Jersey rojo, cuello vuelto
1985. Pelo castaño, media melena muy abundante, mirada azul firme, vaqueros y un jersey de lana roja. Salía del coche a media tarde, un Renault 12 blanco, abría el maletero y sacaba unas botas de goma. Una vez cambiado el calzado, se arrebujaba en el abrigo, que había dejado en el asiento vacío del acompañante.
Era un trabajo el suyo que comenzaba en solitario, pero nunca terminaba en soledad. En aquel pueblo de la sierra aún no había luz en las calles y muchas de ellas estaban sin pavimentar. Asomaba también un capazo, lleno de libros, papel en blanco y lapiceros. No se le olvidaba nunca de llevar una linterna, que cada día comprobaba, para poder llegar hasta la puerta sin tropezarse con alguno de los cantos, brillantes a la luz, que buscaban evitar grandes charcos de barro. Llegaba con energía, pese al frío y la lluvia fina, casi helada, a las antiguas escuelas. Era un pueblo pequeño: nunca había habido muchos niños, y desde hacía tiempo, ninguno ocupaba aquellas eternas y recias mesas, de patas metálicas y tablero aglomerado. Abría la puerta de acero, con la cerradura bien engrasada para recibir la llave aserrada: el sonido de los pitones al subir y bajar dentro del bombín le daba seguridad mientras, en silencio, inspiraba hondo y repasaba la clase de la tarde. En aquel tiempo, y en clase, fumaba tabaco rubio, Winston, que guardaba en una pitillera roja, muy llamativa, con un encendedor recargable en forma de cigarrillo.
Al poco rato, el aula sería un espacio alegre y bullicioso. La estancia estaba caldeada: habían instalado una estufa de leña, con un fuego que bufaba a través el tiro a medida que se abría para ir consumiendo la madera racheada de encina, roble o castaño y que, con devoción silenciosa y anónima, muchos de los que nunca asistirían a sus clases, dejaban.
Su alumnado era muy exigente: mujeres, principalmente, que alguna vez, más bien poco, en su niñez, “habían ido a escuela”: todas recordaban la guerra en su juventud, también la república, dos ciclos monárquicos y sus golpes de estado, y una larga dictadura. Pero, la vida sigue, decían con la mirada llena de ilusión. Con la llegada de la democracia oteaban hacia el siglo XXI como si fueran eternas, y sus planes siempre incluían el aprender y visitar lugares desconocidos.
Las clases que la maestra impartía eran meticulosamente preparadas en casa, en una mesa camilla, con faldillas y brasero, donde descansaban varios periódicos, y que en ocasiones servían como punto de partida para comentar algunas actividades en aquellas tardes, donde la llegada de las largas noches de invierno se pasaba mejor.
Los objetivos de cada una de las alumnas eran diferentes, con metas comunes, tales como lograr firmar documentos en la notaría o el banco sin vergüenza, poder escribir algunas líneas en un papel, leer alguna revista de moda, o alguno de los escasos libros que sobrevivían en sobraos y que soñaban con volver a ser abiertos y leídos. En esencia, todo era la ilusión por aprender. Por encontrar el punto de inflexión que les permitiera mirar más allá de una realidad que para algunas de ellas sonaba a tediosa y rutinaria, marcada por ciclos de estaciones y fiestas populares, pero donde todos los días había algo nuevo que hacer.
Colocaba la maestra papel en cada una de las mesas, con los lápices afilados mientras ya iban entrando sus alumnas, algunas en silencio, otras bromeando cual colegialas, con amistades y confidencias que se prolongaban desde hacía décadas, compartiendo secretos que solamente la amistad incondicional permite mantener en el calor leal del apego.
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Una a una, las pupilas se centraban en el papel, que durante la tarde se transformaba: líneas rectas, curvas, a veces firmes, en otras ocasiones inestables, donde la inconsistencia se tornaba en solidez a medida que las manos aferraban el lápiz y este descansaba sobre el papel, dejando trazos de lo que sería una redacción libre o la escritura al dictado que muchas demandaban, añorando la niñez.
Con alegría, la maestra, y toda su familia, acudían encantados a las invitaciones de las fiestas populares, donde eran todos acogidos con el cariño del pueblo agradecido. Las enseñanzas alcanzaban metas más allá de lo tangible. La trascendencia de lo aprendido era mayor que la mera técnica, la instrucción siempre precisa de un acicate soñador que empapa todo proyecto, a fin de colmar los deseos más íntimos, esos que no están descritos en los objetivos netamente burocráticos de los técnicos sentados en la mesa de los despachos.
Aquellas Aulas de Cultura, promovidas con ilusión, puestas en marcha con escasos recursos, pero sobrados anhelos, eran una ventana hacia lo nuevo, hacia días más largos, completos, soleados. No sólo había lectura, escritura, cultura general o historia: talleres de cocina, macramé, bolillos, o cualquier otra demanda de los alumnos era atendida y preparada con esmero.
Esta maestra organizaba ya jubilada, escuelas de verano para niños, excursiones a lugares cercanos, apreciando, agradeciendo lo recibido a cambio de su vocación por la enseñanza y el retorno cultivado, y dando a conocer los sabores y colores de sus pueblos, llena de carreteras maltrechas, con curvas, imperfecciones y tan tristemente denominada tierra vacía, pero es la suya; y la ama.
#MaestrosInolvidables
Dedicado a mi madre, Teresa Montero, y a tantos maestros que trabajan para alumnos tan especiales, como a los niños que se recuperaban en casa, después de ser arrollados por un tren en Muñoz, que se ganaba la confianza de la comunidad gitana de los arrabales de Ciudad Rodrigo y de los habitantes de los pueblos serranos que recorría con la ilusión de hacer de este mundo algo mejor.
| Vicerrectora Académica Pontificia Universidad Javeriana | Investigadora | Docente interdisciplinaria
6 mesesApreciado Julio: Tu escrito es un maravilloso relato de cómo una mujer como tu mamá aportó a la educación de niños/as y adultos rurales (especialmente mujeres) para que fueran, individual y colectivamente, mejores seres humanos y sociedad. Mil gracias!
Psicóloga en consulta privada. Autora del libro 'El viaje de tu vida. Cuaderno de autodescubrimiento y crecimiento personal'. Terapia individual, de pareja y de familia. Formadora y divulgadora.
2 añosQué maravilla de relato, Julio. Habrá que tomarse algo un día y hablar de esta y otras historias.
Conferenciante, consultor de formación y desarrollo, y profesor universitario. CEO y becario en DOSABRAZOS
2 añosGracias por compartirlo!!!
Enfermera del Trabajo en Hospital Universitario La Paz
2 añosQue bonito Julio! Muchas gracias
Psicóloga Especialista en Ps. Clínica/Docente asociada Univ. Pontificia Comillas/Psicoterapeuta/Focusing Oriented Psychotherapy
2 añosIntuí que serías tu el niño en la foto. Se ahora de donde viene tu visión integral y humana de la docencia. Muchas gracias por compartirnos esta vivencia tuya y la figura de tu madre