INTELIGENCIA vs. MÉTODO
La gran preocupación que tanto padres como tutores y/o profesores manifiestan en lo que a la formación académica de los alumnos en edad escolar se refiere, se centra de forma casi exclusiva en el deseo de que los hijos/hijas tengan un curso que transcurra sin sobresaltos, lo cual está condicionado a la obtención de resultados positivos.
Sin embargo, a pesar de las buenas intenciones que todavía los alumnos albergan tras los resultados más o menos afortunados obtenidos en la primera evaluación con respecto a su evolución académica futura y…a pesar de la inmejorable al tiempo que excelente disposición que la mayoría de los padres aducen siempre tener al objeto de proporcionar a sus hijos/hijas todo el apoyo y recursos necesarios para que la evolución académica de sus hijos/as transite por la senda de los buenos resultados, lo cierto es que la esperanza y buenos propósitos iniciales se truncan más pronto que tarde.
Las primeras dos evaluaciones escolares constituyen la causa y fundamento, [máxime cuando los resultados derivados de las mismas son de bajo perfil], de múltiples sinsabores y grandes preocupaciones para los padres puesto que, además de tensionar la interrelación familiar, dinamitan la motivación del alumno/a, así como su autoestima, generando así un desarrollo académico no exento de dificultades, problemas emocionales y desordenes de naturaleza personal en el alumno/a que, en bastantes supuestos desembocan inexorablemente en situaciones familiares no deseadas, dramas de desigual intensidad, indisimulado agobio e infelicidad manifiesta del alumno/a.
Los padres y madres conceden gran importancia, desmesurada en muchas ocasiones, a los resultados académicos y sin embargo dicho aspecto no es el elemento más significativo y trascendental entre los que configuran el proceso de estudio. Incluso cabe afirmar que los resultados académicos constituyen el elemento de menor trascendencia de cuantos forman parte del desarrollo y evolución escolar del alumno.
Los más elevados resultados académicos no son sino la lógica resultante, entre otros varios factores, de un proceso de estudio de excelente nivel; de una planificación exquisita y la natural consecuencia de una magnífica aplicación de un método altamente eficaz y eficiente.
No existe éxito académico ni elevados resultados escolares sin previamente haber invertido grandes dosis de tiempo y esfuerzo, obligada dedicación, así como la inversión económica que fuere necesaria en aprender, adquirir e integrar en nuestro conocimiento las estrategias, técnicas, destrezas y métodos de última generación que proporcionen al alumno alto rendimiento y gran eficiencia en el estudio.
Lo realmente importante es el conocimiento y aplicación de metodologías que permitan un estudio ordenado, reflexivo, estructurado, planificado y altamente eficiente mediante el aprendizaje e integración de destrezas intelectuales de alto impacto y rendimiento.
Los resultados desfavorables suelen derivarse en muchos supuestos como consecuencia directa de un proceso de estudio realizado de forma inadecuada, en el que la planificación, la programación y la ejecución de una metodología de estudio eficaz normalmente brilla por su ausencia cuando lo más lógico sería facilitar a los alumnos las herramientas que constituyen los pilares fundamentales para un aprendizaje racional, eficiente y exitoso.
Cuando los resultados no acompañan o son sencillamente dramáticos por las adversas bajas calificaciones obtenidas, generalmente es porque existen en su trasfondo aspectos de gran importancia en el estudio, como por ejemplo el esfuerzo, la constancia, tiempo de dedicación, motivación, etc., totalmente desatendidos o deficientemente atendidos puesto que, lamentablemente, en demasiadas ocasiones ni los progenitores exhiben clara conciencia de la enorme relevancia de los mismos.
En ocasiones, bastantes, escucho a los progenitores manifestaciones del tipo “con que apruebe, es suficiente”; “este año el objetivo es pasar de curso” ; “con que supere el curso, yo feliz” y otras de análoga naturaleza que, cuando menos, denotan total anestesia y nula conciencia por parte de los padres respecto al estudio así como absoluta falta de confianza en su hijo/a, lo cual nunca ha de suceder.
Por otra parte, es preciso que el alumno/a adquiera ciertas prácticas imprescindibles para que su proceso de estudio vaya adquiriendo de forma progresiva la regularidad que confiere la interiorización de una cuestión vital como el hábito de estudio.
El hábito constituye la confluencia de conocimiento, capacidad y deseo en el que el conocimiento es el paradigma teórico, o por decirlo de otra manera el qué hacer y el por qué hacer.
La capacidad constituye el cómo hacer. Y el deseo o por mejor decir, la motivación, el querer hacer.
Sin embargo, una cuestión fundamental que ha de tenerse presente en toda actividad en la que se desee éxito, tanto académico como profesional y/o personal, constituye la definición del para qué o la concreción del gran objetivo para el cual habrán de articularse los hábitos tanto de trabajo como académicos y/o profesionales.
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La inexistencia, la indefinición generalizada en la actividad escolar en cuanto a la concreción por parte del estudiante de su para qué académico, conlleva la implantación de erróneos hábitos generadores de prácticas equívocas y orientaciones del esfuerzo y tiempo improductivos por la inconcreción de los objetivos que se pretenden consecuencia de la inexistencia del para qué al cual han de orientarse la totalidad de nuestros propósitos para los cuales será imprescindible establecer unas metas, tareas y acciones concretas para su real y efectiva materialización.
Los alumnos, una gran mayoría de ellos, ante reiterados resultados de signo desfavorable por las razones anteriormente aducidas, asumen e interiorizan su imposibilidad de revertir la situación dado que su autoconfianza y autoestima se resquebrajan de manera tal que les abocan hacia una actitud pasiva ante cualquier otra situación que, relacionada con el estudio, tuvieren que afrontar.
Lo que en origen debiera brindar una ocasión a los docentes y al centro escolar como reto para progresar no sólo en la formación y aprendizaje de sus alumnos, sino en su relación con ellos, deviene en problema familiar cuando, trascendiendo dicha jurisdicción, se traslada a los padres la responsabilidad exclusiva en la adopción de medidas paliativas o correctoras de una situación que llega a afectar a la salud emocional del alumno y la sintonía familiar.
En la sociedad actual los resultados negativos no se conciben como oportunidad de mejora puesto que los padres otorgan mayor relevancia al hecho de que los hijos pasen de curso que a dotarles de sólidos métodos que garanticen un aprendizaje eficaz.
Se instaura, de este modo, en los alumnos la dicotomía éxito-fracaso como referencia para lograr el todo o la nada, dada la importancia que se otorga por parte de docentes y padres a las notas, en vez de conceder máxima prioridad al aprendizaje de métodos eficaces, dado que además de potenciar el desarrollo y mejora de las habilidades intelectuales, verdadero motor del crecimiento y progreso personal, contribuyen a que el estudio sea una actividad sumamente gratificante.
En la mayoría de los casos, detrás de los suspensos podemos detectar el temor racional a las reacciones y valoración de los progenitores, inseguridad personal y sentimientos de culpabilidad por los resultados obtenidos, todo lo cual no hace sino crear al alumno una percepción sobre su propia persona y capacidades totalmente negativa con una casi total ausencia de motivación.
Para los estudiantes no existe un juicio de valor más importante, un factor más decisivo en su desarrollo psicológico y en su motivación, que la evaluación que tanto padres como profesores emiten sobre ellos mismos.
Los alumnos suelen experimentar dicha valoración bajo la forma de un sentimiento que, de hecho, suele ser difícil identificar porque se experimenta de forma constante en tanto que forma parte de todos los demás sentimientos.
La naturaleza de dicha autoevaluación tiene unos efectos muy profundos sobre el pensamiento de los escolares, así como en sus emociones, deseos, valores y objetivos.
Si deseamos comprender psicológicamente a nuestros alumnos tenemos que realizar el esfuerzo de entender, en primer lugar, la naturaleza y grado de su autoestima puesto que la autoestima supone, de una parte, un sentimiento de eficacia personal y, de otra, de valor propio, constituyendo, además, la suma de la confianza y el respeto en uno mismo.
Gorka Aurre
Licenciado en Derecho y Neurotrainer Certificado
Experto en Lectura de Élite y Desarrollo Intelectual