La garrapata

Era una garrapata tan hinchada que relucía como el sol sobre mi perro. Me paré sobre él y con los dedos aparté cuidadosamente su pelaje. Un escudo brilloso quedó al descubierto. El parásito se podía distinguir a kilómetros. Sus patas eran mangueras adheridas a la piel. Lo tomé y tiré con fuerza. El perro soltó un quejido, y yo caí al suelo. La cosa le había dejado un pozo al pobre animal. Puse el pie lentamente sobre el bicho y, sin cuestionarme un posible arrebato futuro de culpa, lo aplasté. Crujió como cien bichos a la vez, y toneladas de sangre oscura se escurrieron de su cuerpo.

Lilián Borgeaud


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