Exordio del Melómano.
Los clamores santos y los entusiasmos paganos, coinciden con el ahínco y la festividad de toda admiración. Pero no por ello, ha de quedar sin cotejo el aura del dolor. Los ardores humanos se asientan sobre la superficie del mundo, y toda aquella vieja opulencia se rinde ante la emotividad y afectividad de ese elocuente sonido. Unos apelan a su melancolía y otros a las dulces panaceas de la nostalgia. Es allí, que como ancianos y niños traban alianzas de vidas engalanadas por la memoria. Esta misma, padecen los melómanos de siempre y aquellos que han quedado atrapados en el sutil olvido del tiempo. Ahora bien, de proporciones fastuosas han aleccionado los amantes de aquel exordio musical, como también, los legendarios seguidores de aquellos autores, que sin fama o con ella; han proliferado los encantos sibaritas de los sonidos.
En cuanto a la anatomía del melómano, cabe destacar que su memoria emocional es poderosa e inspiradora, a veces obsesiva, y por esa misma razón, para muchos enfermiza. Mas, no por ello, debemos desprestigiar su santo oficio de coleccionista: “Nos ha recordado uno de otro gran melómano, Adolfo Salazar, Hazlitt el egoísta, de lectura igualmente deliciosa, por aquello de que deleita enseñando y enseña deleitando, incluso en sus pasajes más espirituosos y malabares (los melómanos, por lo demás, son aquellos seres en los que la erudición es inofensiva, y coleccionan versiones con la misma felicidad que los niños sus bolas de cristal)”[1] Esas bolas de arena y nieve profundizan los primeros estímulos de la edad lúdica y estética por antonomasia. Henos aquí, con un niño músico, es decir, con un exordio puro y lleno de aquella fantasía propicia para crear desde un corazón defectuoso, desde un melómano. No es tanto lo defectuoso como signo de imperfección, sino más bien, como gesto de asimilación, para así, crear con genuino sentido del arte, las efusiones de la vida circundante. Porque se hace arte desde un pathos que, sea capaz de romper con el ethos lineal de toda convención temporal y utilitaria.
Finalmente hemos de concluir, con el aparente acerbo de la “repetición”; porque desagradable es la síntesis hegeliana de toda superación. Cuando de vivir se trata, de sentir y padecer, para resucitar en cada instante con el entusiasmo de la fe. Una fe que no tiene ritos, a lo sumo, la repetición de aquel canto se resignifica cuando se reanuda en cada momento de reflexiva suspensión la magnanimidad de la escucha y el coraje de la percusión. Esa misma reiteración del asombro, ante lo mismo y ante el eterno regocijo de la continuidad, porque nos sabemos cobijados por el sonoro dormitar de aquella canción de cuna. Que a párvulos y viejos mantienen con su serenidad al apreciar lo que se repite y al hallar las discontinuidades de lo que uno puede volver a crear desde la unión de las diferencias y las discreciones de toda comunión.
Maximiliano Hunicken Segura
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07-01-2023
[1] Almuzara, Javier, Catalogo de Asombros, Gijon, Editorial Impronta, 2012, p. 77.