La Misión del Hombre

La Misión del Hombre

La Misión del Hombre

Fuente: Tora.org.ar

Selección extraída de “Luz para las Naciones” por Rabi Yoel Schwartz, Yeshiva Dvar Yerushalayim

«El fundamento de la santidad y la raíz de la perfección en el servicio divino radican en que al hombre se le presente clara y verdadera la naturaleza de su deber en el mundo y el fin hacia el cual es necesario que dirija su mirada y su aspiración en todo aquello en que se afana todo los días de su vida.» (M. J. Luzzatto.)

¿Qué hace especial al hombre y hacia qué debe enfocar sus esfuerzos? Su estancia en este mundo se ve marcada con la conciencia de su imperfección y de sus carencias; de resultas de esta conciencia, concibe su actividad como dirigida hacia el logro de la plenitud. Por ello intenta satisfacer sus necesidades físicas: se cubre el cuerpo para evitar la vergüenza; se resguarda de los elementos que le recuerdan su fragilidad; come para rellenar el vacío que se anuncia dentro de él varias veces por día. Sin embargo, su felicidad, su plenitud espiritual y personal, no son fácilmente asequibles; peor aún, la satisfacción misma de sus necesidades físicas llega en ocasiones a interponerse en el camino de la adquisición de los valores más elevados.

¿Cuál es la naturaleza de esta carencia espiritual en el hombre, carencia que no comparte con ninguna otra criatura? Ningún beneficio material podrá llegar jamás a satisfacerla y sí a crear en él desequilibrios espirituales tan acuciantes que justifiquen el anteriormente citado comentario del Dr. Carl Jung en el sentido de que todo su quehacer terapéutico estaba enfocado a curar las consecuencias del rechazo, por parte del hombre, de lo que la religión ofrece al creyente.

La fe, como declaró el autor del libro «Macrobiótica», es lo que hace feliz al hombre y le brinda sentido a su vida. Por tanto, concluye, aquel que desee ver a sus hijos sanos, felices y llenos de vida debe educarlos en el camino de la fe. Por otro lado, la fe depende del grado de plenitud espiritual que el hombre se ha ganado; en otras palabras, según la medida de su personal servicio a Su Creador. Como el Rabino Moshé Jaim Luzzatto afirma en el primer capítulo de su obra:

«Nuestros sabios de bendita memoria nos han enseñado que el hombre fue creado con el único fin de regocijarse en su Creador y de derivar placer del esplendor de Su Presencia, puesto que éste es el gozo verdadero y el placer más grande de entre todos aquellos que puedan encontrarse. Mas en verdad el lugar donde este placer puede experimentarse plenamente es el Mundo por Venir, que para eso fue especialmente creado. Empero, el único camino para alcanzar el objeto de nuestros anhelos es a través de este mundo.»

Numerosos son los que en este mundo escogen falsos caminos con el objetivo de apaciguar su hambre

espiritual, tales como el estudio de doctrinas esotéricas, la meditación trascendental o la ingestión de drogas. Pero el único modo real de situarse en el camino que conduce a la Presencia del Creador es el cumplimiento concreto de Sus Mandamientos, puesto que sólo ellos constituyen un vínculo entre El y Su Creación, como está expuesto en la obra «El esplendor de Israel», del Maharal de Praga:

«Los Mandamientos de la Torá son como una cuerda que jalan al hombre hacia arriba desde un abismo subterráneo -es decir, este mundo de abajo- hasta un mundo superior, a fin de que pueda sentarse cara a cara frente a Di-s, puesto que los Mandamientos purifican al hombre del materialismo de este mundo hasta que su naturaleza no sea ya materialista.»

( La palabra Mandamiento, «mitzvá» en hebreo, se origina de una misma raíz verbal que también significa «vincular», «formar un lazo»)

Al pueblo judío le ha sido ordenado el cumplimiento de 248 mandamientos positivos y 365 negativos; las demás naciones tienen siete categorías básicas de mandamientos, cuya finalidad intrínseca es guiarlos de manera tal que sus vidas espirituales sean preservadas y elevadas.

Estos mandamientos -seis de ellos negativos del tipo «no haréis … tal o cual», y uno positivo- que han sido requeridas a otros pueblos, sirven como medios para derrotar el lado negativo de la naturaleza humana y dirigir al hombre a una vida de realización espiritual, única digna de ser realmente llamada «vida». Una licencia total para hacer todo lo que uno desee produce un sentimiento de vacío e insatisfacción, cuyos efectos se manifiestan especialmente en la educación actual, culpable de los frecuentes desequilibrios que en esa área se observan y que desembocan en envidias y rencillas. El Doctor Drayeas en su popular libro sobre la educación infantil determina los parámetros fundamentales:

«Los límites y las restricciones cuando son aplicados como ley, proporcionan un sentido de seguridad y hacen posible los actos correctivos dentro de un esquema de grupo, fuera del cual el niño se siente perdido. Sus interminables esfuerzos por «encontrarse a sí mismo» producen aquellas expresiones desfavorables de las cuales somos testigos en el comportamiento de nuestros niños.»

En los niños este fenómeno es fácilmente reconocible; los adultos, sin embargo, también sienten una falta de propósito y de positividad debido a la ausencia de guías realmente confiables. Esto no equivale a sugerir que la religión es una infalible receta para la felicidad, pero sí que si el hombre asume estos mandamientos con la finalidad de cumplirlos tal y como el Creador quiso que fueran cumplidos cuando Creó al hombre, entonces emergerá a través de ellos una vinculación con la bondad inherente del Creador, misma que le brindará el sentimiento de realización necesario para remediar aquellas deficiencias. Mas si el hombre hace exactamente lo opuesto de lo que se espera de él, en la misma proporción las carencias en su vida se incrementarán.

Rabi Yoel Schwartz

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