La danza de lo efímero
El universo, vasto e incomprensible, está compuesto por una miríada de momentos que se desvanecen antes de que podamos atraparlos.
Cada segundo que vivimos es una chispa en la inmensidad del tiempo, una pequeña llamarada que brilla intensamente antes de apagarse en la oscuridad del olvido. Pero en esa fugacidad radica el misterio y la belleza de nuestra existencia.
La vida no es más que una colección de instantes, cada uno de ellos único y efímero, cada uno lleno de significado si tenemos la sabiduría de detenernos a contemplarlo.
Nos encontramos siempre corriendo, persiguiendo el futuro, ansiando lo que vendrá, sin darnos cuenta de que el verdadero tesoro está aquí, ahora. El presente es un regalo que la mayoría de las veces dejamos sin abrir.
Imagina por un momento que cada instante que vives es una pincelada en el lienzo infinito del tiempo. No hay dos iguales, cada uno es una obra maestra en sí misma. El sonido de una risa, el murmullo del viento entre los árboles, el calor del sol sobre tu piel… todo forma parte de esa obra en constante creación.
Atrapados en nuestros pensamientos, dejamos pasar la belleza que nos rodea.
Nos han enseñado a buscar la grandeza en los logros, en los futuros inciertos y lejanos, pero quizás la grandeza más pura reside en lo simple, en esos breves instantes que escapan a nuestra conciencia cuando no estamos atentos.
Si lo piensas, la vida no se vive en grandes gestos, son esos pequeños momentos que, al unirse, crean el tapiz de nuestra existencia.
¿Qué es lo que hace valioso un instante? No es la magnitud de lo que sucede, y sí mucho más la profundidad con la que lo experimentamos. Una taza de café compartida con alguien especial puede tener más peso que el logro más grande. Un paseo al atardecer, con el cielo pintado en tonos de naranja y púrpura, puede marcar un antes y un después en nuestra vida por cómo nos hace sentir.
Vivimos en un mundo donde lo insignificante es pasado por alto, donde solo lo que se puede medir, contar y mostrar es considerado relevante. Pero ¿acaso no es en lo más pequeño donde encontramos las mayores verdades? Una mirada cómplice, el roce suave de una mano, la melodía de una canción que evoca recuerdos. En esos detalles mínimos se esconde el verdadero poder de la vida.
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A menudo vivimos en guerra con el tiempo. Lo vemos como un tirano que nos roba momentos, que nos empuja hacia delante sin darnos tregua. Pero, ¿y si el tiempo no fuera nuestro enemigo? ¿Y si, en lugar de combatirlo, aprendiéramos a fluir con él?
Cada instante es una oportunidad, una página en blanco donde podemos escribir nuestra historia. El tiempo no nos quita nada; simplemente nos enseña que lo esencial no es tanto la cantidad de lo que vivimos, debiendo estar marcando por cómo lo hacemos. Aprender a estar presentes en cada segundo es el mayor regalo que podemos darnos.
Hay una magia especial en los momentos que compartimos con otros, una chispa que solo surge en la conexión humana. Una conversación profunda a la luz de las estrellas, una carcajada compartida en la mesa de un café, o incluso el silencio compartido con alguien que comprende sin necesidad de palabras. En esos instantes, el tiempo parece detenerse, y lo efímero se convierte en eterno.
Es en la conexión donde descubrimos que, aunque la vida sea un cúmulo de momentos fugaces, cada uno tiene el poder de transformarnos. Cada encuentro, por breve que sea, deja una huella, una marca indeleble en nuestra alma.
No son las grandes hazañas las que recordamos, son esos momentos en los que sentimos que, por un instante, todo estaba en su lugar.
La vida es una danza, y cada instante es un paso en esa coreografía interminable. A veces nos movemos con gracia, otras tropezamos, pero siempre seguimos bailando. Cada paso, cada giro, tiene su propia belleza, incluso en su imperfección.
Es en el fluir de la vida donde encontramos el sentido.
No en la perfección, no en la espera de un futuro ideal, busca la aceptación de que cada instante, por efímero que sea, es un regalo. Ya que será precisamente lo efímero que dará valor a lo que vivimos. Si todo fuera eterno, si nada tuviera fin, ¿cómo podríamos apreciar realmente la belleza del ahora?
Cuando aprendemos a valorar el instante, nos damos cuenta de que la vida no necesita ser perfecta para ser maravillosa. Cada respiro, cada rayo de sol, cada mirada, es un recordatorio de que estamos vivos, de que el tiempo es un regalo, y de que, aunque lo efímero nos rodee, hay una belleza innegable en lo que es, simplemente, ahora. Miguel Alemany
Fundacion Acción Social Docente FP para el Empleo Consultora Planes de Igualdad, Abogada laboralista
3 mesesEs importante disfrutar de los momentos presentes pero la vida debe tener un rumbo aunque luego por circunstancias cambie Cierto que los momentos son únicos pero teniendo un plan de vida que lo sustente