Karina Gao: “La vida me fue inventando”

Karina Gao: “La vida me fue inventando”

“Voy a acercar el auto”, dice Karina Gao, o Kari, como la conocen todos en el mundo real, y en el virtual también. Pero en su Fu Jian natal es Gao Qian (llegó al país a los 9 años), con pronunciación Kao Chien, que significa etimológicamente “alta y linda”. Kari llega a las 13.30 horas en punto, con el pelo recogido, un buzo gris y unos jeans. Sus hijos gemelos de 4 años, Simón y Benjamín, salen del club donde fueron a practicar natación con su padre Dominique, el esposo de Kari, alias “el franchute”, como ella lo apodó. En un abrir y cerrar de ojos, los niños ya están acomodados en sus respectivos asientos y con un tupper de comida casera en su mano cada uno. “Tocó el Hongten”, les dice, “semáforo rojo en chino”, explica. Hablando con sus hijos, mitad español, mitad chino, Karina saca a relucir sus dotes de profesora de chino, actividad que ejerció por 4 años. “Uno tiene que ser multitasking y optimizar el tiempo” dice. Me consulta si puedo quedarme unos minutos con los chicos mientras baja a retirar unos medicamentos para su madre. “Mis padres me facilitaron mucho la vida, me pagaron los mejores colegios, hoy me toca ayudarlos a mí”. Y remata con una sonrisa: “En la vida nada es gratis”. Ahora habla la economista (UTDT) y máster en administración de empresas, recibida en París.

“A mí me gusta la pimienta”, dice uno. Y el otro responde: “A mí la manzana”. Ellos son sus hijos, “los pequeños gourmet”, los inspiradores del primer libro de recetas de Karina, éxito de ventas, que nació en Facebook y luego se asentó en Instagram bajo la cuenta “Mon petit glouton”, con hoy 158 mil seguidores. Lo que más destaca del trabajo de Instagrammers es el cariño que recibe de parte de la comunidad que la sigue. También el gran grado de responsabilidad de este “súper poder” que le brinda esa exposición. Karina menciona su participación en el reality show gastronómico “El gran premio de la cocina”, como una sorpresa maravillosa de la vida.

Llegamos a la casa. Todos nos sacamos los zapatos y calzamos chancletas. “¿Van a trabajar bien hoy?”, les pregunta Kari a los niños. Ellos van corriendo a la cocina, posan para la foto y luego juegan para el video. Me aclara que no muestra sus rostros. Al finalizar, reciben un chocolate de regalo. “Me interesa transmitirles que el trabajo tiene recompensa, y que para obtener algo hay que trabajar”. Cuenta Kari, que empezó a trabajar a los 9 años en el supermercado de sus padres.

Karina acomoda los ingredientes en la mesa, y a los 5 minutos ya está batiendo los huevos, tamizando la harina, mezclando todo de manera envolvente. Hay una torta de chocolate cocinándose en el horno. Saca las berenjenas fileteadas que estaban en la heladera, y pronto la transforma en una tarta siciliana, receta de la suegra. Vuelca todos los ingredientes en una asadera. Seguimos hablando. Sin embargo, al minuto vuelve a chequear y la preparación se está pegando en la sartén. Con movimientos rápidos y certeros saca todo lo que quedó en la base y cambia de recipiente. Entra Dominique en silencio, le comenta algo en francés y luego se retira. Cuando le pregunto qué significa él para ella, por primera vez, desde que nos encontramos, Karina no hace dos cosas al mismo tiempo. Se detiene, me mira y dice: “Él es muy compañero, es muy importante para mí”. Después también me diría que es el amor de su vida, su “soulmate” (alma gemela).

“La cocina es poderosa”, dice Karina. Sonríe con picardía y continúa: “La vida no te da una segunda oportunidad, pero la cocina sí”. La tortilla siciliana salió perfecta. Pasamos al living a hacer la sesión de fotos del plato y nos topamos con dos bibliotecas, una de grandes y al lado una de chicos, donde de fondo se puede leer: “Lo esencial es invisible a los ojos” con la imagen de El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry. El libro de cocina de Doña Petrona dialoga con el de Mon Petit Glouton, mientras que “El tigre y el Dragón” los observa. Libros en chino, francés y español decoran esa enorme biblioteca. Y de fondo, una foto en blanco y negro de ella y Dominque, en su casamiento en Francia. Ella viste tutú y él traje, están enmarcados por la Torre Eiffel. Parece una película romántica, pero es la realidad. Como esa tarta siciliana con un toque de menta que por fin degustamos juntas, luego de la sesión de fotos para Mon petit glouton. “Quiero que sean felices, buenas personas y que se tomen las cosas en serio”, dice a la hora de hablar de lo que desea para sus hijos.

Mientras sueña con un programa de cocina propio, trabaja en su segundo libro de recetas para toda la familia, cría a sus dos hijos, Karina dice que la vida fue muy generosa con ella, y que siempre le dio todo lo que necesitó y más. “Que hoy me sigan tantos occidentales es para mí una revancha”, y recuerda los años de adolescencia que sufrió discriminación. Pero hoy, ella es #LaReinaDelEleven, así se hace llamar, un poco en juego otro poco en serio. Elige Buenos Aires como su lugar en el mundo. Con los años aprendió a no confiar tanto en los halagos, y tampoco prestarle atención a las burlas o comentarios negativos. Es que en las 24 horas del día de Karina, no hay ni medio segundo que perder. La acción se convierte en creación. ”La vida me fue inventando”, dice, aunque en realidad creo que ella sabe que la que se fue inventando fue ella.

Por Maia Bubis Perera

¡¡¡GRACIAS, Kari!!! Karina Croce-Gao


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