La innovación como estrategia
Imagen: Zabala Innovation

La innovación como estrategia

El témino innovación no es reciente y su uso en la economía, la sociedad, los medios de comunicación o la política mucho menos. Por lo general tiende a confundirse con invención, pero sólo con ánimo aclaratorio bastará decir que toda innovación es un invento, pero no todo invento es una innovación, concretamente cuando el invento no tiene impacto o aplicación en el mercado al no satisfacer una necesidad o cuando no es capaz de cerrar brechas sociales.

La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) define en su popular Manual de Oslo (1997) la innovación como la “introducción de un nuevo, o significativamente mejora, producto –bien o servicio–, de un proceso, de un nuevo método de comercialización o de un nuevo método organizativo, en las prácticas internas de la empresa”. Queda claro entonces que un invento es un nuevo producto que puede llegar a ser innovador o no.

De modo que, pese a ser un concepto de vieja data, la innovación ha tomado un auge de magnitudes aún insospechadas, pues todavía no se sabe con certeza hasta donde se podrá llegar: teléfonos inteligentes, carros eléctricos, vehículos autónomos, realidad virtual, realidad aumentada, Big Data, Internet de las Cosas, IA, etc. Todo un mundo por descubrir y que por lo general proviene de los avances de la tecnología.

Sin embargo, la innovación no sólo es tecnología, y como se plantea en el Manual de Oslo puede perfectamente provenir de una mejora o perfeccionamiento de los procesos, de la comercialización o de la estructura organizativa de una entidad; es decir, que la innovación se trata también de estrategia y de cómo ésta se implementa para mejorar la productividad y competitividad.

Por esto, entre los tantos factores que pueden diferenciar a las empresas entre sí (imagen, menores costes, mejor servicio al cliente, etc), el más importante es ser innovador, puesto que innovaciones incrementales o radicales impactan todo el negocio: marketing, costos, atención y por su puesto calidad de los productos o servcios. Y es que en algo tuvo razón Steve Jobs cuando declaró que “la innovación es lo que distingue a los líderes de los seguidores”.

En consecuencia, si una empresa quiere seguir en el mercado, pero ser más competitiva, tiene que optar por la innovación como estrategia, con lo que potenciará integralmente su estructura generando impactos sostenibles en su dirección y en el sistema de administración, en el sistema de comercialización y marketing, en los procesos de producción y en sus productos y servicios finales.

Pero, ¿Qué hacer? ¿Cómo hacerlo?

Lo primero que se debe dejar claro es que, como lo sigieren Franc Ponti y Xavier Ferras en su libro “Pasión por innovar: de la idea al resultado”, para que la innovación pueda constituirse realmente como un proceso estratégico de negocio esta precisa de: ambientes y espacios organizativos para la generación de ideas, voluntad de explotación de las mismas y por ultimo procedimientos de gestión eficientes. Este proceso sólo puede ejecutarse si la empresa genera las condiciones para que se desarrollen la creatividad, la focalización, la eficiencia y un liderazgo innovador.

Finalmente, para que la innovación funcione como estrategia debe tener claro su enfoque: hacia afuera (innovación de productos y servicios al cliente) o hacia adentro (innovación en los procesos de la empresa), y su alcance será mucho mayor en cuanto existan iniciativas estratégicas asociadas, planes estratégicos de desarrollo, metas, indicadores, alcances y costos bien definidos, así como como un programa de seguimiento y monitoreo de la ejecución en cada una de los departamentos de la organización.

Ergo: no es que la innovación sea una parte de la estrategia, sino que es la estrategia.

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