Fórmulas
Buscamos a través de la alquimia transformar ideas de barro en oro, convertir al mundo -y a las personas- en una ecuación previsible: la fórmula de la felicidad, la fórmula blanqueadora, la fórmula del amor. O mejor aún: la fórmula de la formula que nunca falla (hasta que falla).
La previsibilidad se ha vuelto otro paradigma del siglo XXI, una especie de becerro de oro que los profesionales de las disciplinas vinculadas a los negocios y la comunicación –muchas veces representantes del statu quo del Mercado- persiguen con afán revelador.
Advertidos de que descubrir el truco del mago, esa chistera con fondo doble, termina convirtiéndose en el instante fatal donde la magia se acaba, igual avanzamos buscando la revelación.
Intentamos encauzar al mundo en un esquema medible, para garantizar de ese modo la eficacia de nuestra propia inseguridad y así transitar con GPS por el mundo conocido como ilusoria garantía de éxito. Y mientras lo hacemos, nos felicitamos con palmadas en la espalda al enunciar -una vez más- la fórmula conocida. La ecuación perfecta. La nada.
Será por todo esto que prefiero los mapas que ofrecen opciones, a la fría cordialidad de la dirección única narrada por una robótica voz femenina de acento castizo. No quiero encontrar a 100 metros el destino, sino las opciones.
Nada es más seguro que nuestras propias inseguridades. Porque ocultas bajo un millón de certezas inútiles, las personas son (somos)… personas.
¿Que el branding nada tiene que ver con la magia de los caminos que se bifurcan? Tal vez sea cierto. Pero demasiado aburrido para mi.
El día que podamos medir nuestras reacciones bajo un esquema de causa / efecto, será el día en que dejemos de ser personas.
Medimos los efectos, intuimos las causas. Y proponemos direcciones.
Intentar resolver la gestión de una marca bajo una fórmula de eficiencia garantizada es, como mínimo, abrazar el pensamiento mágico.
La única fórmula para alcanzar el éxito es la que nos lleva -exitosamente- al fracaso. El éxito se construye a fuerza de fracasos inesperados, una pizca de fortuna, muchas gotas de sudor, altas dosis de conocimiento, talento en medidas apropiadas y una intuición bien calibrada. Entre muchas cosas más.
Conocer, en la total dimensión de la palabra, nos ayuda a encontrar alternativas y entender qué hacemos, por qué lo hacemos, para quién lo hacemos y con qué finalidad.
La experiencia es intransferible. Consecuentemente, las fórmulas expresan una construcción conveniente para quienes buscan certezas, pero es sólo una referencia -valiosa, por supuesto- que lejos está de resolver nuestra propia realidad.
La historia se construye desde el presente hacia el futuro. Y en ocasiones se explica adaptando el pasado a las necesidades del presente, como una forma perversa de validación.
Una formula conocida y, sin embargo, peligrosa.