Festival de Viña 2024, día cinco: No sabes cuánto te esperé (a lo maldito)
Cuenta la leyenda —una vez más— que en la década de los 2000, existió una jornada en el Festival de Viña del Mar llamada "noche chilena", dedicada a tributar la música nacional. Con el tiempo y el afán de latinizar aún más el certamen, este cartel fue desapareciendo, al igual que la cantidad de artistas locales.
De a poco, el Festival ha ido retomando el concepto y la noche de este jueves fue dedicada a los artistas nacionales. María Luisa Godoy lució un vestido color vino tinto, que enorgullecería a los amantes del vino en caja. Pancho Saavedra, que está a tres carcajadas de otorgar cazuelas como premios y gritar "gaviotas que hablan", mostró brilli brilli en las solapas. Atrás quedó el bochorno con Anitta y el desorden de la organización, que no pasó inadvertido ante el monstruo de las redes sociales.
Luego de un periplo por todo Chile y tras facturar arriba de un vehículo, en un comercial que nos tocó ver en todas las noches festivaleras, Los Bunkers retornaron a la Quinta Vergara. La ausencia de Mauricio Basualto, recuperándose de un serio problema de salud, fue ágilmente resuelta por la talentosa Cancamusa. Con "Miño", la banda penquista arrancó con un setlist de canciones emblemáticas y algunas de su más reciente disco, "Noviembre".
Sus vestuarios parecían sacados de un carnaval. Álvaro López venía de una feria artesanal, Francisco Durán era un prócer de libro antiguo con pantalones tipo Música Libre y su hermano Mauricio era un mafioso con lentes. Gonzalo López tenía un pañuelo de seda tipo "llámame cuando terminemos de tocar" y Cancamusa se veía muy personaje de Daria. Dedicaron "Una nube cuelga sobre mí" a los niños y niñas, una canción que tiene como verso "tal vez deba colgarme de una vez". Una buena jornada de concientización de la salud mental.
Después de un solo de guitarra de Mauricio Durán y un beso entre Francisco y Álvaro, más real que el de los animadores, Los Bunkers continuaron con "Ahora que no estás", otro de sus imprescindibles. El palco de los famosos estaba vuelto loco, al igual que la galería y la platea. Todos locos, en realidad, en esta especie de Woodstock nocturno, con las guitarras a todo lo que dan, con Cancamusa perfectamente acoplada a los binomios de hermanos.
Mientras Twitter/X mostraba su devoción a la baterista, Los Bunkers profundizaban su amor por sus tierras en "Calles de Talcahuano", una canción que tuvo como partícipes a Illapu. Allí, el tema tomó ribetes de música andina, una fusión increíble entre cuerdas, percusión e instrumentos de viento que hizo vibrar a la Quinta Vergara.
Y para quienes se quejan de la música urbana, en "Nada nuevo bajo el sol", Los Bunkers invitaron a Kidd Voodoo, uno de los exponentes del género. Por supuesto, en el monstruo tuitero hubo reacciones divididas, pero eso no le restó entusiasmo al monstruo presencial, que coreó la canción a todo chancho. Ahí no hubo autotune, señores, para qué les vamos a mentir.
En "Bailando solo", la Quinta Vergara se transformó en una gran discotheque, en la que todos bailaron acompañados. ¿Cuántos hemos bailado solos en la oscuridad, acostumbrados a ver la vida pasar? Es un himno de una generación a la que queremos abrazar y empastillar a la vez. Es una obra de arte que representa a los solitarios que buscamos de alguna forma ganar en la pista de baile y... (bueno, aquí me fui en la personal, lo siento).
Con "Canción para mañana" y "Ven aquí", Los Bunkers fueron cerrando su paso por el Festival de Viña, mientras los camarógrafos seguían obsesionados por filmar sus zapatos, acaso auspiciados también por Hyundai. "La Quinta Vergara se ha rendido ante la potencia de sus canciones", dijo Pancho Saavedra, el monarca de lo obvio. El grupo se llevó todas las aves, y de ser posible, se habría llevado tucanes y guacamayos de adamantium. Y no, no fue suficiente, porque después de la gaviota de oro, y en medio de los gritos exigiendo la de platino, continuaron con "El necio" y "Llueve sobre la ciudad".
"Preparémonos todos para reír", le dijo María Luisa Godoy a Pancho Saavedra y él sacó su habitual carcajada. Y llegó Sergio Freire en una limusina de cartón y con una introducción coreografiada. Mención a Virginia Reginato y pifiadera segura. "Sergio, queremos tenerte, pero no tenemos plata, no sabemos dónde se fue la plata". Buen arranque para una noche con público a favor. Luego, mención a Cathy Barriga. Otra pifiadera más. Y José Antonio Kast. Otra más. Presidente Gabriel Boric. Aplausos.
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Es imposible aburrirse con Sergio Freire. Al contrario, es un comediante experimentado, con nervios de acero, que no necesita de una rutina demasiado elaborada para hacer reír a un público mañoso como el monstruo de Viña. Su hijo, el estallido social, la educación, los venezolanos, el cuento de la pareja peleada. Cada chiste con su sub chiste. Muy ordenado, empático, simpático, práctico y galáctico. Conquistó al público, se mandó un bis con dedicatoria a la iglesia católica y se llevó las gaviotas sin problemas. A lo maldito.
Hablando de "a lo maldito", Freire llevó a dos de sus compinches, que alguna vez formaron parte del grupo Club de la Comedia: Rodrigo "Guatón" Salinas y Juan Pablo Flores. Ambos llegaron vestidos y hablando como cuicos. Presentaron sus proyectos: Palafito Center, surf chilote, el skate park Cau Cau, Borde Vertedero.
(A propósito: terminó el show de Freire y la cámara mostró a una parte de la gente de la galería yéndose. Eso demuestra que no pagaron la entrada por el humorista, pero sí se quedaron para verlo. ¿Ven que se valora el trabajo del artista?)
Y por fin llegó la gran final de las competencias. Porque sí, el Festival de Viña del Mar tiene competencias, por si se les ha olvidado. Arrancó la competencia internacional con "El Maestro" de Eddy Valenzuela, con su última cena llena de mujeres en paños menores. Luego, España con "La última vez" con Enrique Ramil y su misa fucsia, con una balada potente y sensible sobre la superación personal. Finalmente, "Luchadora" con Lita Pezo, con todo su girl power del Perú y su vozarrón. Fue la única favorecida con el voto del público. España obtuvo la gaviota del mejor intérprete, un galardón necesario para un país desfavorecido en Eurovision. Pese a haber recibido un 2,7 del público esta noche, México ganó la competencia internacional. Los labios de Eddy dijeron "no mames".
Vamos con la competencia folclórica. Argentina y Ahyre se subieron al escenario con sus guitarras a interpretar "La luna". México hizo lo propio con "Flor de campo" y Yaneth Sandoval. Cerró Panamá y el "Décimo quinto festival" de Jhonathan Chávez, el referente del acordeón. Este concurso gozó de mayor presencia vocal e instrumental en su totalidad. Hace años que no ocurría un empate y a Ale Sergi, presidente del jurado, le tocó desempatar, pifias del monstruo mediante. Como si se tratara de otra copa mundial, Argentina se llevó doble gaviota de plata: mejor interpretación y la canción ganadora. Daban ganas de gritarles "muchachos". Porque sí, las competencias se celebran así.
Y fue el turno de Young Cister, "el concierto más chulo del año", según Pancho Saavedra, en su guion más raro que pescado con hombros. El artista apareció con un reloj que brillaba más que los dientes de los animadores y vestido entero de blanco. En realidad, todo se trata de la prueba de la blancura en los artistas urbanos: cómo cantar sus canciones en vivo, sin la magia del autotune. Pero el muchacho cumplió e hizo delirar al monstruo trasnochado, que coreó sus canciones con ganas, que lo esperó con paciencia. El jurado fue el principal hincha de su integrante: todos se pusieron el mismo jockey.
Lo interesante de los artistas urbanos es que nunca se olvidan de dónde vienen. Están inmersos en la cultura de la colaboración —Kidd Voodoo se subió otra vez al escenario para cantar con su colega, con peluches de completos de sus fanáticos—, tienen una conexión especial con su público y además cuidan a sus padres como huesos santos. Eso quedó demostrado en la entrega de la gaviota de oro: los padres de Young Cister fueron los portadores del ave sagrada. También estuvieron sobre el escenario sus amigos Polimá Westcoast y Julianno Mora.
Y así va terminando el Festival de Viña del Mar. Esta noche tendremos a María Becerra, Álex Ortiz y Trueno, nombres que para el promedio no son conocidos, pero que tienen su mérito. Les prometo que no lo pasarán mal. Al contrario, este Festival de las rarezas y las locuras terminará a lo maldito.