Feedback

Alumna. – … y entonces va y le dice: ¿Qué quieres? ¿En serio? Porque si vamos así entonces...

Yo. –  Eva. ¿Puedes salir a hacer el ejercicio?

Alumna. -  … y va y le contesta Andrea: Pero ¡qué dices! En plan, súper fuerte. Tipo…

Yo. – Eva. ¿Puedes salir a hacer el ejercicio?

Alumna. – …¡Qué no! ¡Qué ni de coña!

Yo. – ¡Eva! ¡¿Ni de coña?! ¿Qué?

Alumna. – ¿Qué? Perdón. Es que el sábado fueron las fiestas de...

Yo. – Ni se te ocurra contarme nada de las fiestas del sábado. Ni del viernes. Te he pedido varias veces que salgas a la pizarra. Por favor, ¿Puedes sacar tu vida personal de mi clase y salir a la pizarra? No puede ser que estés siempre hablando de temas que no tienen nada que ver con mi asignatura. Te distraes, distraes al resto. En serio, por favor. ¿Puedes estar centrada?

Alumna. – Sí, pero, es que….

Yo. - ¿En serio? ¿Vas a seguir?

Alumna. – Vale, pero, es que no me he enterado de lo que hay que hacer… En plan, no tengo ni idea de qué va este tema.

Yo. – Pues por eso mismo sales a la pizarra. Para disipar todas tus dudas.

Dar feedback. Así, a quemarropa. Decir a alguien que está siempre distraído. Como si fuera verdad. Porque si lo fuera, es que no sería capaz de escucharme, porque seguiría distraída.

Decimos continuamente a los demás lo que nos parece que hacen mal. Sin que nadie nos lo haya preguntado.

‘Perdona, me has dado mal el cambio.’

‘Perdona, creo que te has colado. Es mi turno’

‘Perdona, este plato está muy salado. ¿Me lo cambias?’

‘Perdona, has corregido mal este examen.’

‘Perdona, hablas mucho y muy alto.’

Con los niños y adolescentes nos sentimos en la obligación moral de decírselo. Y además comentarlo. Con personas ajenas a nosotros.

No estudias nada.

Eres un vago.

No paras de molestar.

Eres un irresponsable.

Eres un despistado.

Eres descuidado.

Y, creemos que la persona que lo recibe automáticamente cambia. ¿En serio?

Sucede sin embargo algo esquizofrénico. Ya que es poco común que los padres reciban el halago de un hijo y lo admitan. No están acostumbrados. Muchos dicen: “No, no es para tanto.” Otros: “Ya, pero, tenías que verlo en casa. Con sus hermanos. Con nosotros”. “Bueno, si yo te contara…” A ver, que no pasa nada porque admitas que tu hijo es maravilloso. Cariñoso. Responsable. Educado. Generoso. Buen compañero.

Recuerdo cuando acudía a las reuniones del colegio. Lo más habitual era que el profesor comentara las chiqui-cosas que mis hijos hacían mal. Que si esto, que si aquello. Como si yo no lo supiera. En pocas o casi ninguna ocasión me propusieron un plan de acción común para mejorar. Era como un lugar común donde compartir el malestar que generaban mis hijos. O me reprochaba algo tipo: “No dedicas tiempo de calidad a tu hijo”. Siempre terminaba arrepintiéndome de haber ido. Me ausentaba de mi trabajo para escuchar lo mal que lo hacían mis hijos. Esto dicho por una señora que era experta en sacar lo mejor de ellos. ¿En serio?

Yo no soporto que nadie hable mal de mis hijos o mis alumnos. Siento rabia.

Pero, también es cierto, que no llevo bien recibir feedback. Ninguno. Ni positivo ni negativo.

Me parece un arte poco valorado. El arte de decir a una persona las cosas que hace bien y cómo mejorar las que hace mal.

Los adultos nos sentimos con autoridad para decirle a cualquier niño lo que hace mal. Bueno, es que creemos que se lo debemos a la sociedad.

Me parece mucho mejor actuar desde el ejemplo.

Yo te enseño a tener educación siendo educado contigo.

Respeto al respetarte.

Orden al mantener mis espacios cuidados.

Responsabilidad al estar comprometido contigo.

Estudiar cuando me siento a tu lado a trabajar.

Todo esto sin evitar las discusiones, enfrentamientos. O la disciplina.

Por cierto, mucha menos que la que me aplico a mi misma.