La Crisis Mundial en el Dilema del Espejo
Este título es una continuación del anterior “El Coronavirus y el Mito del Terminator” y un nexo para el siguiente “Los Símbolos y la Visión Arquetípica de la Vida”.
Cerré el artículo anterior con la idea respecto a que la cultura de los diferentes pueblos a lo largo de la historia de la humanidad, ha diseñado diferentes “espejos” adaptados a tiempo y lugar, en donde puedan verse identificados y darle sentido a su vida, aquello que se encuentra configurado dentro de los límites de lo imaginable, aglutinando un variado espectro de significados en la cual le encontramos un sentido a la vida, una vida edificada sobre una construcción de valores, que nos remiten a un pasado que en una dinámica de transformación, debería ser el “piso” y no el techo de nuestra evolución. Este es el Valor de un Mito, un relato, un cuento. La “Doxa” como lo conocían los antiguos griegos o los “Puranas” de la cultura hindú, partiendo de significados que permite a los pueblos construir una identidad común, que mantiene la cohesión de esa sociedad a través de los tiempos, convirtiéndose en un valor comunitario por la preservación de esa diferenciada manera de ser, de existir (como nunca el “To Be” del habla inglesa adquiere en este contexto su singular significado, Ser y Estar como parte inescindible de una misma realidad).
Creo que parte de la crisis que se está viviendo en estos tiempos (dirigiendo la cuestión a la raíz), es una Crisis de Valores que nos enferma y me encuentro en condiciones de demostrar, esgrimiendo (con todo el filo del que se dispone para atravesar esta realidad) una de las herramientas de esta sabiduría simbólica más antigua, utilizada para revelar (esto es, des-ocultar lo “velado”) y abordar un conocimiento que por muchos siglos ha quedado oculto y en tiempos modernos desacreditado, desde el paradigma de la ciencia moderna, en la cual paradójica y cíclicamente, ingresa en periódicas crisis paradigmáticas, en donde sus postulados sistemáticamente “hacen agua” y la obliga a reformular sus supuestos, tal como lo reconociera Thomas Khun en la década del ’60, quien fuera a la postre, el que acuñara este término “Paradigma”, el cual justifica la dinámica de los cambios como un fiel continuador de la “doctrina Darwinista”. (El viejo zorro perderá el pelo, pero no las mañas). Pero de este punto me ocupare en el artículo siguiente. Y como dice un reconocido paradigma en el mundo de lo jurídico, “a confesión de parte, relevo de prueba”.
Regresando ahora al tema que nos ocupa en este artículo siempre, que pretendamos seguir el rastro de la dinámica de transformación en la que estamos sujetos los seres vivos, que en su gran mayoría se encuentran abducidos, por la energía que demanda la adaptación a las exigencias de la vida moderna y cuando no se encuentran exigidos, normalmente reaccionan evadiéndose de esa presión, sumergiéndose en un caleidoscopio de distracciones, auto centrados en “el propio mundo”, como burbujas autorreferentes, hasta que alguna crisis de gran magnitud desarticula esta dinámica, para tomar conciencia de nuestra fragilidad y dependencia a fuerzas superiores que nos trascienden, que no conocemos (ubicados en el centro de nuestra propia experiencia) hasta que una realidad que resulta completamente imperceptible desde una actitud “ombligistica” de la vida, se hace presente, desarticulando planes y proyectos.
Cuando esto ocurre, y el nivel de incertidumbre se vuelve agudo, se puede percibir a nivel experiencial una polarización, que oscila desde un pasado optimista “subido arriba del caballo” de un dominio tecnológico que no reconoce barreras, a un pánico y pesimismo sometido a visiones apocalípticas, de un inconsciente colectivo que de la única certeza que es capaz de elaborar en este contexto, es que en un futuro nada volverá a ser como fue y las respuestas que (bueno o malo) garantizaban una seguridad externa, ya no están allí, dado que las respuestas que su buscan, se encuentran enjauladas dentro de los límites de lo imaginable.
En estas condiciones, la humanidad ha perdido el rumbo y la identidad de una raíz que lo vincula con lo natural, con su esencia, y como cualquier flor cuando se la corta de su tallo, se corta el contacto vital con lo que la nutre, convirtiéndose en un depredador, perdiendo todo contacto con la magia y la creatividad que la vida trae consigo renovándolo todo cíclicamente, liberando estructuras caducas atrapadas en un pasado que perdió vigencia. Cuando las aguas de la vida dejan de fluir desconectada de su fuente, se convierte en tóxica, creando un caldo de cultivo en donde los virus cumplen una función específica dentro de la naturaleza, se alimentan de lo tóxico, lo corrupto, lo que perdió vitalidad, como una etapa necesaria dentro de una dinámica de evolución cíclica, es un preludio de los vientos que agitan una renovación, que en el límite del caos que antecede a la apertura de un nuevo ciclo, rompen toda referencia con un pasado que no tiene razón de existir.
Es un feo espejo en la cual resulta desagradable verse reflejado en un síntoma en la que la naturaleza, contando con infinitos recursos, nos muestra en la dimensión de lo pequeño, lo que no podemos ver en lo grande. La humanidad perdió hace mucho tiempo la capacidad de verse reflejada en su propia creación, y como en el Mito de Narciso, solo alcanza a ver el reflejo de su propia imagen, desvinculado de cualquier otra realidad. Si este mito tiene algo que ver con la realidad actual, como decían en el prólogo de las antiguas películas de Hollywood, “es pura casualidad”, tal como casualmente, la naturaleza termina manifestando en el exterior, el reflejo visible de nuestra incapacidad de ver el resultado de nuestras creaciones, en un contexto en el cual, como demuestra la moderna Física Cuántica, todo se encuentra conectado, representando el Drama en este Macro Cosmos, de no reconocernos como parte de una Totalidad. Tal como lo señala Jaques Lacan, el Drama del Ser Humano comienza en el “Estadio del Espejo”, nos encuentra completamente alejados del “Cosmos” (etimológicamente significa “Orden Bello”).