¡Juegas como niña!
¡Juegas como niña! Esa fue la frase que escuché el miércoles más de 10 veces, mientras presenciaba en el estadio un aburrido partido de futbol. Sinceramente fui ilusa, pensaba que las frases cargadas de estereotipos habían quedado en el pasado. Lo acepto, tanto tiempo aislada por la pandemia me llevó a un hueco alejado de la realidad.
Y desde que escuché esa frase nada volvió a ser igual durante los siguientes 60 minutos. Mi cabeza comenzó a recordar las palabras que, con el mismo sentido peyorativo, me habían dicho cuando era pequeña. Volvieron a mi mente esos momentos de miedo en los que sentí que no pertenecía a un lugar por el simple hecho de ser niña.
Pero me entristeció más recordar que todavía existe un debate acerca de la relevancia que tiene, o no, el lenguaje para los cambios sociales. ¿Cómo podemos continuar dudando de lo importante que éste puede ser en una comunidad y su cultura? Las palabras, cada letra que las conforman, son para un país como el engrane que permite ver si un sistema funciona. Y no, nuestro sistema no funciona.
«La violencia simbólica es esa violencia que arranca sumisiones que ni siquiera se perciben como tales apoyándose en unas «expectativas colectivas», en unas creencias socialmente inculcadas» (Bourdieu, 1999c: 173)
De acuerdo con datos del INEGI, de enero a agosto de este 2021, el principal tipo de violencia en los hogares fue la psicológica y emocional, ejercida a través de gritos, ofensas, humillaciones e insultos. Además, la Encuesta Nacional de Victimización y Percepción sobre Seguridad Pública 2021, reportó que el 20% de mujeres de 18 años o más se siente insegura en su propia casa.
Y es cierto que la violencia contra la mujer no debe analizarse desde una sola perspectiva, hay que mirar cada ángulo para entenderla a fondo. Sin embargo, profundizar en la función del lenguaje es fundamental para entender de dónde surgieron determinadas ideas sobre el género femenino o masculino, de qué manera se han fortalecido con los años y cómo es que han logrado mantenerse vigentes.
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O tal vez, en lugar de afirmarlo debería preguntar, ¿por qué hemos permitido que sigan presentes? ¿Por qué cuando un niño llora lo regañan diciéndole "pareces niña"?, ¿por qué en deportes como el soccer utilizan la palabra "niña" como un insulto?, ¿en qué momento se comenzó a propagar la idea de que la mujer es "el sexo débil"?
Cuestionarnos, deconstruirnos y reaprender no sólo es necesario para crecer como personas, desde la individualidad, también es vital para formar sociedades justas, igualitarias y libres de violencia. El lenguaje importa, aunque muchas veces nos resulte increíble creer que unas simples palabras puedan ser el inicio de las violencias sociales como en este caso.
No hay duda de que existen más factores como la desigualdad económica, la falta de oportunidades, la ineficiencia de un sistema político, la educación, la cultura, y así podría seguirme muchos renglones más. Pero hay que ser realistas, lo que decimos y cómo lo decimos tiene un impacto en nuestra vida y en la de las demás personas.
Hoy más que nunca es necesario cuidar nuestras palabras, comprender su verdadero significado y tener conciencia sobre el impacto que pueden tener. Los prejuicios, estereotipos y estigmas han sido reproducidos por años, sin embargo nada nos impide transformar nuestra realidad, poner un freno y crear la sociedad en la que queremos que las niñas y niños se desarrollen.
"¡Juegas como niña!" es una frase que no quisiera escuchar nunca más, no delante de una pequeña que debería sentirse heroína, el ser más fuerte del mundo y capaz de hacer cualquier cosa por lograr sus sueños. Esta vida no se trata de ser el sexo débil o fuerte, se trata de libertad y dignidad, aquellos dos sustantivos con los que todas, todos y -aunque a algunas personas no les guste- todes, nacemos.