Entendiendo nuestro cerebro: la aportación de la Neurofilosofía

Entendiendo nuestro cerebro: la aportación de la Neurofilosofía

El cerebro es como el polo norte de la ciencia y de la filosofía: es la parte más deseada y disputada por los académicos de muchas disciplinas, es rica en recursos valiosos para el resto del cuerpo humano, pero también es la más desconocida e inexplorada. Posiblemente nuestra manera de pensar, de decidir, de comportarnos tendrían una explicación completa si conociéramos la composición y el funcionamiento de nuestro cerebro, pero hoy solo estamos en los comienzos de esa exploración. 

En los últimos años, el auge de estudios sobre el cerebro, desde diversas disciplinas, como la psicología cognitiva, la filosofía, o la bilogía, entre muchas otras, ha generado un impresionante crecimiento de nuevas ramas de la ciencia, con hallazgos fascinantes. Una de las más novedosas es la neurofilosofía (neurophilosophy), cuya tesis fundamental es que los estados mentales (mental states) de las personas -vgr., un pensamiento, un recuerdo, una sensación- tienen una explicación físico-química que se origina en el cerebro. Por ejemplo, el sentimiento de felicidad que nos invade cuando saludamos a un ser querido tras un viaje se produce porque nuestro cerebro segrega ciertas hormonas, concretamente oxytocin y vassopressin, que nos hacen ser más sociables, empáticos y alegres. Lógicamente, el proceso completo en nuestro cerebro es mucho más complejo, porque intervienen varias de sus partes. Por ejemplo las neuronas que reciben la información visual mediante impulsos eléctricos desde el nervio óptico, los recuerdos y la información que nos proporciona la memoria, procesada en otra parte del cerebro, y muchos otras interacciones neuronales, llamadas técnicamente sinapsis, todo ello en instantes.

Precisamente una de las preguntas a las que intenta responder la neurofilosofía es esta cuestión recurrente tratada por los grandes filósofos, que es la relación entre mente y cuerpo. El tema es trascendental, porque tiene que ver con la existencia de lo que algunos llaman alma, creyendo incluso que subviene a la muerte corporal, como se planteaba Sócrates poco antes de cumplir la sentencia de muerte y beber la cicuta. También tiene que ver con cuestiones relacionadas con nuestra propia identidad, con cómo nos vemos y entendemos a nosotros mismos. Incluso se pueden plantear casos que cuestionan la existencia de una identidad lineal o única a lo largo de toda nuestra vida. Por ejemplo, ¿qué sucede si en la edad adulta padecemos de amnesia, y no recordamos ningún episodio anterior? En este caso, ¿tenemos una identidad distinta, y somos de alguna forma otra persona, aunque contemos con el mismo cuerpo? Otro caso es menos dramático, y se produce con frecuencia. Algunas personas, cuando contemplan su vida de manera retrospectiva, no la ven como una trayectoria integrada u homogénea, sino que la contemplan más bien como distintas etapas diferenciadas, de manera que utilizan incluso la expresión “era una persona distinta”, o “no era consciente” para referirse a un episodio del pasado. Las personas cambian, se suele decir con razón, de manera que a veces también se transforma su personalidad y su identidad, sin necesidad de experimentar una patología psicológica.

O imaginemos que en el futuro cualquier órgano humano puede reponerse en impresoras 3D en casa, y que, en una obsesión por estar siempre en forma, nos damos cuenta de que ya hemos cambiado el 90% de nuestros órganos. En este caso, al tener prácticamente un cuerpo nuevo ¿somos una persona distinta? La casuística sobre temas análogos, y muchos otros relacionados por ejemplo con el libre albedrío o la responsabilidad personal podrían multiplicarse exponencialmente. 

Recuerdo que la primera discusión en uno de los seminarios a los que asistí en la Universidad de Oxford trataba sobre un tema parecido. El problema se planteaba en estos términos.

Hay un cerebro sumergido en una cubeta, protegido por un líquido amniótico que lo mantiene en condiciones estables. El cerebro está conectado por unos electrodos a un ordenador que le trasmite una serie de estímulos y de información. Por ejemplo, durante el día ese cerebro recibe imágenes y el resto de información sensorial que le permite asistir -virtualmente- a una jornada de trabajo regular, seguida de la práctica de un deporte, unas copas con los amigos, y finalmente un rato con la familia en casa, antes de disfrutar del descanso nocturno. El cerebro no advierte, necesariamente, que todos esos datos y estímulos que recibe son artificiales, porque las percepciones y las vívidas impresiones que experimenta, los hace reales. Si acaso, en un proceso de reflexión sereno, podría plantearse de manera consciente, si todo lo que “vive” es real o es inventado. Pero difícilmente llegaría a darse cuenta de que solo es un cerebro en una cubeta, a no ser que el ordenador al que está conectado le trasladara imágenes del laboratorio donde tiene lugar la operación, o le presentara a un amigo que le planteara este dilema.

El caso del cerebro en una cubeta se asemeja a relatos de ciencia ficción, donde la realidad y la ilusión se entremezclan, como en la conocida película Matrix. Muchos filósofos, y muchas personas, se han planteado en alguna ocasión si la realidad percibida es cierta o es irreal. Aunque hayamos tenido ese pensamiento fugaz, posiblemente hayamos descartado finalmente la teoría de la conspiración, la idea de que efectivamente una máquina controla todos nuestros pensamientos y deseos. Una conocida película de ciencia ficción, The Manchurian Candidate, plantea precisamente el caso de cómo una senadora norteamericana sin escrúpulos, pero con una ambición desmedida y apoyada por otros poderosos, ha hecho que intervengan el cerebro de su hijo, y de sus colegas marines, para convertirle en un héroe y ser manipulado cuando resulte elegido presidente del país. Afortunadamente, uno de los compañeros del candidato descubre la trama y le dispara letalmente cuando celebra su triunfo en las primarias, dando al traste con el complot. 

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Recurrir a la teoría de la conspiración es la manera más perezosa, y menos científica, de explicar cualquier fenómeno, aunque desgraciadamente es frecuente en política o incluso en los negocios. Una de las obras clásicas de la literatura, la Odisea, ofrece la mejor coartada para los partidarios de las conspiraciones. Allí, Ulises sufre en su propia carne la conspiración de prácticamente todos los dioses del Olimpo, que provocan todo tipo de incidencias para retrasar su regreso al hogar. Pero estamos ante una obra de ficción. También la Biblia nos cuenta el caso de Job, un hombre bueno cuya lealtad y fe son puestas a prueba mediante todo tipo de calamidades, en una especie de apuesta que hacen Dios y el diablo. Al final Job es recompensado por su resiliencia, aunque nos queda la duda de si le queda un regusto de amargura por lo sucedido.

Sin embargo, cuando hemos acumulado cierta experiencia, sabemos que nuestras vidas no son objeto de una conspiración. Es cierto que hay algunas personas, posiblemente una minoría, que creen firmemente en el destino, o que se proclaman deterministas, en el sentido de que todo está preprogramado y no existe libre albedrío. Sin embargo, en la mayoría de los casos somos suficientemente conscientes de la mayoría de nuestras decisiones, y nos consideramos razonablemente responsables de casi todas nuestras acciones, incluso aunque no hayan sido deliberadas. Todo tiene una explicación, muchas veces más sencilla de lo que se piensa. Incluso las cosas que no vemos, lo sabemos por la ciencia, tienen su explicación en leyes que rigen la naturaleza, aunque no sean perceptibles, como la ley de la relatividad, o leyes que explican el comportamiento social, como la mano invisible que actúa en el mercado.  

No obstante, volvamos a la cuestión fundamental que nos planteábamos, que está en el centro de la discusión filosófica. ¿Quiénes somos, y cómo se relaciona mi mente, que es la que piensa, recuerda, siente llora y ríe, con mi cuerpo, que percibo con los sentidos, puedo tocar, ver y sentir? Las dos grandes corrientes que dan respuesta a este interrogante se suelen denominar dualismo y monismo. Como sucede con otros temas filosóficos, estas dos posiciones se suelen definir en términos extremos, al efecto de facilitar el entendimiento y la discusión, pero podrían plantearse muchas versiones intermedias. 

El dualismo sostiene que mente y cuerpo son dos entidades distintas, que pueden o no estar conectadas. El fundamento de los dualistas es que las experiencias sensoriales son muy distintas de las reflexiones o del análisis racional, y para su análisis se emplean facultades muy distintas. Los creyentes y defensores de la existencia de un alma que sobreviene al cuerpo -aunque esta no es propiamente una posición filosófica, sino religiosa- serían también dualistas. Quizás el representante más caracterizado fue René Descartes, el primer filósofo moderno, que proponía la duda metódica acerca de cualquier proposición, hasta que la analizáramos a la luz de la razón. Descartes trazó una separación tajante entre res cogita(la cosa pensante, la mente) y res extensa (el cuerpo), y pensaba, en una elucubración ciertamente ingeniosa, que ambas partes se unían en una parte del cuerpo llamada glándula pineal, localizada en algún lugar del pecho. Era dualista, pero pensaba sin embargo que existía una conexión entre mente y cuerpo, algo que parece evidente por la experiencia que todos tenemos de cómo los estados mentales y el ánimo influyen en nuestro vigor corporal, y viceversa.

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Por otro lado, el monismo defiende que cuerpo y mente se identifican en la misma entidad, y tienen el mismo principio de actuación. Esta visión es consistente con la aproximación biológica a la ética, de acuerdo con la cual el cerebro humano es el motor de nuestros pensamientos y de nuestras acciones, así como el receptor de todas las experiencias sensoriales. En definitiva, es la unidad central de operaciones del ser humano. Como está demostrado científicamente, los órganos de la especie humana han evolucionado a lo largo de miles de años, hasta adoptar hace relativamente poco tiempo la forma y la función que tienen actualmente. Nuestro cerebro, en este sentido, no distaría mucho en su composición del que tenían nuestros antepasados que vivían en cavernas, aunque la vida social se ha transformado de forma exponencial, especialmente en los últimos veinticinco siglos. Es, en este sentido, desconcertante contar con un cerebro que está diseñado para cazar y defenderse de las alimañas, pero que tiene que funcionar en una sociedad hipercompleja, donde es posible tener acceso a información virtualmente infinita y relacionarse con personas de todo el planeta. 

Vistas las diferencias entre dualismo y monismo, y teniendo en cuanta el desarrollo de la neurociencia, cabe preguntarse si hay alguna consecuencia práctica entre las versiones más moduladas de ambas opciones, entre un dualista que defiende la conexión entre mente y cuerpo, o un monista que entienda que las facultades sensoriales y las mentales, aunque procesadas en el cerebro, pertenecen a órdenes o categorías diversas. 

La psicología cognitiva, con autores como Kahnemann por ejemplo, explican también que hay dos sistemas de pensamiento, uno rápido e instintivo, casi reflejo, y otro reflexivo que requiere de más tiempo de procesamiento. Al primer sistema pertenecería la pregunta ¿cuánto es 2+2?, que se responde casi sin pensar, mientras que una pregunta característica del segundo sería ¿cuánto es 24 x 17?

El planteamiento de Kahnemann es muy similar, conceptualmente, a la analogía del que Platón utilizaba para explicar como se rige nuestra mente. El filósofo griego explicaba que nuestra mente es como una auriga, que dirige un carro tirado por dos caballos, uno impetuoso y rápido -el de los instintos y las pasiones- y otro pausado y tranquilo, que balancea el empuje y corrige la trayectoria.

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Dr. Nicolás Ricardo Chafloque Bendezú

Doctor Administración, EMBA, Economista | Internal Audit Foundation Ambassador | QA Evaluador Calidad Auditoría Interna | Certificado Formación de Docentes | Consultoria ERM y Control Interno Auditoria Basada en Riesgo.

2 años

Artículo inquietante de la ciencia del cerebro, en particular evoca la frase de Marianne Wolf (académica y educadora) Cuando expresa que: El cerebro se adapta constantemente, quizás se dé por la Neurofilosofía : explicación físico-química que se origina en el cerebro. Gracias.

Branislav Hromada🇸🇰🇪🇸

Coach & Trainer & Psychotherapist & Hypnotherapist

2 años

Y que tal con Daniel Dennett quien ofreció una solución al problema Mente-Cuerpo a través de un cambio de pregunta?...

Gladys Milagros Bazan Espinoza

Contador tributario en OCHOA, FARFAN Y ASOCIADOS S.C.

2 años

Excelente tema

Cecilia Alarcon

Empresario en Marketing cecilia alarcon

2 años

Excelente tema que invita a entender y sobre todo aprender a usarlo, reconocer el mapeo de lo que tenemos por cabeza, que le da el lenguaje ideal, maravillosa perfección, conexión, tanta, hasta la luna. Saludos cordiales, siempre admirable y con gusto lo comparto. Muchas Gracias. ☝🏼🧠💗😌 Universo.

Ariadne Gallardo Figueroa

Creadora de canal en Youtube, blogger y podcaster

2 años

Célebre trabajo, me ha fascinado de forma excepcional, muchas gracias por compartir sus reflexiones con todos nosotros, saludos cordiales Santiago Íñiguez

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