«La función principal de la educación es enseñar a vivir.»
El gran filósofo y pedagogo, José Antonio Marina, ha escrito en diferentes libros que «cuando se lee dentro de un proyecto, no se lee realmente: se vendimia. Se busca en él cualquier cosa aprovechable.» Nada más cierto en mi caso y, muy en especial, con todas y cada una de las obras de este autor tan excepcional, al que, como es sabido, considero mi mentor accidental.
Después de la gran acogida, por parte de los lectores. de mi último e-book, Educada mente ...
... y de finalizar el primer manuscrito de Conversaciones con mi mentor, José Antonio Marina ...
... El próximo verano, tengo pensado finalizar la nueva entrega de Conversaciones (2ª parte: Escuela de vida), e iniciar la escritura, como ya he comentado en esta sección, de un nuevo ensayo donde plasmar negro sobre blanco todo lo que he aprendido sobre la inteligencia humana a lo largo de mis cuarenta y seis años de profesión docente en el ámbito de asignaturas numéricas, y de mis veinticinco años de investigación sobre la mente humana, con el objetivo de educar una hija feliz.
En este contexto, la presente semana he compaginado la (re)lectura de Aprender a vivir con la (pen)última revisión del manuscrito de Conversaciones...
Sucede que José Antonio Marina y quien suscribe estas líneas hemos quedado el próximo jueves 16/5 en Madrid para almorzar. Acudo a la Capital porque el filósofo, en un alarde de modestia, me ha puesto como condición sine qua non para escribir el prólogo de Conversaciones..., que rebaje el grado de los elogios (del todo merecidos por otra parte) hacia su obra y sobre todo hacia su persona, y le traigo el manuscrito para negociar los cambios.
Les cuento esto porque me veo en la obligación de dedicar dos semanas a «conversar» con el libro Aprender a vivir.
En la primera hablaremos de la buena vida, mientras que en la segunda lo haremos sobre la educación de una personalidad inteligente.
«Aprender a vivir es hacer real nuestra mejor posibilidad.»
Ficha técnica
Título: Aprender a vivir
Autores: José Antonio Marina
Nº de páginas: 208
Editorial: Ariel
Año de la 1ª edición: 2004
Plaza de edición: Barcelona
La gran misión educativa de padres, maestros y profesores es enseñar a vivir a nuestros alumhijos. Y lo tenemos que hacer sin manual de instrucciones y en gran parte a ciegas, porque ignoramos cómo va a evolucionar la sociedad en la que les va tocar desenvolverse. Por ejemplo, ¿qué habilidades van a necesitar?
Podemos hacer previsiones de futuro, pero basta leer a toro pasado las obras 1984 (1949) o 2001, una odisea en el espacio (1968), para percatarnos que ni siquiera mentes preclaras como las de respectivamente George Orwell o Arthur C. Clarke, acertaron en sus predicciones.
José Antonio Marina, ilustrado, sabio y, sobre todo, perspicaz, en vez de investigar las herramientas educativas con las que debemos dotar a los adultos del futuro, se centra en cómo conferirles una personalidad inteligente, que les permita en cada coyuntura fabricarse ellos mismos herramientas ad hoc.
Por ello, como cuenta el propio JAM: «En Aprender a vivir se propone un esbozo de psicología emergente, el desarrollo de la personalidad a partir de unas estructuras biológicas y sociales, un proceso que empieza en la psicología y acaba en la ética, y se sientan las bases para ayudar al niño a desarrollar una personalidad inteligente desplegada en la acción.» Y añade: «La educación debe ayudar al niño a desarrollar su capacidad para elegir bien sus metas en función de las aspiraciones universales del hombre. Conseguir estas metas va a depender de los recursos con los que cuente, por eso el modelo educativo que se propone está basado en la teoría de los recursos (personales y sociales).»
Se trata, en definitiva, de que padres, maestros y profesores contribuyamos al desarrollo de la inteligencia de nuestros alumhijos atendiendo a los aspectos cognitivos, afectivos y sociales.
Querido JA, la primera pregunta es obligada: ¿Podemos padres, maestros y profesores enseñar a vivir a nuestros alumhijos?
Resulta llamativo que las personas directamente implicadas en tareas educativas -padres y docentes- sean las más escépticas acerca de esa posibilidad. Lo que en abstracto parece evidente -la influencia de la educación- resulta menos claro cuando se desciende a los casos concretos. En muchas ocasiones no se ve la relación directa entre el comportamiento de los educadores y los resultados obtenidos: «Qué he hecho mal?» es una pregunta que surge una y otra vez en la cabeza de padres angustiados.
A las pruebas me remito, JA.
Sin embargo, Quim, no podemos olvidar que la meta de la educación es ayudar a formar personalidades inteligentes, es decir, que estén en buenas condiciones para llevar una vida feliz y digna. Para ello tenemos que desarrollar los recursos personales del niño. No te negaré que Aprender a vivir es un libro de pedagogía optimista, científico, práctico y bienhumorado, que estudia la formación de esa personalidad, y que se opone a una visión trágica de la educación. Propone un gran modelo educativo, poético y sensato.
De acuerdo, JA; pero no me negarás que educamos contracorriente...
Por supuesto, Quim, los padres solos no pueden educar, ni tampoco la escuela. Nunca lo han hecho. Siempre ha sido la sociedad la que ha educado a través de ellos. En cambio, en este momento, parece que tienen que educar contra la sociedad. Por eso se sienten desbordados. Necesitamos una movilización educativa de la sociedad civil. Lo más sabio que se ha dicho en pedagogía es el proverbio de una tribu africana: para educar a un niño hace falta la tribu entera.
¿Cómo definirías lo que podemos llamar buena vida?
En sentido estricto, no hace falta aprender a vivir. Vivir lo hacemos espontáneamente. Lo que tenemos que aprender es a hacerlo bien. Una buena vida, Quim, es conseguir una vida lograda. Este ha sido siempre el objetivo de la sabiduría, que era y es la culminación de la inteligencia. Para la antigua filosofía, ninguna teoría era valiosa si no ayudaba a vivir mejor. Por ello, como dijo Wilhelm Dilthey (1833-1911): «La última palabra del filósofo es la pedagogía, pues todo especular se realiza por el obrar». Tenía razón.
Si una buena vida es una vida lograda: ¿En qué consiste, entonces, una vida lograda?
consiste en la consecución de tres grandes bienes que interactúan: la salud, la felicidad y la dignidad. No he de explicar la importancia de la salud, porque es evidente. Respecto a la felicidad, sí hay que decir algo, porque es un término vago y gastado, que ha dado lugar incluso, a una «industria de la felicidad», propensa al timo.
Hablemos, pues, de la felicidad...
Entiendo por felicidad la armoniosa satisfacción de nuestras tres grandes necesidades: el bienestar (dimensión hedónica), la vinculación social (dimensión afectiva) y el aumento de posibilidades (dimensión creadora). Necesitamos disfrutar, querer y sentirnos queridos, así como confiar en nuestra capacidad para resolver problemas y realizar proyectos.
Sin embargo, JA, en tu respuesta anterior, a la pregunta en qué consiste una vida lograda, has añadido el concepto de dignidad, que no parece tener nada que ver con la felicidad.
Quim, hasta este momento solo he hablado de la felicidad subjetiva, una experiencia privada, que es a la que suele referirse todo el mundo. Pero como hemos comentado en anteriores ocasiones, recuerda que para que aquella sea posible debe ir acompañada por la felicidad objetiva, es decir, por una situación social, política, económica, que permita y facilite la consecución de los proyectos personales de felicidad. Pues bien, la felicidad objetiva se funda en la afirmación de la dignidad de todos los seres humanos, de la que derivan una serie de derechos, que no son sino la defensa social de nuestras pretensiones de felicidad.
En Aprender a vivir, JA, empleas dos nociones novedosas en tu obra: psicología emergente y pedagogía de los recursos...
Cierto, Quim. Por psicología emergente entiendo aquella que estudia la aparición, la constitución de una personalidad, a partir de sus estructuras biológicas. ¿Por qué sentimos, actuamos y pensamos como lo hacemos? Nacemos con una personalidad recibida, compuesta de inteligencia básica, temperamento y sexo, que nos hace propensos a la felicidad o a la desdicha, sobre la que adquirimos unos hábitos, y añadimos planes y comportamientos, que nos salvan de un determinismo irremediable y acaban constituyendo nuestra personalidad elegida. La educación puede y debe ayudar al niño a contar con los recursos necesarios para construir una personalidad inteligente en una sociedad que le permita desarrollar sus posibilidades y alcanzar una vida digna y feliz.
He aquí donde aparece la pedagogía de los recursos ...
Por supuesto. Aspiramos, Quim, a dotar al niño de la mayor cantidad posible de recursos -intelectuales, afectivos, sociales y morales-. Todos los padres querrían dejar a sus hijos recursos económicos que les facilitaran la vida. Pues bien, más importante aún es que el niño vaya adquiriendo los recursos personales que le permitan resolver problemas y emprender proyectos.
Cuando hablas de recursos personales, JA, ¿a qué te refieres exactamente?
Llamo recursos personales (o íntimos) a aquellas capacidades, saberes, destrezas, rasgos de carácter, que facilitan el acceso de una persona a la felicidad, en el sentido de bienestar y creatividad que antes he señalado. No bastan para conseguirla, pero al menos aumentan la probabilidad de conseguirla. Un ejemplo, acaso tosco pero clarificador: el dinero también es un recurso -aunque de otra clase- que no asegura la felicidad, sin duda, pero cuya carencia la dificulta.
Y ¿cómo se aumenta la probabilidad de ser feliz?
Para aumenta la probabilidad de ser feliz, el ser humano debe ser capaz de elegir las metas adecuadas, resolver problemas., soportar el esfuerzo y recuperarse de los fracasos y traumas, disfrutar con las cosas buenas que le suceden, tener lazos afectivos cordiales con los demás., y mantener la autonomía correcta respecto a la situación.
¿No es peliagudo el asunto de la autonomía personal? ¿No se puede incurrir en un individualismos asocial como al que estamos asistiendo en la actualidad?
Nuestra cultura valora enormemente la autonomía personal, la capacidad de tomar decisiones, y sí con frecuencia se cae en un individualismo asocial que resulta destructivo. Si una personalidad se acomoda siempre a la situación, puede degenerar en todo tipo de sumisiones malsanas. Pero si una personalidad no se acomoda nunca, si no mantiene vínculos con la sociedad, está manteniendo una autosuficiencia monstruosa y, en último término, impositora. No es que no dependa de nadie, es que se niega a mostrar ninguna clase de gratitud. Ni la desvinculación ni la sumisión ofrecen buenas salidas. Nuestra tarea es liberarnos de las sumisiones destructivas y vincularnos a los valores necesarios.
¿Qué papel juega en todo esto, JA, lo que tú denominas matriz de personal?
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La matriz personal es el conjunto de posibilidades radicales -y, su contrapartida, las limitaciones- con que el niño nace. Los niños no son iguales, tienen capacidades y preferencias distintas, y se desarrollan diferentes estilos de aprendizaje. El nacimiento se parece a una partida de póquer: se reparten unas cartas que no podemos elegir. Afortunadamente ni el juego ni la vida terminan ahí. No siempre gana el jugador que ha sido más afortunado en el reparto. Suele ganar el que juega mejor.
En este sentido, JA, hablas de predisposiciones ...
El bebé, en efecto, Quim, posee una serie de pre-dispociones funcionales y de pre-ferencias afectivas que configuran un estilo de responder ante la realidad y sus incitaciones. Al llamarlas predisposiciones y preferencias quiero señalar que determinan el desarrollo, pero no de una manera implacable. Abren un campo de posibilidades múltiples, sin imponer cuál se realizará.
¿Cuáles son los elementos que configuran la matriz personal?
El primer elemento es la atención. Una parte importante de la evolución del niño va a consistir en aprender a controlar la atención, a hacerla pasar de un régimen espontáneo a un régimen voluntario. No todos los niños tienen el mismo control de la atención. La capacidad básica de controlar la atención puede ser buena o mala. En este último caso, cuando el problema no se resuelve puede provocar retrasos en el aprendizaje, o un rechazo a la escuela. Pero no hay que ser precipitados. Niños muy brillantes pueden distraerse con facilidad, estar en las nubes, desenganchándose del mundo real. Otros no pueden concentrarse durante mucho tiempo.
Dímelo a mí, que soy padre de una niña diagnostica con TDAH ...
¡Cuidado Quim! Los niños tienen capacidades intelectuales diferentes, pero no debemos utilizar para clasificarlos categorías imprecisas y vacías -este niño es vago, tonto, inútil, y cosas así-, sino que debemos averiguar los recursos con los que cuenta y a partir de ellos intentar resolver sus carencias. Levine escribe: «Me opongo a aplicar las estigmatizadoras siglas TDA y TDAH. La mayoría de estos niños tienen más virtudes que defectos. Me impresiona ver cuántos de ellos acaban siendo adultos extraordinarios.» Estas afirmaciones demuestran que para ser un buen educador hay que ser fundamentalmente optimista.
¡Ja, ja, ja! Pues mi esposa y yo lo fuimos: aceptamos el diagnóstico de TDAH de nuestra hija, pero nos revelamos contra el pronóstico (nos habían dicho que no acabaría ni siquiera la ESO). Bueno pues, allí anda ella orgullosa con sus títulos, conseguidos con mucho esfuerzo y sufrimiento, de bachillerato científico y de Grado de Enfermería, y su profesión en el ámbito de la salud, que tanto la realiza ...
Y es que, Quim, algunos científicos occidentales han identificado atención con inteligencia. Por ejemplo, Spearman, el creador de la psicología factorial. Creo que tiene y no tiene razón. No tiene razón porque la inteligencia computacional va a su aire, produce ocurrencias buenas o malas con independencia de que estemos pendientes de ellas. Pero tiene razón porque la gran exclusiva de la inteligencia humana es nuestra capacidad para dirigir esa máquina computacional. Y la atención es un fenómeno central de ese cambio de régimen. Por ello, debemos elaborar una pedagogía de la atención.
¿Cuál es el segundo elemento de la matriz personal, JA?
El temperamento. Un estilo de evaluar los estímulos y responder afectiva o activamente a ellos. Es una fuente primaria de ocurrencias. Cada bebé tiene un modo propio de reaccionar emocionalmente, y de actuar y controlar su acción. El temperamento modula la actividad y la reactividad, la emocionalidad y la sociabilidad.
¿Y el tercer elemento?
El tercer, y último, componente de la matriz personal es el sexo, es decir, la condición de hembra o varón. Ni los hombres proceden de Marte ni las mujeres de Venus. Ambos vienen de África. Sus cerebros son tan similares que casi no se distinguen. Sus niveles generales de inteligencia son los mismos. También tienen los mismos sentimientos básicos, y ambos géneros disfrutan del sexo, buscan unos compañeros inteligentes y amables, tienen celos, se sacrifican por los hijos y compiten por conseguir estatus y pareja. Por su parte, los varones son más activos y muestran más agresividad física, mientras que las chicas muestran más agresividad social.
Diferencias la matriz personal del carácter.
Como sabes, Quim, puesto que lo hemos hablado en otras ocasiones, llamo carácter al nivel aprendido de la personalidad. Es el conjunto de pautas de pensar, sentir, y de actuar adquiridas, que forman el núcleo de hábitos muy estables.
Una vez más los hábitos, JA, ese gran recurso y ese gran peligro ...
Desde luego, Quim. Mediante la repetición conseguimos automatizar ciertas respuestas, afectivas, cognitivas o motoras. La automatización de una conducta proporciona mayor facilidad de ejecución, y libera la atención, que puede dedicarse a otras cosas.
Esta es, como sabes bien, JA, mi tesis sobre la enseñanza de las matemáticas. Muchos docentes piensan que hay que entenderlas para poderlas aprender. Mi postura es radicalmente distinta: mientras no las hayamos mecanizado (interiorizado) mediante la repetición de los ejercicios, no liberaremos nuestro cerebro para poder comprenderlas.
Lo mismo le ocurre a un violinista. Si tuviera que estar pendiente del movimiento de sus dedos, no podría tocar. Los hábitos son también fuente de ocurrencias.
En matemáticas a las buenas ocurrencias las llamamos ideas felices, y solo se dan después de un entrenamiento por reiteración dirigida de grandes colecciones de ejercicios.
Pero no olvides, Quim, que los automatismos pueden ser beneficiosos o destructivos. El que se habitúa a tomar drogas ha encadenado su libertad. En el ámbito de la educación nos interesan aquellos hábitos que aumentan nuestra capacidad, automatismos que no limitan la libertad, sino que la permiten. Lo que tu relacionas con las matemáticas, lo podemos aplicar a los automatismos lingüísticos. Solo cuando dominamos la lengua -cuando hemos adquirido el hábito de hablarla o escribirla- podemos dedicar nuestra atención a utilizarla de manera ingeniosa, poética o brillante.
Insisto, JA, como con las ideas felices de la matemática, o si lo generalizamos, con los insights creativos, ...
Y es que, mientras estamos empantanados, en la agobiante tarea de construir una frase, lo único que nos importa es hacerlo con la suficiente corrección. No estamos para pensar en metas más altas. El pianista, en otro ejemplo, necesita adquirir hábitos motores. Solo entonces podrá utilizar esa soltura para expresar la musicalidad de una obra. Los hábitos, volviendo a nuestro tema, forman el carácter. Son determinaciones de la matriz personal originaria.
¿Una segunda naturaleza?
Sí. Los antiguos llamaban «naturaleza» a lo que yo califico de matriz personal y denominaban «segunda naturaleza», en efecto, Quim, a los hábitos. Hasta tal punto los consideraban profundos, decisivos y estables. Es importante quedarnos con el siguiente esquema:
Experiencias repetidas + acciones repetidas = hábitos
Matriz personal + hábitos = carácter.
Esto, JA, si lo entiendo bien, crea un problema educativo de gran calado.
E, incluso, inquietante, Quim: la mayor parte de los hábitos los contraemos sin elegirlos. Muchos de ellos, como hemos visto, por la mera repetición de la experiencia. No podemos, pues, al parecer elegir nuestro carácter. De modo que cuando alcanzamos una edad reflexiva nos encontramos con un carácter que puedeb obstaculizar la libertad, y hemos de liberarnos de él, pero, inevitablemente, contando con él.
En mi tesis doctoral propuse un método de reeducación del carácter que se mostró eficaz, a partir de rediseñar los hábitos escriturales.
En el fondo, Quim, la educación del carácter consiste en que el sujeto vaya adquiriendo los hábitos que le ayuden a conseguir una vida lograda aprovechando los recursos de su temperamento.
Sin embargo, no todos los hábitos son del mismo tipo, así en Aprender a vivir distingues entre hábitos afectivos, cognitivos y operativos ...
Porque los hábitos son pautas estables de sentir (hábitos afectivos), de pensar (hábitos cognitivos) y de actuar (hábitos operativos).
Comencemos, si te parece bien, por los primeros.
Las experiencias afectivas se organizan en tres grupos: impulsos, sentimientos y apegos. Por ejemplo, el amor es un deseo, un impulso, que se convierte en un apego y que va acompañado de sentimientos variados.
¿Y los hábitos cognitivos?
Las funciones básicas de la inteligencia se desarrollan y potencian mediante hábitos cognitivos. Aquí hay que hablar de las creencias. Ortega distinguió muy perspicazmente entre las ideas que pensamos, y las ideas que somos, es decir, las creencias. Con frecuencia estas son implícitas, no sabemos que las tenemos. Algunas de ellas influyen poderosamente en nuestra arquitectura personal. En especial las que se refieren a nosotros mismos.
En Aprender a vivir señalas los roles sociales o modelos de comportamiento ...
Como por ejemplo ser mujer o ser hombre. Estas creencias son hábitos contraídos que operan a escondidas desde la memoria, produciendo graves sesgos en la evaluación sentimental. Ponerlas en claro y cambiarlas es el buen camino.
Me preocupa, JA, cómo se adquieren las creencias.
Dependen de las propensiones de la matriz personal y, también, de la experiencia. Pero, claro, una misma experiencia puede interpretarse de distintas maneras. Cambiar de puesto de trabajo puede contemplarse como una oportunidad o como un peligro. Las dificultades pueden interpretarse como retos.
En este sentido, Bernard Weiner (1935-) conocido por su Teoría de la atribución, propone formular la siguiente pregunta: ¿A qué atribuye usted su éxito o su fracaso?
A la que algunas personas responden: «Soy así, siempre ocurrirá así, tengo algo que echa a perder todo lo que toco.» Otras, en cambio, responden: «Son cosas que pasan. Ya vendrán tiempos mejores.» Esta diferencia es sin duda fundamental. El modo habitual de explicar los sucesos es un modo de pensar adquirido en la infancia y adolescencia. Los padres mediante sus comentarios, enseñan estilos explicativos. Estas diferencias tienen repercusión caracterológica, es decir, influyan en la personalidad total.
En Aprender a vivir propones, por un lado, un uso racional de la inteligencia y, por el otro, un uso creador.
Lo que caracteriza el uso racional de la inteligencia es que emplea todas sus capacidades para buscar evidencias compartidas, lo que es imprescindible para la convivencia. Sin embargo, la razón no crea, se limita a corroborar o justificar lo creado. Los grandes científicos no han elaborado sus teorías deduciéndolas racionalmente de los hechos, sino que han dado saltos inventivos. La creatividad es un gran recurso humano. Nos permite descubrir posibilidades nuevas en la realidad, aumentar, pues, nuestros poderes. Crear, una vez más, es un hábito que se puede y se debe fomentar. Fomentarlo es una bella tarea educativa, porque proporciona un poderoso recurso a los niños, inventivos por naturaleza.
Y, por último, los hábitos operativos ...
Y hay que hablar de dos tipos: los hábitos de autonomía y los morales, es decir, las virtudes y los vicios.
El aprendizaje de la autonomía se me antoja fundamental.
La autorregulación emocional se prolonga con los hábitos de la autonomía, de la dirección de la propia conducta. Una persona es autónoma cuando: tiene recursos propios, elige sus fines, tiene un modo personal de seleccionar y asimilar información, y puede ajustar la respuesta a su disponibilidad de energía, a sus fines y a la información de que disponga. Sin embargo, hay autonomías inteligentes y autonomías necias. La calificación depende de la elección de los proyectos y metas, de la selección de información, y de cómo se gestione la realización de estos proyectos.
¿Qué son los recursos morales?
Los hábitos vienen en nuestra ayuda. Nos permiten realizar con facilidad -o al menos con soltura- lo que sin ellos sería un costoso empeño. Si tengo el hábito de la lectura, voy a leer sin esfuerzo. Tradicionalmente se han llamado virtudes a los hábitos que facilitan la puesta en práctica de las soluciones más inteligentes para nuestros problemas. ¿Podemos ponernos de acuerdo en elaborar un elenco de virtudes universales?
Querido JA, dejemos para la semana que viene, la respuesta a esta interesantísima pregunta que, como sabes, ha sido un tema central de mi primera tesis doctoral, y que intuyo va a ser un aspecto esencial de mi nuevo ensayo, por lo que deseo que lo tratemos en profundidad en una segunda «conversación».