Impúdica decencia
La pandemia que venimos sufriendo en los últimos 30 años no nos tiene en cuarentena y socava día a día cada ladrillo de la escala de valores que en algún tiempo supimos construir.
Cuando hablamos de la importancia de los valores y la necesidad de pregonar cada uno de ellos, es porque es el pilar fundamental donde la moral se sostiene, ya sea la individual o la colectiva y donde el virtuosismo del hombre por lograr imponerse a la precariedad de los actos inmorales lo destaca por encima de las bestias. Al atentar con uno de ellos, comienza cual efecto dominó, a caer en cadena casi perfecta y secuencialmente unos a otros empujando el valor más próximo para voltear el siguiente, hasta que alguien dice basta y con una mano lo frena.
Los primeros valores se abandonan porque no están de moda entonces al ser antiguos y procedentes de mandatos los volteamos, también aquellos que están relacionados porque se emparentan y estorban a esta realidad progresista y contemporánea. Los que siguen hieren a aquellos que no los comparten, por lo cual también deben ser derribados, el que sigue genera recelo por las minorías, sean eliminados. El siguiente atenta contra el derecho de lo que pienso, creo o debería ser, por lo cual sigamos con los siguientes, y así uno a otro asesinamos cada uno de ellos, promulgando en la sociedad valores alternos -en el mejor de los casos - y consideraciones particulares y personales altamente subjetivas en el peor de ellos.
La aniquilación de valores fundamentales confluye en un desierto de derechos, pero sobre todo exime de obligaciones, y en ese ámbito espacial se construyen acciones atentando contra la moral, el pudor, el buen gusto, la decencia, y así cada una de las fichas del dominó que representaría esta desconstrucción.
Personas de bien intentan formarse sobre todo valores, porque le corresponden al hombre desde lo espiritual, le son personales, pero a su vez colectivos. Al pertenecer al interior del hombre necesitan de un alimento del mismo tenor, valores transversales, que le son propios a una religión y los cuales a su vez, al reconocer al Hombre como condición necesaria para una sociedad mejor, alimenta el respeto por otras creencias que los comparten, que entienden son de carácter universal. Y en esa sinergia por defenderlos es justamente donde nos fortalecemos como humanidad, siempre buscando lograr del mundo un sitio mejor.
Es entonces cuando con el tiempo de ver caer fichas es necesario colocar la mano de alto. Tiene que notarse el freno con cierta furia, ya sea verbal o como en este caso escrita. Es necesario alzar la voz y la pluma al ser testigos de actos indignos de un representante de la "honorable cámara" de nuestro país, fuera de todo lugar de decencia y honor en un ámbito sublime que supieron construir próceres y líderes del pasado. Esto no es más que la clara muestra de un proceso y la evidencia clara manifiesta de que estamos siendo testigos de la desintegración de un país por el abandono de sus creencias fundamentales, políticas, sociales y económicas, amparadas en una hermosa Constitución Nacional cada vez más violentada por estos incultos que promueven la disolución y abandono de obligaciones primordiales.
Somos testigos y víctimas de la ignorancia, no solo del saber, sino también del ser. Pues, claro, abandonamos el sentido de vida desde el inicio, entonces ¿qué nos queda para el resto del viaje que representa esa vida?. Nos comprime y arrasa la corrupción en cada rincón, en cada negocio, en cada transacción. El ciudadano se ataja ante cada oferta comercial porque duda de las verdaderas intenciones de quien pretende satisfacer las necesidades de un producto o servicio. Nos decapita la falta de justicia al cercenar derechos de inocentes, pero al promover libertades individuales funcionales a la misma corrupción, estableciendo que los culpables tienen derechos y los inocentes deben suscribirse a ellos por contar con diferentes oportunidades al sometimiento de la voluntad que ampara a los mal llamados pobres invitando a una adhesión de solidaridad maquillada.
Y así un presidente se desdice, porque la palabra no importa, dejó de ser un valor. Un juez se exime de compromiso por falta de mérito, o por otros "derechos" que deben ser reconocidos en estos tiempos modernos. Un ministro “sarasea” al hablar del presupuesto nacional, y un diputado se muestra eróticamente en medio de una sesión virtual. Y claro, por años permitimos que los presidentes hicieran y deshicieran a su antojo; ante una inocente sociedad que considera el voto como canal de aprendizaje concreto y el correctivo necesario de comportamientos en una democracia tenue. Permitimos el robo para la corona y aceptamos el roban pero hacen. Dejamos a merced de estudiosos, ya sea de economía o salud, decidieran por encima de las libertades lo que sería mejor para un pueblo cada vez más oprimido y expectante. Dejamos que la educación pública sucumbiera a la privada, esclavizando a docentes a ser idearios y soportes de sus victimarios. Solventamos y pagamos a instituciones que, en vez de premiar el logro, el estudio, el mérito mismo, llegan a través de listas sábanas sin tener constancias de ser probos y leales a la patria.
Nos duele ver el triunfo de la ignorancia, del desconocimiento del bien. De que finalmente la Biblia está junto al calefón, que es cierto de aquel que llora no mama y el que no afana es un gil. Es triste ser testigo de ideologías vacías de contenido en detrimento de valores fundamentales, pero sobre todo ver que en el podio está la victoria visible de su acometido.
Tenemos que seguir bregando por nuestros valores, desde la condena como en este caso y desde el ejemplo individual y social todos los días. No podemos permitirnos seguir retrocediendo porque cuando queramos acordar el abismo se encontrará de frente y a nuestra espalda no habrá nada para recuperar.