Encontrando sentido en el caos

Encontrando sentido en el caos

Cuando fracasamos, cuando tropezamos, en la tragedia propia o ajena, el instinto nos empuja a buscar un patrón, una lección escondida en el caos. Ese impulso de conectar puntos, de ver la estructura en lo roto, es nuestra mente buscando un historia que nos permita avanzar. Levantarnos.

Y es irónico que detrás de esto hay dos fallas en el funcionamiento de nuestro cerebro.

La pareidolia, un fenómeno en el que el cerebro humano percibe patrones familiares, como rostros o formas reconocibles, en objetos o estímulos donde realmente no existen. Vemos cosas conocidas en elementos abstractos o aleatorios, como identificar animales en las nubes o caras en la superficie de la luna o en los azulejos del baño.

La apofenia parece una evolución del anterior. Consiste en ver patrones o conexiones en datos o eventos aleatorios, incluso cuando no existe ninguna relación objetiva entre ellos. Todos experimentamos también apofenia en mayor o menor medida, especialmente cuando intentamos encontrar sentido en eventos complejos o buscamos predecir el futuro a partir de patrones ilusorios. Los escritores de horóscopos (personales y profesionales) y quienes analizan mercados financieros explotan -conscientemente o inconscientemente- esta predisposición, logrando que los demás veamos conexiones en lugares donde solo hay azar, como interpretar las fluctuaciones del mercado de valores o creer que cierta combinación de números tienen un significado especial. Y seguramente lo que nos encadena al móvil y a Internet.

Estos "defectos" cognitivos también nos permiten fracasar bien, superar el duelo, abrazando el error o la tragedia con la dignidad de quienes estamos dispuestos a aprender. La apofenia y la apreidolia, nos ayudan a darle sentido al día a día, al fracaso y al dolor. Aunque no haya un patrón real, aunque las piezas no encajen perfectamente, construimos una historia que nos fortalece y nos impulsa a intentarlo de nuevo. Conectar los puntos, como diría Jobs. Vemos una trayectoria coherente donde en realidad sólo hay movimiento caótico.

Y aquí es donde empieza lo mágico: aunque la conexión sea ilusoria, el aprendizaje es real. No deja de ser irónico que estos "fallos" del cerebro nos permita encontrar significado en el fracaso y el dolor y, en ese significado, hallamos la fuerza para levantarnos para el siguiente envite. No importa si el vínculo es imaginario; lo que importa es que nos hace superarnos, crecer.

Todos fracasamos alguna vez, en algún aspecto de nuestras vidas. A lo grande. En lo pequeño. En la toma de decisiones. En conversaciones difíciles con nuestras parejas, malentenidos o bienentendidos con la familia, con amigos, compañeros, con conocidos, con desconocidos, con responsables, con irresponsables, con clientes. Siempre hay una conversación que te hubiera gustado tener y ya no es posible. Cuando sólo "sabes" tener exito o sólo quieres tener razón, , estás en realidad poniéndote límites, que no sobrepasas y no te permite crecer. No aprendes. Terminas nadando en una mediocridad existencial, que tarde o temprano , también, nos muerde a todos. Hay que aguantar la plancha hasta que te fallen los triceps o el abdomen si quieres ganar músculo.

No deja de ser irónico también que la resiliencia pasa por cometer errores, por buscarlos, por esperarlos. En el error, en el límite, en el accidente, y a veces, sólo a veces, en la tragedia, es donde surge la serendipia. Ese momento en el que encuentras algo que no estabas buscando, pero que resulta ser justo lo que necesitas o incluso algo mejor. La penicilina que todo lo cura. El pensamiento que te ayuda. La serendipia es el fruto de una combinación entre accidente y predisposición a ver la posibilidad de otro resultado. Nos permite ver el valor en lo inesperado. Pero no se manifiesta por ponerle nombre, se manifiesta cuando tienes la mente abierta a otras posibilidades.

Esta tarde me ha llamado mi hermana. Y tenía ese pálpito que sólo saben dar lo teléfonos. Y me lo ha confirmado, ha muerto Estrella, una antigua novia. Una muerte absurda, como lo son la de gente joven, fruto de accidentes o enfermedades raras. Y he recordado de manera totalmente aleatoria, aquella vez que en medio de un abrazo, apuntó al cielo y me quiso enseñar un dragón en las nubes. Me burlé. No lo vi entonces. Y ahora, después de tantos años, lo veo. Tenía que dejarlo por escrito. Descansa en paz.

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