La muerte del autor
Jean Baptiste Oudry Death, Nature with shooting gear and flowers

La muerte del autor

¡Tranquilos, no ha pasado ninguna desgracia! ¡Os juro que no ha fallecido nadie!

Hoy me voy a poner un poco más filosófico con un tema que me apasiona y del que he discutido largo y tendido con mis amigos y compañeros escritores. La muerte o desaparición del autor es un concepto de la teoría literaria introducida por el filósofo francés Roland Barthes en su artículo llamado, para sorpresa de nadie, "La muerte del autor" (1967).

La premisa principal de esta teoría es que, una vez que se ha publicado un texto, éste ya no pertenece a su autor, sino a la audiencia que lo consume y a la cultura en general. La lógica detrás de esta perspectiva es que la obra (ya sea un libro, película o videojuego) ha surgido no solo del ingenio del autor, sino de un sinfín de ideas y temas provenientes del pasado cultural histórico de los cuales los creadores son catalizadores. Los que hayáis estudiado las ideas de arquetipo o inconsciente colectivo sabéis muy bien que todas nuestras ideas no son más que un cúmulo de las experiencias y estímulos que acumulamos y que procesamos a través de nuestro filtro personal, más frecuentemente expresado a través de los sueños.

Pero, ¿qué significa esta teoría para el autor?

Un texto está formado por escrituras múltiples, procedentes de varias culturas y que, unas con otras, establecen un diálogo, una parodia, un cuestionamiento; pero existe un lugar en el que se recoge toda esa multiplicidad, y ese lugar no es el autor, como hasta hoy se ha dicho, sino el lector: el lector es el espacio mismo en que se inscriben, sin que se pierda ni una, todas las citas que constituyen una escritura; la unidad del texto no está en su origen, sino en su destino, pero este destino ya no puede seguir siendo personal.
—Roland Barthes, "La muerte del autor". Traducción de C. Fernández Medrano

Como he mencionado antes, quienes se ciñen a esta teoría afirman que el acto de escribir es una reestructuración, una reconstrucción del acervo cultural al que pertenece el autor.

Ésta es una idea menos contraintuitiva de lo que pudiera parecer. A fin de cuentas, el acto de que un creador firme sus obras con su nombre es relativamente reciente; en la antigüedad y en la Edad Media, era bastante común que los textos se transmitieran exclusivamente de forma oral, y que cada poeta, rápsoda, trovador o juglar contara las historias a su manera, dándole su toque personal.

Un ejemplo muy claro de esto es la literatura artúrica. No se conoce con seguridad cuál fue la fuente de esta tradición (la más antigua que conocemos es la Historia Brittonum, escrita circa 883 d.C.), pero se asume que tuvo su origen en la expresión oral mucho antes de que se redactara esta crónica. Desde entonces, este compendio de leyendas y crónicas ha dado lugar a todo tipo de historias a lo largo de todo el mundo, desde la Francia del S.XIII hasta la serie de televisión Merlín (2008-2012) de nuestros días.

Historias derivadas

En mayor o menor medida, todos nos hemos encontrado con este debate alguna vez. Algunos autores, como Orson Scott Card, se sienten amenazados si sus lectores escriben fan fiction de sus obras, mientras que otros como George Martin consideran estos tributos como una brecha de sus derechos de autor. Aquí el énfasis se pone en los fines comerciales de la literatura; muy comprensible, ya que los escritores deberían poder ganarse la vida con su arte.

Este último autor, por ejemplo, expresa su opinión sobre el fan fiction en su página web:

Cada escritor debe aprender a crear sus propios personajes, mundos y escenarios. Usar el mundo de otra persona es de vagos.
—George Martin, en el FAQ de su página personal

Esta postura es la de los autores que opinan que el escritor de una obra es su máxima autoridad y posee la verdad absoluta sobre sus creaciones.

¿Cómo afecta esto a nuestras lecturas? Por ejemplo, hoy en día todos los potterheads sabemos que Albus Dumbledore, el director de la escuela Hogwarts en la saga Harry Potter, es homosexual y estuvo enamorado de Grindelwald durante su juventud. Sin embargo, este hecho no es expresado en ningún momento dentro de los libros que conforman Harry Potter, ni tampoco en las películas Animales fantásticos y dónde encontrarlos, cuya segunda entrega se centra en su vida. El único motivo de que sepamos este dato es que J.K. Rowling lo reveló en uno de sus tours cuando uno de sus fans le preguntó si Dumbledore se había enamorado alguna vez.

¿Quién es J.K. Rowling para decidir que Dumbledore es gay, si jamás se hace mención a ello en su obra? La respuesta parece muy clara: ella es la autora y puede hacer con sus personajes lo que quiera. El problema que suscita esta postura es que tan solo aquellos que estén al día con el universo de Harry Potter serán conscientes de la homosexualidad de Albus Dumbledore, ya que no basta con leer los libros o ver las películas donde aparece este personaje para llegar a conocer este detalle. En otras palabras: el texto no contiene esta información.

En estos casos, hemos visto que los autores están vivos y coleando y tienen mucho que decir sobre sus obras. Así pues, ¿qué propone la muerte del autor?

Volvamos al tema del fan fiction. A pesar de lo dicho anteriormente, J.K. Rowling se muestra a favor de este tipo de escritura, que considera como un medio efectivo de autoexpresión, siempre y cuando estos fanfics no sean publicados con fines lucrativos y no aborden contenido sexual (ya que, según afirma, muchos niños leen Harry Potter, y sería un problema que se encontraran con este tipo de relato mientras buscan historias menos adultas). De hecho, afirma que se siente halagada de que sus lectores usen su mundo y sus personajes para crear nuevas historias.

Otras autoras famosas, como Marissa Meyer o Cassandra Clare, no solo están a favor del fan fiction, sino que además se han dedicado a este género en el pasado. Por ejemplo, la saga Crónicas Lunares de Meyer surgió de una historia basada en el anime Sailor Moon y publicada en fanfiction.net; podéis encontrarla aquí. En cuanto a Cassandra Clare, autora de Cazadores de sombras, su fama surgió originalmente de una obra tributo a Harry Potter titulada The Draco Trilogy (que fue más adelante denunciada por plagiar citas de varias obras de ciencia ficción y retirada de fanfiction.net).

Como vemos, hay autores que defienden su obra con celo y no quieren que nadie la toque, aunque sea sin fines lucrativos y como tributo. Su copyright es suyo y nadie puede tocarlo. Por otra parte, están los autores que apoyan que los fans empleen sus obras como medio de expresión y creen nuevos mundos gracias a ellas. Recordemos, por ejemplo, que Cincuentas sombras de Grey fue originalmente un fanfic de Crepúsculo (aunque éste no sea el ejemplo más halagador...).

Volviendo al tema de la literatura artúrica, sería interesante que nos detuviéramos en El cuento del grial, de Chrétien de Troyes (c. 1180). Por un motivo u otro, esta historia quedó inacabada, con lo que no sabemos con certeza cuál es el final que el escritor francés, considerado como el padre de la novela actual, tenía en mente para esta historia. Ni cortos ni perezosos, cuatro autores diferentes decidieron escribir sus propias continuaciones, e incluso dos de ellos (Gerbert y Manessier) añadieron un final a las aventuras de Perceval. Imagináos cómo se habría puesto Chrétien de haber existido el concepto de copyright en aquellos tiempos...

Crítica y teoría literaría

Pero el debate no se limita a las obras derivadas. ¿Qué hay de la crítica literaria? ¿Y de las reseñas? ¿Podemos escribir nuestras propias teorías sobre una obra sin conocer las intenciones exactas del escritor?

Si defendemos la infalibilidad del autor, las competencias de la crítica literaria quedan limitadas a la biografía y a la recopilación de datos. Tendremos que estudiar la vida de cada escritor para intentar averiguar qué podían querer decir en este o aquel pasaje; tan solo a través de una inmersión completa en sus procesos mentales podremos decir algo de valor sobre su obra.

Por otra parte, la escuela de pensamiento que argumento que el autor ha muerto se centra tan solo en el texto en sí, separado del autor. La crítica puede entonces formular teorías sobre cualquier obra, siempre y cuando éstas no contradigan la obra en sí.

Quien adopte esta postura, por ejemplo, no aceptara sin más la palabra de J.K. Rowling cuando afirma que Dumbledore es gay, sino que tomara las pequeñas pistas dejadas aquí y allá en su libro y formulara la teoría (que, evidentemente, no se contradice en ningún momento) de la homosexualidad del director de Hogwarts.

Un ejemplo de esto sería mi entrada sobre cuál creo que es el verdadero final de 1984. En ella hago uso de la evidencia que deja el texto para argumentar que la famosa novela de George Orwell deja un rayo de esperanza en el apéndice, en el que se habla de la neolengua en pasado como si existiera en el mundo real y, al mismo tiempo, fuera algo que ya se ha superado y se ha dejado atrás.

Otro ejemplo, esta vez del mundo de los videojuegos, sería la famosa teoría en Final Fantasy VIII de que Artemisa es en realidad Rinoa en el futuro.

La fuerza de estas teorías no reside en que intenten imponerse como la verdad absoluta sobre un texto, sino en que ofrecen a la audiencia una nueva forma de interpretar la historia. No hay ningún problema con que éstas estén enfrentadas entre sí; al revés, la pluralidad de visiones y lecturas de cada historia están ahí para enriquecer su trasfondo.

Sin embargo, como con toda teoría filosófica, al final del día todo depende de la postura que tenga cada uno. Personalmente, yo me siento atraído por la postura de que el autor es tan solo su primer crítico, pero no el mejor ni la mayor autoridad.

¿Qué pensáis vosotros? ¿En qué lado de este debate os posicionáis?

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