Hechos y explicaciones
En una carta el físico Max Born, escribió que el ‘corazón’ de la nueva teoría de la mecánica cuántica latía de manera aleatoria e incierta, como si tuviera ‘arritmia’. La física antes de lo cuántico proponía que después de determinados hechos se obtendría un resultado preciso, pero la nueva teoría parecía decir que después de cierta actividad, obtendremos, con cierto grado de probabilidad un resultado específico, pero en algunas circunstancias quizá obtendremos algo totalmente diferente. En diciembre de 1926 Albert Einstein le respondió:
“La teoría dice mucho, pero en realidad no nos acerca en absoluto a los secretos del Viejo. Sea como fuere, yo estoy convencido de que Dios no juega a los dados”.
Walter Isacsson en ’Einstein: His Life and Universe’, escribe que Einstein tenía un profundo sentimiento religioso fruto de su trabajo científico. Einstein llegó a la convicción de que las teorías y fórmulas del conocimiento científico transmiten sólo una parte de la realidad. Más allá de ellos, conjeturó, yace lo inconmensurable, lo inexplicable e incluso lo milagroso. Una cosa es 'la realidad objetiva' y otra bien distinta 'lo que percibimos de ella'. No podemos decir exactamente qué es la realidad porque, si existe, no la podemos conocer ya que nuestros sentidos y capacidades son limitadas. Aage Petersen en el artículo ‘The Philosophy of Niels Bohr’ entrevistó al físico por las implicancias de la mecánica cuántica. Bohr dijo:
“No hay un mundo cuántico. Solo hay una descripción física cuántica abstracta. Es erróneo pensar que la tarea de la física es descubrir cómo es la naturaleza. La física se ocupa de lo que podemos decir sobre la naturaleza”.
El biólogo británico Richard Dawkins, se ha posicionado como uno de los más tenaces defensores del ateísmo. Dawkins sostiene que es casi seguro que no existe un creador sobrenatural y que la fe religiosa es un engaño y una creencia falsa. Comentando su libro ‘Ateísmo para principiantes’, señaló:
“Me gusta la idea de romper con esa inercia por la cual cada generación transmite sus supersticiones a la siguiente. Si preguntas a los creyentes de una determinada religión por qué creen, la mayoría te dirá que es porque ha sido educada en ella. Quiero animarlos a que piensen por sí mismos”.
Por su parte, John Lennox, profesor emérito de matemáticas de la Universidad de Oxford y un declarado cristiano que se ha enfrentado en numerosos debates públicos con Dawkins, en su libro ‘¿Puede la ciencia explicarlo todo?’ afirma que es una ficción creer que el origen del universo y la vida se pueden explicar solamente por leyes matemáticas. Escribe:
“Los científicos ateos, que han intentado eludir la evidencia clara de una inteligencia divina subyacente en la naturaleza, se ven obligados a atribuir poderes creativos a candidatos cada vez menos creíbles, como la masa/energía y las leyes naturales. El ateísmo, sencillamente, no da la talla”.
Hay muchas similitudes entre el fundamentalismo científico y el fundamentalismo religioso. Unos y otros necesitan la certidumbre total. Sin embargo, la ciencia es una búsqueda creativa de verdades provisionales, validadas a través de experimentos y necesarias demostraciones. La ciencia, la filosofía y la teología no son excluyentes. Carecer de la habilidad, de cuestionar nuestras creencias, repensar y cambiar de opinión, limita nuestras opciones. Alister McGrath, biofísico y teólogo en la Universidad de Oxford en su artículo ‘Between Knowing and Believing’, escribe:
“Como todos los demás, anhelo saber y abrazar lo que es verdadero y digno de confianza. Sin embargo, a medida que envejezco, a regañadientes he llegado a la conclusión de que sé menos y creo más, no porque haya caído en alguna forma de credulidad, sino porque mucho de lo que alguna vez pensé que era conocimiento ahora parece ser una opinión o una creencia”.
La historia de la religiosidad humana en su conjunto es un esfuerzo constante por dar sentido a la idea de divinidad. Robert Ornstein, en su libro ‘God 4.0: On the Nature of Higher Consciousness and the Experience Called God’, explica que nuestra mente selecciona partes de la realidad que considera relevantes para nuestra supervivencia, y nos la presenta como una realidad virtual acotada. Aunque, además de esta red cognitiva primaria enfocada en el funcionamiento diario, poseemos una segunda red de cognición que, cuando se activa, nos permite trascender las barreras de la conciencia ordinaria y experimentar una conexión más amplia y una comprensión profunda de nuestro lugar en el universo. Esta segunda red proporciona una base biológica para la espiritualidad. Todos experimentamos la activación de esta red, por ejemplo, cuando encontramos la solución a un problema o tenemos una percepción intuitiva o creativa o cuando percibimos una conexión con un todo más grande que nosotros mismos. Einstein cuando se sentía bloqueado, tocaba el piano o el violín. En una entrevista dijo:
“La teoría de la relatividad se me ocurrió por intuición, y la música fue la fuerza impulsora detrás de esa intuición. […] Mi nuevo descubrimiento es el resultado de la percepción musical”.
La apreciación del arte, la música y la naturaleza puede abrirnos a estados de conciencia que trascienden lo cotidiano. Se trata de una experiencia directa y personal de conexión y significado. Es una capacidad humana y se puede desarrollar. Escribe Ornstein:
“Es lo que la gente ha intentado activar, desde los primeros sabios chamanes hasta Moisés hace 3.500 años, Jesús hace 2.000 años, Mahoma hace 1.400 años, y hasta la miríada de buscadores contemporáneos”.
El antropólogo Stewart Guthrie, en ‘Faces in the Clouds. A New Theory of Religion’ postula que todas las formas de religiosidad parten de algún tipo de antropomorfización, lo que se debe, según explica, a la existencia de estructuras cognitivas innatas que hacen que tengamos la tendencia a percibir características humanas en nuestro entorno natural, social y cosmológico. Estamos predispuestos evolutivamente para implantar nuestras creencias y deseos, nuestros estados mentales y psicológicos en otros seres, ya sean humanos o no. Tendemos a ‘humanizar’ todo hecho o fenómeno al que nos enfrentamos, atribuyéndole intenciones humanas. Antropomorfizamos el mundo y a los dioses que creemos que lo crearon. Reza Aslan en ‘God: A Human History’, sostiene que tenemos una propensión instintiva al ‘dualismo’: la creencia de que el cuerpo y la mente o el alma son distintos en forma y naturaleza. Eso significa que entramos en el mundo con un sentido innato de que somos más que solo nuestros cuerpos materiales. Por lo tanto, el origen del impulso religioso es el resultado de nuestra creencia estructural de que somos almas encarnadas. Einstein, nació en una familia judía no practicante, de niño pasó por una etapa de profundo éxtasis religioso. En una entrevista señaló:
“De niño recibí instrucción, tanto sobre la Biblia como sobre el Talmud. Soy judío, pero me siento cautivado por la luminosa figura del nazareno. Nadie puede leer los Evangelios sin sentir la presencia real de Jesús. El personaje palpita en cada palabra. Ningún mito está tan lleno de vida”.
Fue a partir de los cincuenta años que Einstein empezó a expresar su pensamiento religioso con mayor claridad en ensayos, entrevistas y cartas. Rechazó la idea convencional de un Dios humanizado, para él, esta idea obedecía a analogías infantiles. Escribió:
“Lo que no puedo entender es cómo podría haber un Dios que recompensaría o castigaría a sus súbditos o que podría inducirnos a desarrollar nuestra voluntad en nuestra vida diaria. Entonces no puedo creer en este concepto de un Dios antropomórfico que tiene el poder de interferir con estas leyes naturales”.
Más allá de los mitos y rituales que han dividido a la humanidad en bandos de creencias durante milenios, la religión es un relato compuesto de símbolos y metáforas que permite a los creyentes comunicar unos a otros y a sí mismos la experiencia subjetiva de su fe. La religión surge al interior de una cultura y participa de su ambigüedad. Sin embargo, Sam Harris, filósofo, neurocientífico y crítico del fundamentalismo religioso, sostiene que es posible practicar la espiritualidad de manera racional y sin la necesidad de adherirse a dogmas. En su libro ‘Waking Up: A Guide to Spirituality Without Religion’ escribe:
“Nada de lo que pueda experimentar un cristiano, un musulmán y un hindú –amor que trasciende el yo, éxtasis, iluminación interior– constituye una prueba que corrobore sus respectivas creencias tradicionales, puesto que estas son lógicamente incompatibles las unas con las otras. Tiene que operar un principio más profundo”.
Para Harris, la espiritualidad está profundamente ligada a la conciencia. Existen personas que están felices en medio de privaciones y peligros, mientras que otras se sienten miserables, a pesar de tener toda la suerte del mundo. Nuestra mente es la base de todo lo que experimentamos y de todas las contribuciones que hacemos a la vida de los demás. La felicidad y el sufrimiento, por muy extremos que sean, son estados mentales, ya que nuestra mente determina la calidad de nuestra experiencia vital. Según Harris, las prácticas espirituales pueden alterar la función y la estructura del cerebro de forma que promuevan el bienestar emocional y la resiliencia mental. Harris escribe:
“No nos hacen falta datos de ningún laboratorio para decir que la autotrascendencia es posible. Y no tenemos que ser unos virtuosos de la meditación para darnos cuenta de sus beneficios”.
El debate sobre mecánica cuántica que comenzaron Einstein y Bohr sigue vivo. Se trata de un choque entre dos filosofías y dos interpretaciones metafísicas acerca de la realidad y sobre lo que podemos esperar de una representación científica de esta. Einstein declaró que para este debate prefería tener como árbitro a su más admirado filósofo: Baruch Spinoza. Rebecca Newberger Goldstein, en su libro ‘Betraying Spinoza’, sostiene que Einstein adhería a la idea de Spinoza que existe una teoría final que puede explicarlo todo. En abril de 1929, el rabino Herbert Goldstein, le envió un telegrama urgente y preciso a Einstein: ‘¿Crees en Dios? Stop. Respuesta pagada. 50 palabras’. La respuesta de Einstein fue más breve:
“Creo en el Dios de Spinoza, que se revela en la legítima armonía de todo lo que existe, pero no en un Dios que se ocupa del destino y de los actos de la humanidad”.
Einstein no creía en un alma separada del cuerpo, ni en una vida futura de ningún tipo. Bastaba para él, reflexionar sobre el misterio de la vida y maravillarse con la estructura de la realidad, junto con el empeño sincero por comprender una parte, aunque fuera ínfima de la lógica que se manifiesta en la naturaleza. El instinto religioso en Einstein se expresaba en su quehacer científico y filosófico. En una entrevista publicada en el libro ‘Glimpses of the Great Einstein’, explicó:
“Me fascina el panteísmo de Spinoza. Admiro aún más sus contribuciones al pensamiento moderno. Spinoza es el más grande de los filósofos modernos, porque es el primer filósofo que trata el alma y el cuerpo como una sola cosa, no como dos cosas separadas”.
Para Spinoza al no poder existir en el universo más que una ‘sustancia’ con atributos infinitos, tanto si se llamaba Dios o se llamaba Naturaleza, tenían que ser lo mismo. Como expresa el filósofo Michael Levine en ‘Pantheism. A Non-Theistic Concept of Deity’:
“Nada puede ser sustancialmente independiente de Dios porque no hay nada más que Dios”.
Para el pensamiento panteísta, lo que llamamos mundo y lo que llamamos Dios son lo mismo, el primero es la expresión del segundo. El mundo, es la esencia de Dios manifestada y experimentada. Philip Clayton en ‘Religion and Science’ explica que la mente es al cuerpo como Dios es al universo. Escribe:
“Quizás lo que llamamos lo científico y lo religioso son dos caras, dos dimensiones, de una única búsqueda humana. Si eso es correcto, las herramientas de la ciencia y la profunda espiritualidad del ‘todo en Dios’ panteísta pueden constreñirse mutuamente, como el yin y el yang dentro del Tao”.
Esta idea de unidad no es nueva. Está presente en muchas tradiciones y ha influenciado diversas formas de pensamiento religioso y filosófico a lo largo de la historia. Alrededor del año 800, el místico sufí Bayazid, tratando de comprender el concepto de ‘Unidad Divina’, saltó de su asiento y gritó: ‘¡Alabado sea yo, cuán grande es mi majestad!’. Para los sufíes, el Creador y la creación comparten exactamente la misma esencia, indistinguible e inseparable; es decir, Dios debe ser, en esencia, todo lo que existe, incluidos nosotros. Aslan señala:
“Tal vez deberíamos considerar la posibilidad de que el motivo por el que tenemos el impulso cognitivo de pensar en Dios como reflejo divino de nuestro propio yo es porque todos y cada uno de nosotros somos Dios. Tal vez en lugar de preocuparnos por tratar de forjar una relación con él, deberíamos tomar conciencia de la relación que ya existe”.
Se puede llegar al pensamiento panteísta, a través del misticismo, religiones, filosofías o como Einstein, a través, de la ciencia y su concepción unificadora de la naturaleza. La idea de fondo es que todo está conectado. Todo es uno, y uno es todo. Es una elección personal decidir cuál es ese ’uno’, cómo definirlo y experimentarlo. Nuestra creencia es una elección personal. Podemos creer que el origen del universo, la vida y la conciencia son hechos accidentales. Es posible que se deban a procesos físicos aleatorios sin causa, propósito o intención de ningún tipo. Es tan posible, y tan imposible de demostrar, como probar la existencia de un espíritu subyacente al universo que lo anima y sustenta, que une nuestra alma y la de todos y tal vez todo lo que existe o haya existido. Sin embargo, más allá de nuestras preferencias, como humanos, tenemos una estructura cognitiva que tiene la capacidad de experimentar un sentido o intuición de que somos parte de algo más grande que nosotros mismos. En 1930, Einstein redactó un credo personal que llamó ‘Lo que creo’, concluía:
“La más bella emoción que podemos experimentar es el misterio. Es la emoción fundamental que subyace a todo arte y ciencia verdaderos. Aquel que desconoce esta emoción, que ya no puede maravillarse y sentirse arrobado de sobrecogimiento, es como si estuviera muerto, como una vela apagada. Sentir que detrás de todo lo que podemos experimentar hay algo que no pueden captar nuestras mentes, cuya belleza y sublimidad nos alcanza solo de manera indirecta; eso es la religiosidad. En este sentido, y solo en este sentido, yo soy un hombre devotamente religioso”.