¿ESTAMOS ANTE OTRA GUERRA COMO LA DE IRAK?
Estados Unidos e Irán han tenido una larga historia de tensiones, pero la incertidumbre más próxima tuvo lugar el pasado verano cuando EE. UU. culpó al estado iraní de atacar a dos buques cisterna en el polémico estrecho de Ormuz –la principal ruta de transporte de petróleo a nivel global–, ese fue el principio de lo que podría desembocar en una de las guerras de la década.
Estos acontecimientos nos resultan sospechosamente similares a los que dieron inicio a la guerra de Irak, acusaciones encubiertas tras evidentes intereses estadounidenses, siempre petrolíferos.
Es conveniente recordar que, además de los objetivos de no proliferación nuclear, el Plan de Acción Integral Conjunto firmado por ambos países –evidentemente bajo la administración Obama– también abarcaba la reintegración de Estado iraní en la comunidad internacional. A nivel mundial se reconoció que la estrategia de aislamiento ante Irán nunca había resultado efectiva, y no se contemplaba la opción de otra guerra en la región. No obstante, con su intrusión, Trump ha descartado el único medio de avance factible.
El presidente estadounidense ha declarado en varias ocasiones que, dentro de sus propósitos hacia el país oriental, no se encuentra un cambio de régimen por vías violentas. Si bien, su “modus operandi” es prácticamente idéntico al del expresidente George W. Bush, que desembocó en la contigua guerra de Irak. Si analizamos este panorama podemos llegar a deducciones muy preocupantes, esta situación resulta mucho más peligrosa teniendo en cuenta que, desde el año 2003 el margen de maniobra de Estados Unidos en la zona de Oriente Próximo se ha reducido considerablemente. La posición tanto geoestratégica como política actual de Irán es mucho más firme desde el final del conflicto iraquí, al ser eliminado su principal rival en la región. Teniendo en cuenta además la remota posibilidad de encontrarse aislados en el caso de una guerra, al contar con el apoyo militar y diplomático de grandes potencias como lo son Rusia y China.
Lo que se espera de Trump es que evite la confrontación militar por todos los medios, sin embargo, sabemos que, guiado por su arbitraria voracidad, no dejará de ejercer toda la presión posible sobre el régimen iraní. El problema es que la experiencia pasada muestra que ejercer el máximo de presión suele crear las condiciones ideales para la confrontación militar, una confrontación alejada de dejar algún ganador.
Las innumerables sanciones impuestas por EE. UU. tras el abandono del acuerdo nuclear solo han hecho que empeorar el panorama. Todo el optimismo depositado en la mejora de relaciones entre ambos países se esfumó desde el momento que Donald
Trump puso un pie en la Casa Blanca. Sin embargo, ese no es el único problema real. Las dificultades económicas de Irán ante las innumerables sanciones y la inmediata imposibilidad de exportar petróleo, su principal fuente de ingresos, no afectan a toda su población por igual.
Es evidente que el precio del petróleo ha sido la gota que ha colmado el vaso, pero el pueblo iraní lleva años soportando una pésima administración interna y un derroche injustificable de sus recursos naturales. A raíz de ello han desencadenado las alarmantes protestas por gran parte de la población iraní que ya mantienen en vilo a las autoridades internacionales, siendo bautizadas con la denominación de “Primavera Persa”.
La impulsiva y caprichosa decisión de Trump de retirarse del acuerdo petrolífero injustificadamente, lo ha conducido a un punto de no retorno, donde se verá obligado a rectificar por primera vez en su carrera política o iniciar una confrontación militar. De cualquier modo, la decisión de Trump cumplirá con las expectativas que no son otras que seguir manteniéndose en su postura de enemistad frente a la comunidad internacional y la conciliación mundial.