Hablando de elecciones... ¿cómo son en Cuba?
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Hablando de elecciones... ¿cómo son en Cuba?

Arronte había estado en la Sierra con Fidel, o al menos eso se decía, y creo que alguna vez lo vi vestido de miliciano. Lo que se sabía a ciencias ciertas era que Arronte era un militante comunista de la vieja escuela. Lo conocí cuando él tenía más de seis décadas y administraba el Mercado Agropecuario del barrio. Era amigo de mi mamá, claro. En mi casa los amigos de mi madre eran comunistas, y los de mi padre anticomunistas, pero eso lo supe con el tiempo. Mi madre le prohibió a mi padre hablarnos de política, para no “perjudicarnos”, porque había que estar bien con el régimen. Así que de política escuché en la escuela, y en mi casa, pero solo de izquierdas. Arronte era uno de esos; y recuerdo vívidamente cómo a través de él aprendí sobre el proceso electoral cubano.

Al Presidente de Cuba lo elige una asamblea, cuyos miembros son propuestos por otra asamblea, cuyos integrantes provienen de otra asamblea menor, que a la vez se alimentan de un voto popular. En mi barrio a finales de los 90 yo iba a elegir a una persona, que iba a formar parte de un grupo, que elegiría a otro grupo, que a su vez seleccionaría a otro, que finalmente elegirían al Presidente. El gobierno solía decir que era el sistema más democrático del mundo, porque el pueblo elegía a sus candidatos. Sin embargo, los miembros de la Asamblea Nacional, encargada de votar a la máxima autoridad cubana, todos eran comunistas. ¿Cómo sucedía esto?

En las elecciones de barrio mi amigo Arronte, como otros, era clave. Antes de las elecciones locales un grupo de militantes se reunían para ver quiénes podría ser los candidatos de la Revolución, y conversaban sobre cómo cuidarse de los “contrarrevolucionarios” del vecindario. Se repartían quiénes iban a proponer a los revolucionarios, y se preparaban para arengar en contra de los enemigos, en caso de que fueran propuestos. Esto último casi nunca ocurría. ¿Quién iba a proponer a un contrarrevolucionario? ¡Nadie! Y mucho menos votar por él, en un voto público, a mano alzada, frente a todos, ¡sería un suicidio! No podrías conseguir trabajo, te excluirían de los subsidios posibles, te cerrarían las puertas de lo que controla el Estado revolucionario, ¡que es todo! Y si eso no fuera poco, un acto así de valentía estaba condenado al fracaso. Hay una Comisión que revisa las candidaturas, integradas por comunistas. No hay salida, en Cuba no puedes elegir, pero tienes que votar.

¿Por qué tienes que votar? Porque eso legitima el sistema. Así, cuando el gobierno cubano recibe críticas internacionales por tener elecciones sin alternativas, este indica que en Cuba una arrolladora mayoría valida el sistema con su voto.

Y ¿cómo se logra? Aquí los compañeros como Arronte tenían un papel clave. El día de las insignificantes elecciones de barrio, Arronte estaba en la mesa de registro. Él y sus compañeros de mesa sabían quienes habían asistido, y anotaban especialmente quién no habían llegado. Apenas a media mañana quienes no habían emitido el voto recibían en la puerta de su casa la visita de los pioneros, unos niños vestidos con uniforme escolar y pañoleta patria que, acompañados por un adulto, te decían que aún no habías votado, y que era importante para la Revolución que lo hicieses. Estos niños no sabían que, en el fondo, el mensaje que enviaban era “si no votas estás en contra del sistema socialista ¡y te tenemos identificado!”. Pues sí, con esos truenos quien duerme, vas y votas. ¡Siempre te queda la oportunidad de anular tu voto! Al menos eso creía.

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En esas elecciones de finales de los noventa la propaganda gubernamental invitaba a votar por todos. Aunque suena ridículo, era cierto. No solamente votabas por dos personas que no tenían derecho a presentar un plan de gobierno y que tenían una misma ideología, sino que tenías en la boleta un círculo, ¡para votar por todos! Los desafectos al sistema habían planeado anular su sufragio colocando una “N” delante del círculo, para completar la palabra “NO”. Sin embargo, no podían siquiera proponer esta idea públicamente, porque era un desafío altamente peligroso. Todo eran murmullos entre personas de confianza. Pensé que el impacto de la idea, con tan poca difusión, iba a ser mínimo. De igual manera coloqué mi “N” delante del círculo, y esperé ver los números finales. Recuerdo que las cifras oficiales eran demoledoras. La participación era superior al 95% y los votos anulados fueron tan bajos, que ni siquiera recuerdo el número, tal vez fue un 2%.

Días después estuvo Arronte en mi casa. Le trajo una bolsa de comida a mi madre. Como administraba el Mercado Agropecuario del barrio tenía el poder de acceder a un bien tan relevante, el más valioso. Traía desde viandas hasta carne de conejo; era un benefactor de la familia. Arronte podría haberse hecho de mucho dinero vendiendo en el mercado informal la comida que llegaba a su establecimiento. Muchos en su posición lo hacían. Pero él no era así, era un comunista de la vieja guardia, honesto, incorruptible, honorable. Eso sí, ningún adjetivo superaba el de ser un guardián de la revolución. Él tuvo la responsabilidad de contar los votos de su mesa en aquellas elecciones “por todos” en 1997. Cuando le pregunté si no hubo muchos votos anulados por el “NO”, me dijo que sí, pero que él los contó como votos válidos; que no le iba a dar el gusto a los “enemigos de la revolución”. Así es, debes votar por temor a represalias, sin opciones de elección, y si anulas tu voto, probablemente lo darán como válido. Así son las elecciones en Cuba.


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