¿ES UTIL LA CLASE POLITICA?

¿ES UTIL LA CLASE POLITICA?

Los partidos políticos han llegado en España a unos niveles de bajeza y derivaciones antidemocráticas que hacen que la población se desvincule de los sucesivos espectáculos a que nos tienen acostumbrados.

Unas organizaciones que deberían servir al interés general y procurar, cada una de ellas desde su modelo de convivencia, mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos, se dedican mayormente a perseguir el poder no para atender a este noble fin, sino para asegurar y mejorar exclusivamente sus propias condiciones de vida.

El diálogo y la negociación entre ellas para atender la finalidad que debería constituir su razón de ser se convierten exclusivamente en ataques indiscriminados, reproches y discusiones estériles que de nada sirven ni mayormente interesan al ciudadano medio.

Sin ser ni admirador ni seguidor, ni mucho menos militante, de los partidos que se autodefinen como de la izquierda progresista, observo atónito como los partidos de la derecha no responden ni de lejos a organizaciones de corte moderno, competentes en su trabajo y asumiendo las dosis de responsabilidad que deberían asumir para enfrentarse a las doctrinas caducas, mayormente superadas y retrógradas de esta izquierda incapaz de aportar las soluciones que el país necesita. No hace falta más que analizar los resultados de algunas de sus recientes propuestas para ver que no sirven a la finalidad para las que fueron implementadas. A modo de ejemplo, y sin querer desviar ahora el tema de fondo que me ocupa, la tan alabada por sus propios autores ley de vivienda. La aplicación de esta ley ha comportado como resultado, aireado recientemente por la prensa, el aumento de los precios tanto de los alquileres como de la venta de viviendas. La izquierda suele demonizar y echar la culpa a los mercados cuando no es más que su intervención en los mismos la que ocasiona su funcionamiento perverso.

Jamás lo reconocen… y uno no alcanza a entender como en pleno siglo XXI todavía hay partidos políticos que defienden unos sistemas que solamente han demostrado su fracaso a lo largo de la historia generando pobreza y miseria para toda la ciudadanía excepto para los grupos impulsores y gestores de tan nefastas ideas.

En el caso de España, la derecha, en principio teórica defensora de modelos mucho más respetuosos con la persona y partidaria en lo económico de menos intervencionismo, más libertad, menos extracción impositiva y más defensora de valores tradicionales considerados como buenos, se nos muestra aquí, como la izquierda, con elevadas dosis de corrupción y arrastrando unos tics históricos claramente antidemocráticos incapaz de adaptarse a los tiempos modernos.

Cuando esta derecha limita e incluso suprime los legítimos derechos de las diferentes nacionalidades que hay en España, niega su existencia, afirma por todo lo alto la de la inexistente nación española, considera como valor único el de la unidad como si éste gozara de mayor solvencia moral que el de los que entienden las diferencias reales existentes, pierde toda legitimidad y obtiene el rechazo sin fisuras de parte de quienes ven maltratados sus propios, legítimos y mucho más nobles derechos. Acaban asimilando unidad con uniformidad y hay que ser o muy perverso o muy inculto políticamente para adoptar esta línea de pensamiento.

Un país donde el principio democrático de la separación de poderes brilla por su ausencia, una derecha que es capaz de definir a Carles Puigdemont como un “sedicioso golpista procesado por corrupción y que se encueentra fugado del país” -pura muestra de resentimiento y envidia- ya se ve que carece de la más mínima razón y muestra una soberbia propia de la mala gente.

Nada cabe esperar de quienes piensan de este modo. Probablemente ahí está la razón de que ahora lamenten no haber podido superar en apoyos a los que ha obtenido “la izquierda progresista”, “los separatistas independentistas” y “los terroristas”. Andar con esta conceptuación a estas alturas denota sus carencias más absolutas, su arraigo franquista, cuando no fascista y el rechazo que la gente normal, las personas de buena fe, les procuran.

Ahora resulta que, por circunstancias impredecibles, “el prófugo” impone la pauta y el tempo y puede incluso determinar quién preside el Congreso de los Diputados y quién puede ser capaz de formar Gobierno.

Que una cúpula judicial ya ilegítima por la caducidad de la mayoría de sus cargos, unas leyes interpretables según el color de quien juzga y todo un proceso judicial del todo innecesario (éste sí fue una verdadera malversación de recursos públicos y no la supuesta financición de un referéndum querido por una amplia capa de la población catalana) mantengan hoy a personas sin posibilidad de volver a sus casas y haya encarcelado e inhabilitado a otros de forma del todo irregular e inútil, ya da una muestra de lo que da de sí un Estado que no aporta soluciones válidas para la ciudadanía y se enroca en luchas estériles que en nada contribuyen al debido progreso y a mejorar las condiciones de los ciudadanos.

La prensa -y los políticos interesados- resaltan solamente el crecimiento económico por encima -sólo unas pocas décimas, por cierto- del resto de economías europeas y no mencionan que España es uno de los países con una productividad por empleado de las más bajas de Europa, que los índices de pobreza en una economía que pretende alinearse con las mejores -la cuarta de la eurozona-  son escandalosos, que el nivel de deuda pública es insoportable y que este crecimiento, en definitiva, es fruto no de su labor de gobierno, sino de este endeudamento que a tipos de interés crecientes, no hará más que perjudicar todavía más una ya de por sí comprometida viabilidad del país.

España sufre de una partitocracia egoísta e incompetente solamente preocupada por su propia supervivencia y para quien el fin justifica los medios: si para lograr más votos hay que mentir, propagar informaciones falsas y desprestigiar a personas respetables se hace.

Así no se construye un país. Y el problema de España reside sin duda en el hecho de que quienes deberían aportar la solución a los verdaderos problemas -los partidos políticos-, no tienen el más mínimo interés en ello y solamente les preocupa alcanzar el poder, mantenerse en el mismo y dedicarse a desprestigiar al adversario, habitualmente sin razón para ello.

De la “izquierda progresista” poco cabe esperar debido a lo erróneo de la mayor parte de sus postulados.

La verdadera pena es que la derecha española mantenga unos postulados indefendibles en la época actual, conserve actitudes atávicas y sea tan poco noble, carezca de valores positivos y se manifieste tan resentida hacia una parte del país que tradicionalmente tanto ha aportado y sigue aportando al progreso del mismo. No es de recibo que se quiera ensañar con Catalunya de la forma en que lo hace. El sólo hecho de que partidos políticos hayan nacido exclusivamente con este fin y estén hoy desintegrándose ya de una medida de su utilidad.

Editoriales como el de ABC del día 17 (El PSOE humilla al Estado), carente de rigor, con falsedades e iniquidades varias constituyen el paradigma de esta España desfasada, indeseable para muchos y a olvidar si queremos entrar en una nueva y mejor etapa. Catalunya no tiene por qué independizarse. Pero esta España casposa y antidemocrática debería de una vez entender que a la mayor parte de catalanes no nos interesa compartir destino con quienes defienden este tipo de postulados. Y mucho menos con quienes quisieran imponerlo por la fuerza, aunque sólo fuera la fueza de la ley.

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