La muerte de los libros, según Umbral
Francisco Umbral, el gran figurante de la literatura española, anunció un buen día la muerte de los libros y la gran herida que sufrían las ideas. Luego se declaró un farsante, pero su propuesta encerraba un claro desprecio hacia aquellos que ni siquiera ojeaban un libro para defender sus ideas. Escribió más de cien libros hasta que ya no pudo teclear.
De ahí saquea la idea del personaje Roberto Piñeiro para mi novela, un personaje que, como Umbral, despreciaba a las clases dirigentes, por considerarlas unos ignorantes, capaces de manipular la verdad para generar miedo para conseguir poder.
Piñeiro es un bibliópata que opina sobre la incapacidad de las clases dirigentes para asumir el conocimiento histórico que hay en bibliotecas. Si leyeran un poco no repetirían los errores cometidos con guerras (Rusia-Ucrania), leyes inútiles contra la violencia de género o el fracaso escolar que reina en España. Todo ha ocurrido ya mil veces y mil veces con las mismas soluciones equivocadas porque esos dirigentes no quieren enterarse, valora el bibliómano.
Pero la ignorancia y la manipulación mediática desde cualquier poder llevan a repetir y engolfar los problemas. Y en la ignorancia se vive muy bien: las cañas entran mejor discutiendo banalidades.
Piñeiro dice que lo de Rubiales robando un beso a Jennifer Hermoso se ha repetido mil veces en la historia y en la literatura. Pero como gran parte de la sociedad ignora la escritura ni siquiera es capaz de valorar lo ocurrido entre el presidente del futbol y la jugadora de la Selección. Y acabamos siendo instrumentos manipulados por terceros .
¿Qué ocurrió con el beso? Que pasó de convertirse de un exceso grotesco de Rubiales a una herramienta política. Había que desmontar el reinado de Rubiales y el personaje siempre estaba dispuesto a excesos vergonzantes y dignos de desprecio. No sabemos más y ahí se ha quedado la historia. La historia de un farsante, que decía Umbral.
Pero el ejemplo del beso me sirvió para recordar que en la literatura española esos excesos grotescos ocupan un espacio que ha sido objeto de mofa y no tanto de desprecio. Pero nadie quiere recordarlos para explicar lo de Rubiales y caemos en el juego del poder ignorante.
En la Celestina (Tragicomedia de Calisto y Melibea, Siglo XVI, Fernando de Rojas) Melibea le dice a un Calisto maltratador:
—No me destroces ni maltrates como sueles
Y Calisto contesta, en el más puro lenguaje de amante soberbio:
—El que quiera comer ave, primero tiene que quitar las plumas.
Para los valores de la época aquello era locura de amor. Y nadie entró a mayores, ni valoró la ejecución.
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Y en La Regenta (Leopoldo Alas Clarín, 1885), el cura Celedonio, de sotana raída y sucia, le roba un beso clandestino a Ana Ozores, cuando ella se desmaya.
Todo quedó en locura de amor y deseo. Pero claro, ninguno de los que juzgan el mal en nuestra época son capaces de saber de nuestra historia literaria. Las ideas quedan heridas y muertos los libros.
Por eso Piñeiro desprecia tanto postureo y decide quemar la Biblioteca Nacional porque los libros no sirven para nada.
La novela cursa sobre personajes intransigentes que se creen dioses cuando son farsantes. Pero los vemos todos los días en cualquier esquina.