos papelitos, son herramientas de ingeniería para mi mente, para mi imaginación; son como las funciones matemáticas, o bien, como la melodía de una canción; las uso solo cuando es necesario.
Con el sensei, nos recordábamos el silencio del dojo, el respeto del dojo; recordábamos la sensación de entrar en un mundo diferente, la sensación de entrar a un lugar aislado de nuestra rutina. Poco se habla en los dojos, incluso diría que aquello que se habla se asemeja a escuchar nuestra propia voz, cuando uno se habla frente al espejo.
Nos recordamos del makiwara, un poste de madera semi-rígido, desarrollado en la Isla de Okinawa, Japón, que sirve para aprender a dar un golpe, del cual demasiado no se habla. El objetivo principal del makiwara es la alineación de cuerpo, y la proyección de la fuerza al momento de impactar el golpe. A veces al makiwara se le coloca un peso de plomo, conocido como “plomada”, detrás, pendiendo de un hilo, desde el techo. El makiwara es muy rígido, y difícil de mover, de todas formas, tiene la capacidad de contornearse como un junto, si es perfectamente impactado. Al contornearse, la madera golpea el plomo, e impacta sobre la pared. Se trata de un golpe muy fuerte, muy delicado, y sutil, a la vez.
Los karatekas pasamos años frente al makiwara, y no hay un fin. El hecho por el cual no hablamos demasiado del makiwara es que, quien no conoce la filosofía, ve violencia y dolor, pero quien conoce la profunda filosofía detrás del Arte del Karate, sabe que el dolor es simplemente un efecto secundario, de un camino interno, espiritual, y lleno de paz.
El karateka sabe, que, a pesar de entrenar la perfección de un golpe, durante años, por un lado jamás llegará a hacerlo bien, y también sabe que jamás pondrá en práctica ese golpe. A priori, parece absurdo, me recuerda al Mito de Sísifo, de Albert Camus, y quizás lo es.
El primer papelito contiene una frase de Anneo Séneca, que leí en la carta número 76 del libro: Las cartas de Séneca a Lucilio, que es una citación literal de la Divina Comedia de Dante Alighieri, Virgilio, Eneide, VI, y dice, en italiano:
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“O virgine, nessuna forma di travaglio mi giunge nuova e imprevista; tutto ho presagito; tutto ho ponderato. I mali che oggi mi annunzi io li ho sempre annunziati a me stesso; sono pronto a tutti gli eventi connessi con la mia condizione di uomo”.
Se trata de la respuesta de Eneas a Sibila de Cuma, la cual le había predicho la adversidad que encontraría en la región del Lazio:
“Oh virgen, nada de lo que me suceda me es nuevo e inesperado; todo lo he previsto; reflexioné, sobre todo. Los males que hoy me anuncias, siempre me los he anunciado a mí mismo; estoy preparado para todos los acontecimientos relacionados con mi condición de hombre".
Esta frase, es un instrumento para aquellos momentos donde uno necesita paz, no se trata de un grito de batalla, ni se trata de un momento de resignación, tampoco se trata de dolor, ni de sufrimiento. Esta frase me recuerda el amor por la vida. Me recuerda a un regalo, a mi Madre, y a mi Padre.
Luego de leer esa frase miro el Sol, la Luna, las estrellas. Recuerdo que estoy aquí, en el corazón de la tierra, donde existe el Jardín de las Mariposas. Recuerdo a aquellos que ya no están, y que me miran, brillando, desde ese mismo Sol, desde esa misma Luna, desde esas mismas estrellas. Sonrío; respiro hondo; pestañeo una única vez, al mismo ritmo que el respiro; tomo una decisión; acepto las consecuencias de la acción, las consecuencias de desplegar las velas, ante una ráfaga de viento que se dirige hacia lo inexplorado, hacia la aventura, hacia lo incierto.
El otro papelito, contiene un poema, que escribí, en el año 2016, en Chivilcoy, Buenos Aires, Argentina, después de conversar, sobre el amor y la vida, con un hermano, con un sempai, con un viajero, uno que cinco años después, me daría mi cinturón negro, bueno, su cinturón negro, en karate diríamos: el cinturón negro.
El poema, se titula “Destino”, decía así:
"Sobre tu espalda, princesa, una pluma de miel, se eleva, y decanta.
El viento de mil jazmines, con la luz de ese farol, desde la ventana, te abraza.
El fuego en tus ojos, consume el oxígeno de mi mente.
Inquieto tu rímel, pinta la obra del año, en el lienzo de mi pecho.
Tu autoritario poder sobre mis sentidos, más reina que princesa en mi tierra, echa
raíces.
No hay camino sin amor, no hay amor sin vida, no hay vida sin luz, no hay
Luz sin recuerdo, no hay vida sin final.
En el viaje por el haz de luz del encuentro de nuestras almas en la tierra, instintivos como leones del Atlas, danzamos, armónicos, al ritmo de miles Qraqeb.
Develamos los secretos de los misticismos de las culturas, vivimos, por un instante, y en
la singularidad del tiempo, en el vientre del Sol.
Seré tu Luna, moviendo las mareas, hasta que llegues a puerto, mientras yo me dirijo, encandilado por tu brillo, a levantar el ancla.
Fugaz y en libertad, te contemplo en las estrellas, esperando verte llegar. Esperando verte llegar del viaje que comenzó 500 años luz atrás; que comenzó cuando aquella molécula acarició las alas de la gran mariposa estelar.
Las causas y los efectos se encuentran lejos. Pero se encuentran".
Del karate, y del amor, ya no hablaré más en este relato, tampoco hablaré de matemática. Me despedí de ese sensei, en ese Lago de Alacuás.
Respiré el aroma de la gran flor de jazmín que vive en el corazón del Sol. Saludé a Euclides, a Dante, a Anneo, a Enea, y a Sibila de Cuma. Saludé al número 11, y a todo el equipo del Branca. Saludé a mi hermano. A Lucilio le envié esta carta.
A las orillas del Mar Rojo, en la singularidad de ese instante, transito 10 años de estaciones, mirando amanecer el alma, de la muchacha con ojos color miel, en el lejano horizonte; con la paz de estar en mi dojo, sentado en seiza, con el libro de papel piedra en mi mano derecha, y una lapicera en la izquierda.
Sr. Outheway.
Fundador y C.E.O. de Free Consulting Group.
Freedom to create. Innovation for a better world.
Lectura recomendada: El libro de papel piedra.
Nota:
Inspirado en mi dojo, en el Club Racing de Chivilcoy, en mi hermano y sempai, Agustín Francisco Pagano, en mis primeros años estudiando Ingeniería Industrial, en la Universidad de Buenos Aires. Inspirado en mis viajes en Asia, y en mi vida en Europa, en una caminata de verano por las orillas de una playa en Boracay, Filipinas, en un partido de fútbol del Club Deportivo Branca, en Valencia, España. A mi musa.