Equidistante en los bordes

Equidistante en los bordes

He pensado mucho en cuál es la tarea que más he disfrutado hacer en mi vida profesional, en ese denominador común que me inyecta un poco de adrenalina en todas las posiciones que he tenido.

Quizás la mayor revelación fue que no se trataba, presumiblemente, de alguna tarea común que haya estado en mis descripciones de puesto. Lo que hacía más sentido era que tuviera un vínculo con lo que voy a hacer para cumplir con esa tarea.

¿Escribir? ¿Investigar? ¿Analizar? ¿Gestionar?

He pensado mucho en cuál es la tarea que más he disfrutado. Sin embargo, una vez encontré la respuesta, me pareció más que obvia.

Siempre fue enseñar.

Todavía recuerdo el primer trabajo que tuve en el mundo del marketing y la publicidad: debía manejar las cuentas de las redes sociales de un hotel. Para ello, tuve que estudiar el brand book más enorme y fascinante que he visto, y yo, siendo el eterno perfeccionista, sentía cómo se me calentaba la sangre cuando no era cumplido al pie de la letra.

¿Quizás debía aprender a ser más flexible? Perdónenme, es que fue hace seis años.

Por supuesto, el mismo trabajo me obligó a ser flexible, porque no transcurrieron dos meses desde que empecé a trabajar allí y ya estaba mi jefe de aquel entonces solicitándome que hiciera una presentación sobre la identidad visual y verbal de la marca al resto de los departamentos que la desconocían.

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Aquí obtuve mi primera señal—lejos de nervios o temor de hacerlo mal, me llené de una emoción incontrolable. ¿Era el ego una parte de esa emoción?

Quizás.

Lo que más recuerdo era que quería lograr en mis oyentes un entendimiento completo del tema, aunque ellos no recordasen los detalles a largo plazo (no es su trabajo, después de todo). En el día de la presentación, fui muy consciente de mi propio desenvolvimiento mientras hablaba; seguro sabrás que eso no es algo muy bueno.

Pero importó muy poco; me di cuenta de lo mucho que estaba disfrutando:

  • Conjurar cada oración,
  • Estudiar cada contacto visual,
  • Involucrar al público a participar.

Conforme pasaban los minutos, vi cómo se reían de mis chistes y cómo levantaban la mano para participar o preguntar. Este era el entendimiento que buscaba.

Era el tipo de entendimiento que, días después, noté cuando uno de ellos me vio en el pasillo trasero y me dijo, "¡Uceda! Mira esta invitación que hice. ¡Pero mira el logo! Equidistante en dos bordes, como dijiste".

La reflexión que he hecho hoy me remonta también a mis años en el colegio y la universidad, cuando me sentía empoderado a la hora de hacer una presentación o una propuesta.

Y la atmósfera académica no terminó ahí; mi primer trabajo (antes del marketing) fue justamente en un colegio, donde fui docente de matemáticas en inglés para niños pequeños, probablemente el trabajo más gratificante que he tenido hasta la fecha.

Duré un año completo en ese rol antes de marcharme, pues no estaba interesado en ser profesor, pero sin duda alguna esa oportunidad me ha permitido continuar llevando esa pasión por la enseñanza a mis otros ámbitos de manera, también, equidistante.

Un ejemplo al caso: desde 2018 he trabajado como editor de ensayos académicos para estudiantes de medicina. Son aquellos que aplican a una residencia médica en Estados Unidos. La satisfacción de los estudiantes con mi trabajo cada año me ha otorgado la oportunidad de dar charlas en varias universidades sobre cómo hacer un ensayo personal destinado a admisión.

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Cada sesión, para mí, ha terminado en una sensación casi indescriptible de lo que bien pudiera llamarse alegría.

En el lado corporativo, no es sorpresa ver que la pandemia ha llevado esas experiencias al ámbito digital, en el cual también he tenido que adaptar mi acercamiento.

Este año he realizado un taller interno sobre LinkedIn y he conducido mi primer webinar—por supuesto, con un texto como guía para no perder el hilo de la conversación—, y aunque aún no se han hecho encuestas de satisfacción, me percibí yo como el satisfecho, al menos por la confianza que sentí en mi desenvolvimiento.

(De todas maneras, lo cierto es que funciono mejor en un medio presencial. Dada la situación actual, es la alternativa que todos tenemos, pero deseo con ansias tener aquellas oportunidades físicas de nuevo.)

Más allá de cualquier conocimiento técnico que pueda poseer, creo que el poder verbalizar, empatizar y, en algunos casos, convencer a alguien de alguna idea—sea académica o de negocios—es una de las habilidades de mayor provecho de todo profesional.

Para mí, enseñar es una clara señal no solo de que estás aprendiendo a la vez, sino también de que estás interactuando con el mundo y no dejando que te pase por al lado, desapercibido.

Mi reflexión de hoy no tiene objetivo último, salvo quizás servir como referencia para otras personas que aún no saben qué dirección debe tomar su vida. Aún dudo de que conozca la mía, pero la confesión debe ser hecha: he trabajado en varias áreas de la industria y pasado años de mi vida buscando cuál es mi lugar en el mundo profesional.

Si puedo al menos reconocer cómo puedo servir a los demás—enseñando lo que voy aprendiendo—, entonces, quizás, ese sea el mejor inicio que se pueda pedir.

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