LA HIPERVENTILACION FEMINISTA
Por Sergio Dubove
Mi vida corre peligro: Voy a exponer una mirada crítica sobre algunos aspectos del movimiento feminista.
En mi resguardo, anticipo que lo voy a hacer desde mi condición de feminista, en cuanto mis ideas centrales sobre el tema están edificadas sobre un principio no negociable: La condena de toda idea, conducta o norma discriminatoria de la mujer.
Como se suele decir, lo voy a correr por izquierda.
Desde hace algún tiempo, coincidentemente con la mayor profusión informativa respecto de hechos de violencia contra las mujeres, observamos que las consultas en el campo del derecho de familia involucran una adjetivación de género alimentada, en algunos casos por la realidad y en otros por el sobresaliente papel que, por fin, la conciencia colectiva de nuestra sociedad le ha reconocido a la cuestión.
¿Eso es bueno?
Para responder esa pregunta me pareció apropiado tomar prestado el concepto de hiperventilación: En medicina refiere a un exceso de respiración que termina provocando daños en la salud. Análogamente, el exceso de feminismo termina por resultar hospitalario al pensamiento machista. Así funcionaría, si existiera, la hiperventilación ideológica que, en materia de feminismo, consistiría en proclamar ideas y ejecutar acciones más dirigidas a destruir el polo contrapuesto que a defender los principios propios. Tanto en su acepción médica, como en la simbólica que estoy ensayando, implica suministrar dosis exageradas de algo que en la medida apropiada es saludable y en demasía, dañino.
Es frecuente que en los grupos de pertenencia fuertemente ideologizados se produzcan procesos de autocombustión, en los que los iniciados se van alentando, los unos a los otros, a transformar el discurso doctrinario en alegatos impregnados de hostilidad, indignación e intolerancia. El feminismo, nutrido por una muy postergada legitimación de sus contenidos generó también su versión radicalizada con interpelaciones tapizadas de épica y heroísmo que terminan por entibiar el apoyo de sectores a los que les resulta más convincente el pensamiento conceptual que la efusividad de la bailanta ideológica.
El fundamentalismo feminista dibuja al varón como una especie de monstruo hirsuto, grasiento, sudoroso, feroz, siempre hambriento y siempre erecto cuya misión es ejercer violencia física, psicológica, económica y simbólica contra la mujer.
Ahora bien. Si nos limitamos a una mirada crítica del fenómeno, nos inscribimos en el pernicioso binarismo instalado en esta sociedad. Caemos en la tentación de confinar nuestro pensamiento al perpetuo mobile de una dialéctica que nos obliga a optar por River o Boca, peronismo o antiperonismo, populismo o liberalismo, agro o industria, paracetamol o ibuprofeno, lenguaje académico o lenguaje inclusivo, feminismo o machismo, todo ello mientras se mantiene desactivada la función “síntesis superadora”.
El reproche del feminismo talibán es leído axiomáticamente (por el feminismo talibán) como un acto de militancia machista y como tal, maldito.
Sin embargo, cuando la crítica se ejerce desde la decencia intelectual y sin el propósito de establecer un juego de suma cero (es decir ganar lo que el oponente pierde) constituye exactamente lo contrario: La generación de un entorno ideológico apto para defender y promover el derecho de las mujeres a ocupar igualitariamente todos los territorios sociales.
El ideal feminista se encuentra definitivamente instalado en occidente. A nadie (o a casi nadie) se le ocurriría sostener que la mujer es inferior al hombre y todos (o casi todos) tenemos claro que las diferencias sólo dan contorno a las respectivas identidades y no justifican descalificaciones ni privilegios.
Existen, si, fósiles machistas residuales de una milenaria cultura patriarcal. Se trata de fenómenos que no representan el pensamiento colectivo y que, como todo objeto cultural, están sometidos a su propia metamorfosis, inmune a los esfuerzos por detenerla o acelerarla.
Similar proceso atraviesa la intención de imponer el lenguaje inclusivo con la idea de que no hacerlo constituiría un catastrófico salvoconducto para el pensamiento machista. El lenguaje es generado por sus usuarios, y si estos deciden reemplazar el masculino neutro por otras formas de neutralidad, lo irán incorporando progresiva y espontáneamente, primero al lenguaje coloquial, más tarde al discurso formal y, por último, lo conducirán, natural y delicadamente, hasta la unción académica. Ese ha sido históricamente el proceso de gestación del lenguaje. La atribución de aptitud opresiva y violenta a la lengua apunta al blanco equivocado: No oprimen las palabras sino quien las usa.
En otro campo, nuevamente, el propósito de incluir termina excluyendo. El feminismo jacobino es presentado como el santo grial del progresismo y en el confluyen con el feminismo propiamente dicho, la izquierda, los derechos humanos, la lucha contra la violencia de género, la legalización del aborto, el ecologismo, el veganismo … Ese es el combo y no se admiten cambios. Si no le gusta la lechuga se pierde el tomate y si está en contra del aborto legal, promueve la violencia de género.
Así, la instalación de las ideas feministas como un evangelio dogmático y totalizador termina quitándole valor a su contenido, del mismo modo que la guerrilla revolucionaria devaluó el ideal socialista.
La ferocidad del debate, el puñal entre los dientes, la sacralización de los emblemas, la descalificación sistemática e inexorable de cualquier idea alternativa, debilitan la propuesta feminista ya que obligan a la adhesión total, incondicional y muchas veces irreflexiva, a un catálogo ideológico que termina por enfrentar, dogmáticamente, el dogma patriarcal.
No es inconcebible que alguien se oponga a la legalización del aborto, pero condene enérgicamente la violencia de género, o que no sea de izquierda y desde la perspectiva liberal promueva la igualdad de oportunidades para varones y mujeres o que prefiera seguir diciendo “todos” como dicen todos y no “todes” como dicen algunes y que pese a ello no sea considerado un predador sexual.
En un entorno tan sensible sería inapropiado parafrasear a Clemencau diciendo que el feminismo es un asunto muy serio como para dejarlo en manos de las mujeres. La ironía adquiere sentido si agregamos que lo inconveniente es dejarlo sólo en manos de las mujeres. Es una causa que adoptó irrevocablemente la humanidad. Sólo resta esperar activamente la extinción de los residuos machistas y el hallazgo de una síntesis superadora.
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5 añosIntegra completa y añade mi pensamiento sobre el este movimiento que muchas veces me incomoda como mujer .