Han llegado las vacas flacas
Cuanto más luchamos para contener la pandemia, más se resiente la economía. Al menos en el corto plazo, la salud de la economía va en dirección opuesta a la salud de la gente. Y todos sabemos qué dirección es la prioritaria: salvar vidas y evitar una catástrofe en las salas de emergencia.
Pero el impacto económico es claro. Los trabajadores sanos se quedan en sus casas y salen muy poco a comprar, las empresas mandan gente a seguro de paro, los shoppings y comercios cierran, las empresas venden menos, las exportaciones caen. Todo esto hace que el gobierno gaste más y tenga menos ingresos. El famoso déficit empeora. ¿Y, entonces, en qué queda el plan original del gobierno de ahorrar 900 millones de dólares? Se le presenta una dicotomía: cuidar el déficit o evitar que la economía se resienta gastando en subsidios para evitar cierre de empresas y despidos de trabajadores; austeridad o expansión fiscal.
Pero esta dicotomía no nació con el coronavirus. Le pasa a todo gobierno que llega a una crisis con una mala situación fiscal. Los economistas, como solución ante esta dicotomía, insisten en una política fiscal que ahorre en tiempos de “vacas gordas” y gaste en épocas de “vacas flacas” no por capricho, sino para tener espacio para incrementar el gasto en recesiones como la que se avecina. Ahorrar durante un boom económico le permite al gobierno tener espacio fiscal poder afrontar mejor una crisis en el futuro o, como decía el economista Jesús Fernández-Villaverde, llegar con suficiente “pólvora seca” para gastar.
Pero ahora, el gobierno, enfrentado a una situación sin precedentes, se encuentra sin mucha pólvora para gastar, pide ayuda a organismos internacionales porque sabe que con un déficit fiscal de 5% del PIB que seguirá en aumento hay poco espacio para moverse. Así es que, el equilibrio en las cuentas públicas no es un fin en sí mismo, sino que es un seguro para que, cuando lleguen las “vacas flacas”, haya ración para darles.