Está naciendo un mundo…más resiliente
El título de este artículo es una cita que el filósofo político británico John Gray dejó el domingo en un artículo del diario El País.
¿Tenemos alternativa a no volvernos más resilientes y que el mundo no lo sea su vez?
John Gray no es el único que piensa que el mundo no va a ser el mismo cuando salgamos de casa. Últimamente más voces se suman a esta opinión. La escritora, periodista y activista india Arundhati Roy, escribió para el diario Finantial Times el 3 de abril: “esta pandemia nos ofrece una oportunidad para replantearnos la máquina del fin del mundo que hemos construido para nosotros. Nada podría ser peor que volver a la normalidad”. Prosigue diciendo: “históricamente las pandemias han forzado a los humanos a romper con su pasado e imaginar un nuevo mundo, y esta no es diferente. Es un portal, un pasadizo entre un mundo y el próximo”.
El mundo siempre está cambiando y nosotros con él, pero sucesos como el COVID-19 nos hacen ser más conscientes de que somos mortales, y de que el cómo vive mi prójimo es algo que quiera o no quiera me afecta.
Que somos mortales es algo que teníamos todos claro, pero cuando no nos toca la muerte de cerca solemos vivir ignorando tan fatal destino. No obstante, en estos momentos creo que no hay nadie sobre la faz de la tierra que no tenga presente nuestra efímera existencia.
Vivir siendo conscientes de este hecho suele cambiar las prioridades. Pero si a ello le añadimos algo en lo que no solemos pensar, que nuestro bienestar no depende solo de nosotros, sino de las personas que nos rodean, las prioridades cambian por completo.
¿En qué se diferencia la crisis provocada por el SARS-CoV-2 con respecto a crisis económicas del pasado? Precisamente en este pequeño pero fundamental detalle. Una crisis económica al uso afecta a un sector de la población. La crisis del SARS-CoV-2 nos afecta a todos (las diferencias sociales siguen jugando un papel importante y las personas con menos recursos se ven más afectadas, pero ya no es lo único que cuenta). Por eso, es de esperar que las políticas que adopten los gobiernos vayan alineadas con el interés común.
No todos son tan optimistas. Jordi Évole no cree que esto vaya a suceder. En uno de sus programas especiales del coronavirus que está haciendo desde casa durante este aislamiento comentó que no cree que cuando haya pasado el COVID-19 vayan a cambiar sustancialmente las cosas a nivel político. Quizás tenga razón y no lo hagan. Pero este momento es una gran oportunidad para crear sociedades mejor preparadas para futuras pandemias.
Lo que sí opino que podemos esperar es que los cambios sean directamente proporcionales a la magnitud del desastre. No solemos escarmentar en piel ajena, pero sí en la nuestra. Un claro ejemplo de ello es la actitud que manteníamos cuando en China estaban hablando de confinamiento y de muertes. Por entonces, aquí en España y en la mayor parte de los demás países del mundo no estábamos preparándonos para su llegada y seguíamos infravalorando las consecuencias de este virus.
Llevo 30 años oyendo hablar de cambio climático, de deforestación y de extinción de especies, y como bióloga siempre me ha resultado evidente la arrogancia del ser humano al apellidarse sapiens sapiens cuando vive ignorando su propia naturaleza. Ninguna economía puede sobrevivir indefinidamente dando la espalda a este hecho. Pero… ¿hemos diseñado un nuevo modelo económico que nos proteja de este fatal destino? No, no lo hemos hecho, y la sencilla razón por la que no lo hemos hecho es porque el desastre todavía no es inminente para los países desarrollados. Se deja notar en ciertas regiones del planeta donde el cambio climático ya está produciendo éxodos masivos de refugiados debido a las grandes sequías, inundaciones y desertificación. Países como Somalia, Yemen o Sudán del Sur son algunos ejemplos donde ya está ocurriendo. Según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados (ACNUR) en el año 2018, 17,2 millones de personas desplazadas lo hicieron por estos motivos, cifra que se prevé que se eleve a los 250 millones para el año 2050.
Cuando se derritan los polos y aumente el nivel del mar ¿nos llevaremos las manos a la cabeza y tomaremos medidas? o, ¿lo haremos cuando las sequías o inundaciones provocadas por el cambio climático lleguen a nuestras sociedades avanzadas? ¿Seremos lo suficientemente sensatos para darnos cuenta ahora de que no hay tiempo que perder?
Precisamente por como actuamos con el cambio climático intuyo que los cambios sociales que se adopten a raíz de la crisis del COVID-19 serán proporcionales a la magnitud del problema que genere y a su inmediatez.
Para empezar, pasar dos meses confinados supone un cambio de perspectiva. En nuestro día a día normalmente no tenemos mucho tiempo para pensar, pero ahora, viendo pasar la realidad ante nuestros ojos nos está haciendo a todos reflexionar sobre las prioridades que teníamos como sociedad y como personas, y las prioridades que deberíamos adoptar ahora. ¿Dónde queremos invertir el dinero público? ¿Qué trabajos consideramos esenciales? Si me quedo en el paro…¿qué necesidades futuras tendrá la sociedad y qué competencias tenemos o debemos desarrollar para adaptarnos a ello? ¿Seremos capaces de adquirirlas? ¿Tendremos respaldo social? El FMI ya ha vaticinado que España superará el 20% de paro. ¿Volveremos a invertir en ladrillo y turismo o intentaremos rescatar nuestros trabajadores más cualificados que se fueron al extranjero con la crisis del 2007 y formar a los parados?
Es momento de reflexión, y de buscar soluciones a nuestros problemas inmediatos, pero si conseguimos que nuestras soluciones estén alineadas con el bosquejo del mundo que viene seremos más resilientes. Lo que no tengo tan claro es si nos hemos dado cuenta de que el mundo que viene lo creamos nosotros con cada una de nuestras acciones en el momento presente. Por eso es importante no solo parar, sino también pensar qué futuro nos interesa construir.
Con respecto a la resiliencia, cuando hablamos de ser resilientes, ¿a qué nos estamos refiriendo exactamente? ¿Qué significa esta palabra? A mí me gusta definirla como la capacidad de mantener el equilibrio a pesar de las circunstancias del entorno. Y, ¿cómo conseguimos mantener el equilibrio? Esta pregunta no tiene una respuesta fácil, ni rápida. De hecho, plantearme esta cuestión me ha llevado a sentarme y ponerme a documentar un libro sobre la materia. Honestamente creo, que ahora más que nunca, la resiliencia será una herramienta fundamental, no solo ya para poder superar el confinamiento y el distanciamiento social, sino para ser capaces de adaptarnos a este nuevo mundo que se antoja muy distinto al que hemos conocido y en el que hemos crecido.
Se puede nacer siendo más o menos resiliente, pero afortunadamente hay una serie de habilidades y destrezas que se pueden entrenar y potenciar para conseguir superar mejor las adversidades.
Y sobre estas herramientas precisamente versa el libro que estoy actualmente redactando. Espero que ayude a muchas personas a mejorar sus competencias personales para alcanzar aquello que quieren. No obstante, y aunque me duela, creo que no tendrá ningún sentido haberlo escrito si no empleamos todo nuestro potencial en reconstruir nuestro mundo y hacer de él un lugar digno para las generaciones futuras. ¿Queremos pensar en el corto, o en el largo plazo?
Ahora, los actores políticos y sociales deberán decidir cuál es el objetivo de nuestra sociedad. Espero que no se equivoquen en el camino, y que sean capaces de construir un mundo con más equidad y más resiliente, porque de ello depende nuestra calidad de vida presente y futura.