Inercia térmica frente a diseños pasivos
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En el último post hablamos de la importancia de la inercia térmica de los edificios para reducir la demanda energética en un clima mediterráneo y continental como el español y sobre cómo la arquitectura vernácula española la había utilizado no solo con este objetivo, sino también para la mejora del confort térmico de los usuarios.
El principio de funcionamiento de la inercia térmica se puede ver de forma sencilla en este gráfico:
La inercia térmica permite que el edificio funcione como una batería térmica, almacenando calor o frío a partir de fuentes naturales cuando están disponibles y liberando dicho calor o frío hacia el interior del edificio cuando el usuario lo necesita.
Para conseguir este efecto, es, pues, necesario interactuar con el entorno, lo que exige que el diseño del edificio permita la captación de calor o la ventilación natural en función de las necesidades.
En el otro extremo, se sitúan los diseños del centro y del norte de Europa. En estas latitudes, el clima es muy frío, por lo que, por un lado, rara vez se dispone de fuentes externas naturales de calor y, por otro, no es necesario refrigerar el edificio. Por lo tanto, estos diseños se basan en un potente aislamiento térmico de la envolvente que convierten a los edificios en una suerte de búnker térmico totalmente independizado del exterior.
Ambos diseños, los basados en la inercia térmica en un clima mediterráneo y los diseños pasivos para un clima frío del centro y del norte de Europa se ajustan perfectamente a las características climáticas respectivas y se consideran diseños pasivos, pues no requieren de fuentes de energía 'artificiales' para climatizar el edificio.
Ahora bien, el problema aparece cuando se trata de extrapolar estos diseños desde su zona climática original a una zona climática muy distinta. Esta extrapolación se está produciendo actualmente en España, donde se está extendiendo un diseño del centro y del norte de Europa basado en una construcción ligera sin apenas inercia térmica, rodeada de una envolvente cuyo espesor de aislamiento térmica incluso supera el valor legal prescrito por el CTE.
Los defensores de esta extrapolación argumentan que este tipo de diseño permite reducir el consumo energético asociado a la calefacción de los edificios, principal responsable de las emisiones operativas de un edificio, lo cual es cierto. Pero se olvidan de que uno de los principales problemas térmicos de los edificios en España es el verano, problema que se acentuará en el futuro por el calentamiento global.
A este respecto, el argumento de que el aislamiento de la envolvente protege tanto del frío como del calor es una media verdad, porque, efectivamente, estos edificios están protegidos del calor exterior, pero no tienen en cuenta el calor generado en el interior del edificio.
Durante el uso de un edificio, existen cargas térmicas internas procedentes del calor corporal de los usuarios, de las luminarias, de los electrodomésticos, etc. En un diseño completamente aislado del exterior, estas cargas internas no se pueden disipar y, por lo tanto, se produce el sobrecalentamiento del edificio. Un caso muy famoso de este efecto es la Torre Bolueta en Bilbao.
Este es precisamente el motivo por el que los edificios tradicionales en España siempre han sido edificios de alta inercia térmica, para evitar su sobrecalentamiento en verano, pero también para mejorar su comportamiento térmico en invierno aprovechando la elevada radiación solar disponible en España.
En resumen, que un edificio pasivo en España pasa por un diseño de alta inercia térmica. Los diseños ligeros en conjunción con un sobreaislamiento de la envolvente se los cedemos a nuestros colegas del centro y del norte de Europa hasta que nos llegue la próxima glaciación.