Hoy, callo
Hace unos años no hubiera escrito esta columna. Pero a mi edad puedo afirmar que uno evoluciona de mil formas si con eso te conviertes en la persona que te sonríe en el espejo. Al punto.
Antes no me quedaba callada. Nunca. No me importaba a quien tuviera en frente, si entendía que debía decir algo, lo hacía, sin filtros, con fuerza y asertividad, convencida de que esa actitud era una muestra de fortaleza. Sobra decir que esto me ha ocasionado más de un disgusto y unas cuantas satisfacciones. Pero aprendí a aceptarme así.
Pero ya no lo hago.
Me he movido a un lugar detrás de las gradas en el que prefiero escuchar, observar y callar. Y no es porque no tenga una opinión, que la tengo, es porque me he dado cuenta de que ya no quiero demostrar nada sino que prefiero disfrutar plenamente de cada una de las cosas que hago. Y escuchar me encanta porque siempre descubro algo, personas que me enriquecen de todas las edades y condiciones. Observar me permite saborear detalles que antes ni siquiera notaba porque estaba demasiado ocupada en actuar, hablar, contestar y tener la razón.
Con este cambio lo que quiero decir es que crecemos con el ego demasiado frágil y para halagarlo preferimos escucharnos a nosotros mismos, imponernos frente a lo que sea y menospreciar cualquier opinión u acción que no sea la que nosotros queremos. Y en ese devenir nos perdemos tantas cosas. No hay nada más satisfactorio que apreciar a otras personas porque siempre te van a nutrir, lo que pasa que no solemos darles la oportunidad, estamos ocupados pensando en cómo contestarles. Permítanse por un tiempo ser testigos de lo que pasa a su alrededor y les aseguro que sabrán cuándo callar y cuándo hablar.
@anablancomontoya