La doctrina del miedo
Por: Ariel Rodríguez Moreno - CPP, BINA

La doctrina del miedo

Es mucho más seguro ser temido que amado porque el amor es preservado por el vínculo de obligación que, debido a la bajeza de los hombres, se rompe en cada oportunidad para su ventaja; pero el miedo te preserva por un temor de castigo que nunca falla. Nicolás de Maquiavelo. El Príncipe.

9,58 segundos. Eso tardó el corredor jamaiquino Usain Bolt para completar los 100 metros más veloces de la historia en el Campeonato Mundial de Atletismo en Berlín, Alemania, en 2009.

Para alcanzar ese tiempo, Bolt debió correr a 45 kilómetros por hora. Nadie hasta ese entonces había corrido tan rápido y nadie lo ha vuelto a hacer, incluyendo al propio Bolt.

Sin embargo, diversos expertos aseguran que esa no es la máxima velocidad humanamente posible.

Cuando se habla de motivación humana, los impulsos son tantos que corresponde a cada uno identificar los propios, pero hay uno común que nos impulsa a todos y nos lleva a realizar acciones que en otras condiciones serían impensables e imposibles: el miedo.

Hay una motivación común que nos impulsa a todos y nos lleva a realizar acciones que en otras condiciones serían impensables e imposibles: el miedo.

Bajo una situación de miedo, somos capaces de actuar de forma que parezca que las leyes de la naturaleza se quiebran: el aire se hace más ligero y somos capaces de correr más rápido que Bolt y huir velozmente cuando nos ataca una fiera o un delincuente armado; la gravedad disminuye cuando bajo un pesado auto se encuentra el pie de un hijo y nos hacemos increíblemente más fuertes para rescatar al vástago.

El miedo es una respuesta emocional que se activa ante diversos estímulos y que conlleva a cambios fisiológicos temporales como un aumento en la tasa respiratoria, aumento en la frecuencia cardiaca, dilatación de las pupilas, sudoración, entre otras, las cuales nos preparan para huir o luchar, especialmente cuando se trata de vivir o morir. La actividad cardíaca distribuye la adrenalina por todo el torrente sanguíneo y, aun cuando estemos exhaustos, nos ofrece energía extra para enfrentar (o alejar) una situación que puede exponernos a riesgos de gran impacto.

El miedo ha moldeado nuestra especie. Es el motor de nuestra supervivencia en los 200.000 años que llevamos habitando el planeta, pero, especialmente, se ha convertido en el mayor medio de control social en los últimos 10.000 años.

Cuando se produjeron los asentamientos y las sociedades se convirtieron en sedentarias y agrícolas, se dio lugar al crecimiento de las civilizaciones y, consecuentemente, el surgimiento de los gobiernos. Tuvieron su génesis las primeras dinastías imperiales en China. Los reinos persas, sumerios y babilonios se hicieron a vastos territorios en Mesopotamia. Los faraones egipcios tuvieron gran prosperidad y controlaron el Valle del Nilo hasta la invasión por parte del Imperio Romano y, más cercanamente en América, los imperios Azteca e Inca fueron soberanos hasta su caída ante los conquistadores españoles en el siglo XV. A la par de esto y de cerca a los gobiernos, las grandes religiones también florecieron, desarrollaron su cosmología y se expandieron a lo largo de los territorios. Todos, incluyendo los gobiernos y las religiones del mundo actual, tienen en común el miedo para adoctrinar y fidelizar a sus ciudadanos y creyentes, además de someterlos a los preceptos y disposiciones imperiales, gubernamentales y canónicas.

Todos, incluyendo los gobiernos y las religiones del mundo actual, tienen en común el miedo para adoctrinar y fidelizar a sus ciudadanos y creyentes.

El miedo obliga obediencia, y la obediencia lleva al orden y aleja el caos o, por lo menos, es el modelo que, dependiendo de las leyes y dogmas establecidos por el gobierno y la religión predominante, llevan al cumplimiento de lo ordenado por un dios, un rey, un faraón o un presidente. Thomas Hobbes, gran filósofo inglés, afirmó que “el origen de las sociedades grandes y duraderas no se ha debido a la mutua benevolencia de los hombres, sino al miedo mutuo”. Si el hombre actúa conforme a lo establecido, podrá vivir su vida como mejor pueda, de lo contrario, será castigado, señalado, expuesto y sometido por la fuerza. En pocas palabras, el hombre no es bueno por virtud sino por miedo al castigo.

El hombre no es bueno por virtud sino por miedo al castigo.

El miedo no es malo, es supervivencia. Es necesario temer a las calles oscuras, a los animales salvajes, a la delincuencia, a los incendios, a las enfermedades, al dolor, y a todo aquello que pueda hacernos daño. Pero al mismo tiempo el miedo es control. Buscamos seguridad para alejarnos del miedo. En una clara muestra de dialéctica hegeliana, nuestra seguridad aumenta en función del miedo y ese miedo se convierte en manipulación y esta manipulación se convierte en seguridad, con la seguridad se resta libertad y sin libertad el miedo aumenta. El ciclo no se detiene.

Reza el dicho: “La misma víbora que te vende el antídoto es la misma que te inyectó el veneno”. El poder a través del miedo ha sido la consigna desde que el hombre es hombre. El miedo como un instrumento político ha sido utilizado a través de la historia para la perpetuación en el poder y las máximas de Maquiavelo se aferran a las estructuras de cada institución en el mundo cualquiera que esta sea. Es aquí en donde los profesionales de seguridad deben trazar la línea.

El respeto a la libertad y a la privacidad es un derecho inalienable. Sin embargo, con el aumento del miedo en las calles, el reclamo por una seguridad invasiva es cada vez mayor, vulnerando el espacio íntimo de las personas y las sociedades. No es admisible pensar en la seguridad a cualquier costo. No es válido ofrecer nuestra libertad por calles más iluminadas, más policías o más cámaras de vigilancia. 

El miedo como un instrumento político ha sido utilizado a través de la historia para la perpetuación en el poder.

Hace tres siglos, Benjamín Franklin dijo: “Quien renuncia a su libertad por seguridad, no merece ni libertad ni seguridad”, y parece que es esto lo que justamente está sucediendo. La seguridad es un derecho y es una de las máximas expresiones de una sociedad que evoluciona. En la escala piramidal de Maslow, la seguridad es el segundo nivel de las necesidades humanas solo por encima de las necesidades fisiológicas, por tanto, que las sociedades sean manipuladas por el miedo y la seguridad, solo demuestra que las posturas maquiavélicas de los gobiernos y las instituciones se nutren del dolor y el sufrimiento por encima de la virtud y el bien.

Cada hemisferio y cada era traen consigo un nuevo enemigo y muchos nuevos miedos. En occidente, por ejemplo, a comienzos del siglo XX, nuestro temor provenía de la Gran Guerra en Europa y lo que esto podría causar en América y el mundo. Luego la guerra contra el contrabando de Capone, llegaron después los Nazis, los soviéticos, el Sida, Corea del Norte, el Covid-19, etc. Los enemigos son como la hidra de Lerna y le hemos cortado tantas cabezas que ahora nos resulta más fácil convivir con ella que tratar de derrotarla.

El miedo es natural e inevitable. Nos mantiene vivos y alerta y nos lleva a crear un mundo más seguro.

El miedo es natural e inevitable. Nos mantiene vivos y alerta y nos lleva a crear un mundo más seguro, pero estamos obligados a ser responsables, coherentes y proporcionales en cuanto a las medidas de control y protección que debemos tomar. Convertir el miedo en paranoia solo nos lleva a tomar medidas extremas que coartan nuestra libertad y nuestra privacidad y de esta manera hacer que la vida misma sea un Gran Hermano en una prisión permanente de un miedo pernicioso.


Ana Serrano Jaimes

Administradora de Riesgos, Seguridad y Salud en el Trabajo Universidad Militar Nueva Granada

1 año

Genial!!

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