La ficción no es un valle feliz
Un tuit disparó la polémica y la reflexión. Un periodista argentino aseguró por la red social que una serie como “El Marginal” (producción de Underground, exhibida por la TV Pública; puede verse también en Netflix), solo funciona como escaparate para exhibir hábitos punibles, impulsando a potenciales delincuentes a contravenir las leyes. Aduce que dicha serie -excelente, por cierto-, desarrollada en el averno carcelario, exalta la delincuencia. Desde su perspectiva, la televisión pública debe fomentar, estrictamente, modelos de esfuerzo. Con ese criterio, dramas carcelarios como “Oz”, “Prison Break”, “Capadocia”, “Orange Is The New Black” o “Vis a Vis”, están por fuera de la norma. Bajo esa mirada sesgada, y según el periodista, el mensaje debería ser otro: positivo, alentador, próspero. Una falacia y una hipocresía que nadie se cree. Siguiendo ese canon, los productores y los guionistas solo escribirían versiones edulcoradas y mendaces de “La familia Ingalls”. Pero no, la ficción no es un valle feliz, afortunadamente.
Desde que la televisión es la televisión, con el paso de los años y de los acontecimientos históricos y políticos, funciona como medio para comprender y analizar el entorno social. Las ficciones no son ajenas a la realidad. La televisión y toda su descendencia, con su inventario de relatos, entre lo fantástico, lo romántico, lo cómico y lo trágico, debe asumir la responsabilidad de entretener; no debe cumplir el rol de los organismos educativos ni del aparato político. Puede ser una consecuencia pero no un fin en sí mismo.
¿Educar o entretener?
Los contenidos de ficción son productos pensados como objetos de negocio, por tanto se prevé que sean rentables dentro de la industria del entretenimiento. ¿Se puede entretener y educar al mismo tiempo? Sí, pero no debe ser determinante. Las series no tienen la obligación de abanderarse en valores ni blandir postulados sobre las presuntas buenas normas y costumbres dentro de las cuales debe enmarcarse nuestra sociedad. Censurar la exhibición de una serie como “El Marginal” (en pleno rodaje de su segunda temporada), sería como esconder la mugre debajo de la alfombra y sostenernos en una utopía deforme, una creencia reduccionista, un embuste ideológico.
El tema de discusión atraviesa lo público y lo privado. ¿Debe el Estado admitir bajo su guardia, ficciones que ahonden en temáticas escabrosas? Sí, claramente. Considero sustancial que los gobiernos desde los ámbitos de la cultura, provean de productos artísticos a su población, sin importar el tenor o el género. No seamos ingenuos. La ficción es, de cierta manera, un espejo de la realidad. Verla a la cara también nos enseña. Concebir la ficción únicamente como una ecuación en valores es una torpeza y un peligro. Todo depende del prisma con el que se mire. Todo yace bajo un manto de falso y anacrónico puritanismo, con una corrección política inadmisible.
¿Qué es eso de “enseñar” cómo se roba un banco? “La casa de papel” va directo al tacho de la basura. ¿Qué haríamos entonces con series sobre asesinos, genocidas, mafiosos, hackers o conspiradores? ¿Qué haríamos con producciones inspiradas en casos reales espeluznantes? ¿Qué haríamos con telenovelas que invitan al desenfreno, la infidelidad y la trampa? ¡Viviríamos en un simulado paraíso! Y esa es la verdadera farsa: pretender que nos muestren lo que no somos.