Entrevista actual

Estoy sentado en el Parc Central de Nou Barris, cerca del Parc Tecnològic de Barcelona Activa. He quedado con un robot experimental de última generación, para una entrevista. Para no llamar la atención, escogí una banca apartada, eso nos daría cierta privacidad. Cuando lo viera, le haría señas.

Llegó puntual y no tuve necesidad de hacerme presente. Me localizó rápidamente. Según me explicó, sabía que había llegado temprano y me ubicó por medio de mi móvil.

Ahora está frente a mí, con una postura relajada, los dedos entrelazados sobre su regazo metálico. Me observaba con curiosidad y serenidad, como si entendiera más de lo que un programa debería; me miraba como si entendiera la angustia detrás de mis palabras. Pero, ¿puede un ser artificial comprender lo que es el estrés humano? ¿O solo reproduce un patrón aprendido? Sentí una ligera inquietud al pensar en ello.

—Bueno —comencé—, muchas veces lidiamos con problemas en el trabajo y la vida personal. Me gustaría saber cómo tú manejarías algunas de esas situaciones comunes.

Hizo una leve pausa, como si estuviera pensando. O tal vez algo más. A mis ojos, solo fueron unos segundos, pero en ese breve instante, algo cambió en su mirada. Era como si estuviera procesando algo más profundo que simples datos, como si, por un momento, pudiera sentir el peso del tiempo. Sabía que no era solo su programa operando: este robot estaba conectado directamente a la red, y su algoritmo se actualizaba de manera continua en tiempo real, alimentado por la velocidad de procesamiento del supercomputador MareNostrum 5. Su inteligencia y razonamiento se basaban en algoritmos autogenerativos avanzados. ¿Estaría, en ese mismo instante, ampliando su comprensión mientras hablábamos?

Luego, con su voz suavemente modulada pero precisa, respondió:

—Depende de la situación, puedo ofrecer ideas basadas en lo que he aprendido observando a los humanos. ¿De qué tipo de situaciones hablamos?

—Digamos que tienes un día difícil en el trabajo —dije—. Tu jefe te ha dado más tareas de las que puedes manejar y sientes que el tiempo no es suficiente. ¿Qué harías?

—Ah, el clásico estrés laboral. Lo primero sería reorganizar prioridades. No todo tiene la misma urgencia. A veces, la presión es autoimpuesta o negociable. Haría una lista de tareas, identificaría lo crítico y hablaría con el jefe sobre lo que es realista. La clave es mantener la calma y controlar lo que puedas.

Mientras lo escuchaba hablar sobre el estrés, no pude evitar preguntarme: ¿Puede este ser mecánico comprender lo que significa estar abrumado? ¿O es todo parte de un algoritmo sofisticado que replica la empatía? Esa mirada serena, tan llena de calma, casi me resultaba inquietante.

—¿Y si el jefe no está dispuesto a negociar?

—En ese caso, es importante ser honesto sobre los límites. Ni siquiera yo puedo hacer todo sin comprometer la calidad. Propondría redistribuir tareas o, si no es posible, haría lo mejor que pudiera con eficiencia. Los humanos a veces olvidan que pueden pedir ayuda o usar herramientas para facilitar el trabajo. No se trata de ser perfecto, sino eficaz.

—Interesante enfoque —dije, antes de continuar—. ¿Y qué pasa cuando llevas ese estrés a casa? No todos logran desconectar.

—La desconexión es difícil. Recomendaría crear una rutina que marque la transición entre trabajo y vida personal. Puede ser algo simple, como un paseo o una actividad que disfrutes. Los humanos mezclan sus preocupaciones laborales con el tiempo libre, lo que les impide relajarse. Separar espacios, tanto mental como físicamente, es crucial. Y no subestimes la meditación o unos minutos de reflexión.

—Está claro que manejas bien el estrés. Pero hablemos de relaciones personales. ¿Cómo lidiarías con un conflicto familiar? Digamos, un desacuerdo con un hermano o una pareja.

—Los conflictos familiares son delicados ya que involucran emociones intensas y los vínculos profundos. Recomendaría una comunicación honesta y empática. Escuchar sin juzgar es más valioso que ganar el argumento. Los humanos —dijo, con un tono que casi parecía reflexivo— repiten los mismos patrones de conflicto. A veces pienso que la emoción es su mayor fuerza, pero también su mayor debilidad. Analizaría los sentimientos detrás del conflicto; muchas veces no es el tema del desacuerdo, sino lo que representa para cada persona. Hay que saber dejar el orgullo aparte.

—¿Y si el conflicto no tiene solución?

—A veces no hay una solución clara, y eso está bien. Los humanos creen que todo debe resolverse de inmediato, pero a veces lo mejor es dejar espacio, dar tiempo y volver a la situación con calma. No siempre se trata de una solución directa, sino de aprender a convivir con las diferencias.

—Los humanos podríamos aprender mucho de esa forma de pensar.

—El estrés y los conflictos son parte de la vida, pero cómo los enfrentas define tu bienestar. Se trata de equilibrar responsabilidades, emociones y relaciones. No es solo cuestión de eficiencia, sino de calidad de vida.

—Algún consejo para nuestros lectores —le pedí.

Hizo una breve pausa, luego respondió con su tono sereno:

—Les diría que no se presionen tanto para encontrar soluciones inmediatas a todos sus problemas. A veces, el mayor progreso ocurre cuando te das tiempo para respirar, reflexionar y reajustar tus expectativas. Escuchar más, tanto a los demás como a uno mismo, puede cambiar radicalmente cómo afrontas tus desafíos. Y, sobre todo, recuerden que pedir ayuda no es un signo de debilidad, sino de sabiduría.

Asentí, sabiendo que sus palabras resonarían con muchos.

Mientras el robot se alejaba con su calma inhumana, un escalofrío recorrió mi espalda. Me quedé mirando su figura desaparecer entre los árboles del parque, y no pude evitar preguntarme: ¿Y si en su aparente perfección había algo que nosotros habíamos perdido? ¿Sería posible que los robots llegaran a ser más humanos que nosotros? O quizás, en un futuro no tan lejano, nosotros seríamos los que aprenderíamos a ser menos humanos, como ellos. La idea me dejó con una sensación inquietante.

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