LA MERITOCRÁCIA, UNA FALLIDA TEORÍA CAPITALISTA
Ludwig von Mises en su “La Mentalidad Anticapitalista”, dice “la sociedad, en la que el mérito y la propia ejecutoría determinan el éxito o el hundimiento, es donde el capitalismo, apelando a la mecánica del mercado y de los precios se extendió por donde pudo”.
El mérito y su ejecutoría serían la condición necesaria para la extensión y el éxito del capitalismo. Es inútil discutir la importancia de esta declaración por obvio, el gran problema, es que la sociedad para el que se propone esta necesidad, muestra sus perores flaquezas, que es la falta del mérito de los hombres, peor, la falta de mérito de los que desde el gobierno pretenden desarrollar el capitalismo.
Efectivamente, tales personas, puede clasificarse entre emprendedores integrados al sistema y los que se encuentran al margen, en la informalidad. Los primeros crecen aprovechándose de las flaquezas del Estado, al que consideran su propiedad y los segundos sobreviven porque los servicios del Estado no le llegan, muy al contrario, son reprimidos por las fuerzas del orden. Todos ellos productores, para consolarse y recuperar la confianza propia, buscan siempre socorredor al chivo expiatorio, el Estado ineficiente y la falta de méritos.
El fracaso, piensan, nuestros emprendedores, no les es imputable. Es el prevalente orden social, la causa de su desgracia; no premia a los mejores, galardona, en cambio, a los malvados carentes de escrúpulos, a los estafadores, a los explotadores y a los individualistas, entre ellos están no solo los gobiernos que no atienden a sus llamados, sino principalmente gentes de izquierda, gentes del pueblo que protestan en las calles, peligrosamente llamado “terrucos”, a pesar de que nunca estuvieron en el gobierno.
Hay que optar, bajo el capitalismo, entre la pobreza honrada o la turbia riqueza; el capitalista peruano escogió la turbia riqueza. En su loca carrera para su enriquecimiento ilícito, se ha llevado de encuentro a sus poco capacitados e menos expertos y, para facilitar sus objetivos, han cooptado los poderes del Estado e instaurado la corrupción generalizada como estrategia de sus desmanes.
Como resultado, tenemos un país donde imperan las acusaciones, calumnia y la difamación; los más hábiles, en cambio, procuran enmascarar el odio tras filosóficas y elucubraciones contra la solidaridad y los pocos programas de protección social, que algunos gobiernos progresistas en América Latina vienen promoviendo para evitar que grandes masas de personas desposeídas pasen vejación y hambre.
Ahora estamos en campaña electoral y los enemigos del pueblo siguen pregonando el credo capitalista de la meritocracia, como si la pose de tal atributo fuera una libre elección de los ciudadanos. Un país pobre con 75% de informales en su economía, para sobrevivir, inteligentemente se han escudado en su condición, porque las leyes y sus procesos para esta gran mayoría trabajadora, los condenan y no los favorecen.
Mientras que Hernando De Soto y los gobiernos del pasado han luchado contra la informalidad sin avanzar un ápice en sus propósitos. Alan García en su desesperación por hacer algo por los pobres en su primer gobierno, permitió la práctica del comercio informal en Lima, en la época la justificativa era que “los peruanos habían escogido ganarse la vida decentemente, en vez de entrar a las garras de la delincuencia”. Como sabemos, la cura fue peor que la enfermedad.
El capitalismo en la visión liberal, para funcionar, precisa: De la transparencia en las transacciones comerciales, de la libre determinación de los precios, la disponibilidad de informaciones de mercado, el bienestar de las familias como garantía del bien común, el libre albedrío para tomar decisiones, y claro, el premio a la meritocracia. En nuestro sistema económico y social capitalista lamentablemente nada de esto existe. Al decir de un indignado en las redes: “Lo que existe en el Perú: son ladrones, corruptos y traidores a la patria”. Mi tía Erundina diría “A otro perro con ese hueso”.