La increible deslealtad de Pedro Sánchez
La Voz de Galicia
Roberto L. Blanco Valdés Catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Santiago de Compostela
Aunque conociendo al personaje resulta difícil de creer, es posible que cuando, sin pensárselo dos veces, decidió Pedro Sánchez censurar al Gobierno, lo hiciera confiado en conseguir la cuadratura del círculo: el apoyo conjunto de Ciudadanos y Podemos. Y es posible porque semejante delirio fue el que llevó al líder del PSOE a presentar en marzo de 2016, tras una estrepitosa derrota electoral, su candidatura a presidente, intento que, como no podía ser de otra manera, acabó en el inmenso fiasco de todos conocido.Presentada la moción, faltó tiempo, sin embargo, para que Ciudadanos dejase claro lo que cualquiera medianamente informado ya sabía: que Rivera no iba caer en la trampa infantil de regalarle a Sánchez la presidencia del Gobierno para que el líder socialista intentara desde allí darle la vuelta a las encuestas, que es su auténtico objetivo.Tras la segura negativa de Rivera se impuso una evidencia apabullante: que la moción de censura, con la que Sánchez dice querer regenerar la democracia, solo puede prosperar con el voto, no de los independentistas, sino -llamémosle a las cosas por su nombre- de los golpistas catalanes, es decir, de dos partidos que organizaron, y en ello siguen, una rebelión en toda regla contra el sistema democrático, proclamaron ilegalmente la independencia y la república, violaron flagrantemente la Constitución y el Estatuto y provocaron la más grave crisis, aun vigente, del sistema político español. ¡Brillante forma, sin duda, de regenerar la democracia! ¡Con el apoyo indispensable de los golpistas procesados, fugados o en la cárcel!
Es esa terrible evidencia la que no deja al PSOE otra salida que retirar la moción de censura presentada, aceptando que un partido constitucional no puede derribar a un gobierno democrático con los votos del golpismo que está en abierta secesión en Cataluña, donde los rebeldes ha elegido a un presidente que el propio Sánchez calificó como un racista y Alfonso Guerra como un nazi. De no hacerse así, el líder socialista - gane o pierda la moción- se responsabilizará de una falta de lealtad constitucional inadmisible en un militante del PSOE. Porque hay rayas que no pueden traspasarse y Sánchez ha cruzado la más peligrosa imaginable en democracia: tratar, con el apoyo de sus declarados enemigos, de llegar al Gobierno que no es capaz de alcanzar en elecciones.Tan es así, que, para impedir que tal escándalo pudiera consumarse, el PSOE forzó hace año y medio por las bravas la salida de Sánchez de la secretaría general. Ese mismo PSOE, rehén de quien ha convertido un partido centenario en una plataforma para su medro personal, aplaude ahora que puede hacerse realidad, en una situación infinitamente más grave que aquella en la que decidió echar a Sánchez, lo que entonces evitó. Literalmente una vergüenza que millones de españoles -y entre ellos, muchos votantes socialistas- serán, con toda la razón, incapaces de entender. Porque no se puede entender lo que es inexplicable.