Feminismo: el amo juega al esclavo.
El movimiento feminista tiene en el "macho" a su principal enemigo, sin ver la realidad entera.

Feminismo: el amo juega al esclavo.

El mundo se conmocionó ante la repentina caída de Afganistán en manos de los talibanes, exactamente a las 96 horas que la CIA había pronosticado que eso no ocurriría hasta dentro de 100 días. La principal preocupación fue la suerte que correrían todos aquellos que desde la intervención en 2001 han colaborado de una u otra manera con los americanos. Muchos prefirieron arriesgar sus vidas colgándose de aviones en movimiento antes que averiguar cómo los tratarían los nuevos gobernantes.

El término “talibán” es un neologismo para designar a la etnia pastún, una de las catorce que oficialmente conforman el país, con presencia también en vastas zonas del vecino Pakistán. Son una raza y organización política al mismo tiempo, a diferencia del tristemente célebre Estado Islámico, que alberga a miembros de muchísimas tribus, con la única condición de profesar la rama sunnita del islam, la misma que los pastunes.

Todas las agrupaciones feministas serias del mundo han emitido comunicados preocupadas por la imposición de restricciones a las mujeres, quienes bajo la ocupación de los Estados Unidos han vivido un proceso de occidentalización de sus costumbres. Respecto a esta cuestión, hay dos rarezas que merecen ser citadas. Los reclamos siempre apuntan a países de Medio Oriente cuyos líderes no están del todo alineados con Washington, y poseen recursos naturales valiosos, principalmente gas y petróleo. Es poco común ver a algún funcionario de la Casa Blanca decir algo respecto a Arabia Saudita, aliado incondicional del gran país del norte. Nada tampoco escuchamos sobre las zonas pobres de África, como Somalia, donde se sigue castrando a las niñas, para que durante toda su vida no gocen al tener relaciones sexuales, algo reservado exclusivamente a los hombres. Por otro lado, debemos decir qué incluso en los estados árabes donde hay mayor igualdad de género, como ser Jordania e incluso Irán, no hay pedidos masivos de liberalización. Se hace más berrinche desde el exterior que desde los mismos lugares afectados. En Gaza y los territorios autónomos palestinos, por ejemplo, las chicas jóvenes están más preocupadas en ver como eliminan a Israel que si las dejan manejar autos o tener bienes a su nombre. Y es que, si uno nace bajo la fe islámica, tiene por normales situaciones que para nosotros cristianos serían inaceptables, de la misma manera que costumbres nuestras son para ellos una aberración y una herejía.

Lógicamente, las feministas argentinas siguieron su tradición de condenar solamente los hechos de misoginia perpetrados por quienes no forman parte del ámbito nacional y popular. Condenar a los talibanes sería equivalente a apoyar la invasión americana a Afganistán. Inaceptable. En el mismo sentido, nada se dijo respecto a las denuncias contra Federico Luppi en su momento, o contra el ex gobernador de Tucumán José Alperovich, histórico dirigente peronista.

Desde nuestra perspectiva, no obstante, estamos en condiciones de apoyar los pedidos a favor de las mujeres afganas, por una sola razón: ellas no pueden elegir. Desde el día que cumplen doce años (aunque puede ser incluso antes) sus padres y hermanos mayores empiezan a negociarlas como si fueran un camello, viendo qué varón ofrece más para casarse con ellas. La niña no decide nada, debe acatar aquello que le impone su familia. Si llegara a negarse, lo cual generalmente no pasa, porque desde que nacieron viven esa realidad, sufrirán todo tipo de violencia física y psicológica, hasta que ceda, por la razón o por la fuerza. Quienes, así y todo, desobedecen, tienen dos caminos: ser parias y transformarse en animales que subsistirán comiendo carroña y basura, tratadas como ratas, o quitarse la vida. Las formas más comunes son ahogarse, en las zonas donde hay ríos, o tirarse desde acantilados. A rigor de verdad, son muy pocos los casos, porque las nenas, reitero, ya emergen al mundo dentro de estas culturas. Pero por no tener ellas la posibilidad de decidir por sí mismas, debemos como occidentales luchar, no para cambiar la idiosincrasia musulmana, tan válida como la nuestra, sino para darles la chance que puedan negarse a aceptarla si así lo desearan, sin sufrir consecuencias por eso. Si tomar este camino es ser feminista, no le quepa la menor duda señora, que seré el más feminista de todos. Pero en nuestro país, y específicamente en Buenos Aires, los paradigmas son muy distintos.

Las activistas de género, como les gusta llamarse, enfocan sus cañones hacia el "patriarcado”, una especie de dictadura que ejercen los hombres en el matrimonio. Los varones hacen vivir verdaderas torturas a sus esposas o concubinas, ejerciendo violencia psicológica, física y hasta económica. 9 de cada 10 mujeres asesinadas lo son dentro del ámbito de su hogar y por sus maridos, siendo las armas blancas las más utilizadas en estos desgraciados sucesos. Muchas chicas que sobreviven a los ataques, quedan con secuelas de por vida, principalmente cuando sus agresores utilizan ácidos o fuego contra ellas. Esto es innegable y elocuente. Pero hay otra cosa que también es innegable y elocuente. Ni en la Constitución Nacional, ni en ninguna constitución provincial, ni en el Código Civil, ni siquiera en alguna ordenanza municipal, se establece que las mujeres están obligadas a formar familias con hombres. Tampoco la Biblia dice que lo sea. Es más, si nos guiamos por los escritos de San Pablo, lo ideal sería no hacerlo. Por decantación surge la pregunta: ¿Qué sustento lógico, moral y ético tiene revelarse contra algo que no es obligatorio, sino fruto de una libre elección? Antes bien, la rebelión debe ser hecha contra sí mismas. Las mujeres son amas y esclavas a la vez.

Los paradigmas culturales no se cambian de un día para el otro con leyes o spots publicitarios, sino que la transformación debe ser, justamente, cultural. A las nuevas generaciones de jóvenes se les debe transmitir que el principal objetivo de una mujer no debe ser formar una familia con marido e hijos, como lo vio en sus antepasados. Sus metas pueden ser también en los ámbitos laborales, deportivos, artísticos o espirituales. Pero no supeditar todo a conseguir un esposo y crear descendencia. Y si, en última instancia, el instinto es más fuerte, actualmente hay opciones para ser madres sin necesidad de entrar al patriarcado. En los países más desarrollados, principalmente europeos, hay cada vez más hogares compuestos solo por mujeres, sin que esto implique entre ellas relaciones de pareja, que crían en comunidad a sus hijos. Los “machos” solamente les sirven para la inseminación, sea en forma natural o artificial, y eventualmente para divertirse. Es el modelo que, hace cien años, propuso Alexandra Kollontai, considerada una de las pioneras del feminismo, y que fue desterrada por sus compatriotas rusos por ser demasiado progresista, incluso en el marco de la revolución bolchevique.

Es como si, respecto a determinado restaurant, toda la gente habla mal, diciendo que la comida es horrible, la higiene deplorable, los precios caros, la atención pésima, y que al día siguiente de ir la descompostura está garantizada. En redes sociales y sitios especializados en gastronomía, de 100 comentarios, 99 son en contra. Y no en una sucursal, sino en todas las que tienen alrededor del mundo. Ante este panorama, ¿es lógico que vayamos a comer ahí? Aunque cabe indagar por qué la gente va, pues por algo debe ser, y sabremos que algo hay que no puede reemplazarse con nada, que hace soportemos todo lo demás. Será la decoración, las mollejas, los panqueques con dulce de leche, o vaya uno a saber, pero si pese a todo se sigue llenando y hay que pedir turno, como hay que hacerlo en las iglesias para casarse, por algo será. Y las quejas no serán más que muestras de nuestra propia deficiencia para encontrar restaurantes mejores.


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