La historia de mi propia vocación
Cada vez que asesoro a los jóvenes en su proceso de orientación vocacional, me confronto con esa idea que ronda mi cabeza desde joven: elegir correctamente la vocación, es una forma de conectar con nuestras emociones más profundas.
A inicios de los años 90, era estudiante del Colegio La Salle y lideraba el Consejo Estudiantil, mis días transcurrían entre las ideas de cambiar el mundo y las travesuras que improvisábamos junto a mi grupo de amigos. Sin embargo, no fue sino hasta el día de la graduación, cuando descubrí que debía tomar una decisión de carrera universitaria.
No sé si es injusto o no, a los 17 años debía tomar un camino y hacer una de las elecciones más importantes de la vida. Era el momento de elegir mi vocación y no estaba preparado.
En retrospectiva, es curioso recordar que a la primera persona que le consulté qué hacer frente a la duda, fue a uno de mis mejores amigos del colegio; y claro, escuchándolo, decidí aplicar a la misma universidad y a la misma carrera que él. El resultado: no aprobé el examen de admisión.
Sumido en un período de autocuestionamiento, me creía el peor de los seres humanos, ¿cómo era posible que luego de haber acumulado una aparente seguridad basada en mis calificaciones, estaba perdido en medio de la nada? ¡Qué momento!, mi vida se enfrentaba a algo inesperado: gestionar un primer fracaso de la “vida adulta”. La llamada resiliencia se puso a prueba. Lo que me sostenía en ese momento era el orgullo propio, la necesidad de salir de un sentimiento de culpa al suponer erróneamente que había defraudado a mis padres. El vacío que uno siente a esa edad es indescriptible.
Afortunadamente recurrí a la “caja de herramientas” de mis valores familiares, ahí fue cuando entendí a mis padres, comprendí que, en un lapso de pocas semanas, ese estado de calma que representaba mi colegio había sido remplazado por angustia y necesita actuar. Es increíble como la vida nos conduce a enfrentar los miedos, y por supuesto que decidí dar la cara. Opté por tomar un período sabático con un claro plan de trabajo. Me inscribí en la Poli, así se le conoce a la Escuela Politécnica Nacional, y decidí prepararme para “la revancha”. Indagué dentro de mis pasiones para ubicar esos afectos que me conectaban con lo que quería hacer el resto de mi vida y ¡eureka! ¡Elegí!
Recorrí imaginariamente los caminos felices de mi vida, esos que me permitieron sumergirme en un dejavú para revivir cuánto disfruté mirando a mis padres gestionando su emprendimiento en su negocio de muebles, recordé los momentos que viví en los campamentos de vacaciones cuando libremente me preparaba para hablar en público y liderar a otros niños, vinieron a mi mente las tardes compartidas con mi abuelita acompañándole a realizar sus negocios. Decidí entonces estudiar Administración de Empresas en la Universidad Católica, claramente mi vocación era prepararme para emprender, para crear ideas de negocio, para trabajar con personas, para liderar causas especiales.
Me siento afortunado al haber experimentado todo esto, la vida no pudo haber sido más generosa. Pertenezco a una clase media a la que nadie le regala nada, si no nos esforzamos, no tenemos nada. Con mucho esfuerzo estudié una maestría en la Pontificia Universidad Católica de Chile y mediante ese paso, pude conectarme con la posibilidad de trabajar en el mundo de la educación superior, gestionando procesos de admisión universitaria y mercadeo educativo en Ecuador y varios países de Latinoamérica. Ahora eso recobra su importancia y le da sentido a lo que hago trabajando por las vocaciones de los jóvenes.
También ahora como padre de Amélie, esos momentos se han transformado en una razón mayor. Ahora como parte de una sociedad que se fracciona por la ignorancia, he entendido que poner en marcha un proyecto que trabaje por mejorar la educación es fundamental.
El Escritorio de Einstein, es un proyecto que inició como un programa de radio y ahora está evolucionando para dar forma al camino operativo de apoyo a los jóvenes que, con normalidad, pero sin apoyo técnico, enfrentan la tremenda responsabilidad de decidir a los 16, 17 o 18 años lo que harán el resto de sus vidas.
Trabajar por las vocaciones de los más jóvenes, puede ayudar a transformar los proyectos e impactar positivamente vidas. Al final, espero que esto permita que aportemos con una propuesta concreta a renovar la esperanza en nuestra sociedad, cada día inundada de “bandidos” que no sólo se roban el dinero público, sino que a veces intentan robarse la esperanza de los jóvenes. La educación, estoy seguro, es un escudo social que lo impedirá.
Juan Carlos Peñafiel Suárez
26 de noviembre de 2019
Tecnológico Cenestur
5 años👏👏 También pertenezco a la clase media a la que nadie le regala nada, si nos esforzamos día a día, no tenemos nada mas que agradecer a Dios y nuestros padres, por esa gran caja de herramietas.💖🙏