la dictadura de lo material e individual
Por Nicolás Prat

la dictadura de lo material e individual

Da la sensación de que las personas se relacionan en dimensiones cada vez más sometidas a lo concreto. A lo que ve, a lo que se puede palpar y apreciar. A lo tangible, a lo que reluce, a todo aquello que proyecta una imagen. Nos hemos distraído tanto tiempo legitimando lo que nuestros sentidos corporales ofrecen que, salvo algunos privilegiados, jamás nos hacemos espacio para cultivar lo espiritual. A la gama de sensaciones abstractas que el alma puede captar en el aire como para construir un modo de vida menos vertiginoso, más valorable, humilde y cercano a una calidad deseable. El individuo adulto se comporta, muchas veces, como un engranaje aislado en una colectividad. Reniega del capricho del niño a sus necesidades básicas e individuales, pero es el mismo que piensa en sí mismo cuando están sus intereses afectados por sobre los demás.

 

Leer un libro, una buena melodía, un rato de oración para el que es creyente, una charla de valores con amigos, una caminata sin reloj ni celular por un paisaje, un beso sin complejos, darle dinero a un necesitado, un abrazo, el cuídate de una madre o el buen día al vecino son combustibles del espíritu. El tiempo de las agujas es tirano. Deambulamos con el convencimiento ficticio de que no tenemos tiempo cuando somos los propios seres humanos quienes gozamos de su manejo. El espacio se hace y cuando no es posible se usa la excusa de la falta del mismo. La verdad es más liberadora que el justificativo: ¿“venís a casa”? – “no puedo, tengo que hacer cosas y no llego”- (y en instantes posteriores aparece una foto en red social de la persona que rechazo con una copa de vino en una reunión de varias copas) ¿no era más fácil decir “tengo otro plan”? lo veraz exime y quita carga al que lo expresa como al otro involucrado.

 

La superficialidad es perfectamente compatible con el materialismo. Un superficial es en sí un hombre que mide y calibra sus movimientos con la garantía de sus sentidos. Se circunscribe al holograma que le devuelve su espejo. Es alimentado por un entorno al que solo valora porque lo adulan y cuando ya no le son funcionales ejerce abandono. Son esa clase de personajes que aparecen con distintas relaciones de amistad en diferentes periodos y en los cuales es imposible catalogarle cuál de esas personas lo seguirán acompañando realmente en el tiempo. Los vas a divisar saludando eternamente a medio mundo, contando historias en las que el YO se lleva el Oscar, enrostrando sus posesiones y juzgando desde un supuesto estrato superior el accionar del resto. Siente empatía por sí mismo y el momento en que se interese por aspectos de la vida ajena será por una conveniencia o porque cortaron su discurso con otro comentario.

 

El exceso de ególatras es un mal contemporáneo. No es casualidad su multiplicidad porque con la tecnología puesta al servicio del envase, independientemente del contenido, el bombardeo del idealismo es absurdo. Los vínculos navegan sobre esos mares ideales y solo llegan a la costa los que ponen en juego el realismo por sobre la fantasía. Un egoísta obedece a sus percepciones y son las únicas que lee y contempla. El derecho del otro es una molestia y sus aspiraciones son una traba para su crecimiento. Se los oirá frecuentemente dar catedra de lo que deben hacer sus pares y poner en duda la coherencia entre el decir y hacer; como si ellos hicieran culto de esquivar tal dualidad.

 

El espiritual es condenado por el consenso a ser “hippie”, “loco”, “idealista”, “bohemio”, “antiguo”, “religioso”. Suele sufrir en la interacción con el orgulloso porque los entornos compran el continuo rebaje de autoestima en el que los segundos someten a los primeros. Un obtuso que aparenta poseer inteligencia, en un margen considerable de oportunidades, pisotea públicamente al verdadero inteligente que tiene apariencia de obtuso. El que chapea con que es jefe en determinada empresa y las redes de contactos que tiene, en una reunión, ante el comentario victorioso de un empleado en una gestión empresarial. El sentimentalista lleva la cruz de la cursilería como si abrir los sentimientos fuera una cuestión de infantes.

 

La palabra liderazgo esta erróneamente muy conectada al individuo por sobre la masa. Hay infinidad de ejemplares que se autoproclaman lideres sin un mínimo de conciencia colectiva. Se piensa en representar a un grupo sin generar empatía en el mismo. Un ejemplo muy nítido en las escalas laborales, donde la aspiración predominante es ser la cabeza de un equipo por el estatus, el prestigio y las bondades económicas que deparara tal posición. Se prescinde totalmente de que se gestionaran voluntades y en todo caso la relación se circunscribe a un valor funcional. La psicología se esconde debajo de la alfombra y se disfraza de necesidades comunes, el deseo particular. Un líder natural no es el que tiene el rotulo, a veces, sino que podría ser el administrativo anónimo de un determinado departamento.

 

La belleza física es otra variante de la cultura material. La vista es acaso, uno de los sentidos corporales más empleados. Lo que se observa, se valida. De allí la famosa frase “ver para creer”. Negar que se obvia este sentido, es incurrir en una falacia tan grande como la propia galaxia. La problemática es cuando es el único criterio que vale o define la preciosidad. Hay seres humanos que retocan sus propias fotos para esconder la realidad ante el exterior, Una imagen que ellos tienen de sí mismos en realidad y en la cual lo irónico es como después se quejan cuando se topan con un cultor de la apariencia y sufren sus exigencias. La farándula, está plagada de parejas que se conectan solo por el marketing de sus carreras. Nunca falta ese pensamiento de querer ser una hormiga para ver cómo se desenvuelven esas relaciones teñidas de banalidad a la hora de que el lente de la cámara se cierra.

 

La inteligencia no es compatible con el ego. La primera palabra necesita de un cielo abierto, mientras que la segunda se guía de espacios cerrados y únicos. La humildad no sincroniza con lo individual porque la empatía se cultiva con altruismo hacia el exterior. Lo espiritual nunca tendrá química con lo material porque algo que proviene de la esfera de lo abstracto se diferencia de lo que es concreto y visible. Hay que bucear más en las sensaciones para validar una satisfacción por encima de los objetos que se puedan poseer o el valor de los mismos.

 

Es importante ser autónomo, tener personalidad, diversidad de gustos particulares. Es lógico tener anclajes en los objetos. Somos seres simbólicos y tenemos apego a los bienes tangibles. De por si jamás se debe perder la condición única de cada ser humano. El problema es cuando la felicidad se centra en conseguir logros que nos diferencien del otro, por encima de la propia alegría de llegar a ellos y en el ejercicio de pisotear la autoestima ajena. Es decir, cuando fijamos el foco en la constante comparación social: cuanto tienes/ cuanto vale. La dictadura de lo material oprime al sentimiento y al espíritu, deja una grieta cada vez más marcada de valores genuinos y ese hoyo es ocupado por felicidades artificiales, efímeras que tienen la duración de la vida útil de un elemento. Para finalizar me quedo con una frase tan grafica como sintética de un escritor británico de inicios del siglo xx, Gilbert Chesterton “Ante un problema humano, los materialistas analizan la parte fácil, niegan la parte difícil y se van a casa a tomar el té”.

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